"Queremos atrevernos a hablar por su nombre de cosas que en nuestra sociedad son tabú", dijo el lunes pasado la candidata presidencial de la Democracia Cristiana, Carolina Goic, aunque no refiriéndose al financiamiento de la campaña presidencial de S.E., asunto cuya investigación quedó hace tiempo suspendida como bajo los efectos del rayo paralizante de una película de ciencia ficción, sino a temas sexuales respecto de los que hoy en día nenes de 13 años para arriba no sólo los "hablan por su nombre" sino los practican con total desenfado, embarazos incluidos. Se pregunta uno quién le habrá recomendado tocar ese tema, sin duda más propio de una patria senescente que de una patria resiliente. Carolina, que ahora a caballo de otro lema de campaña se atreve a todo, se atrevió a hacerlo en un meeting con la ONG "Redes de Orientación de Salud Social", pero no siéndole eso suficiente propuso reactivar las Jocas, esto es, las Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad, idea lanzada y fracasada en los años 90 -un cuarto de siglo atrás- durante la administración de Eduardo Frei hijo. Hoy fracasaría no por tratar temas tabú, sino por hacerse cargo de un commodity. Quién sabe, tal vez en la próxima ocasión Carolina Goic propondrá resolver de una vez por todas la "querella de las investiduras" o el voto femenino.

Fue, el que protagonizó, no importa con qué cálida simpatía se lo mire, un episodio de notable anacronismo. Normalmente las campañas políticas, casi todas inanes y cantinfleras, al menos intentan apuntar un imperativo índice repleto de liderazgo hacia el futuro, tierra de promisión hacia cuyo horizonte se chutean todas las promesas y todas las mentiras; del presente mejor ni hablar porque es insatisfactorio por el muy bajo rendimiento de los profesionales de esa industria, pero del pasado aun menos porque no se puede prometer no hacer lo que ya se hizo ni afirmar haber hecho lo que nunca se hizo; es cosa juzgada, museo inerte donde se desintegran en cenizas las mentiras de un pasado aun más remoto. De ahí que tan inusitado fenómeno de movimiento retrógrado-parlante debe tener muy poderosa causa. ¿Cómo entender que una propuesta momificada emerja de labios de la candidata de un partido "progresista" que desde tiempos inmemoriales jura mirar hacia el futuro?

"Stasis"

Dos significados aparentemente contradictorios tiene la bella palabra "stasis" y por eso es útil para entender el programa sexual de Carolina Goic, el cual sin duda fue un audaz golpe de efecto 25 años atrás. Una acepción del término es el de parálisis, detención de toda actividad, congelamiento de la vida, estado de suspenso que dura para siempre en vez de estar siempre a punto de terminar. La otra acepción es de Tucídides (460 a.C.– 395 a.C.), quien la usó para indicar una fase de severa perturbación del cuerpo político. Ambas acepciones pueden operar, al menos en este caso, en conjunto y complemento porque la resucitada propuesta sexual de Goic es signo de pensamiento detenido un cuarto de siglo atrás y por lo mismo y simultáneamente de agitada perturbación; es el pasmado fruto de la incapacidad de su colectividad para saber qué pensar, decir y prometer, cosa evidente en cada frase que ha espetado la candidata. No es la única en "stasis". Doña Carolina sólo refleja el alarmante estado de congelamiento político de su partido. Por eso en ocasiones repiten lo dicho hace 50 años por el tata Frei y otras veces, como ahora, echan mano a lo dicho por su hijo, 25 años atrás. Si se va a viajar en la máquina del tiempo, que valga la pena.

Sin embargo, para ser justos, sería mezquino aseverar que sólo la Democracia Cristiana revela o más bien traiciona en sus expectoraciones verbales, conceptuales y conductuales un profundo estado de coma. Dicha condición, la de ajada Bella Durmiente, la comparten con el entero cuerpo material y astral del progresismo. En todo lo que propone ese sector -y en cada una de sus variantes- manifiesta similar catalepsia. La Concertación fue un pacto novedoso, creativo "dentro de lo posible" y bueno para el país precisamente porque entre otras cosas estaba viva, como lo están siempre el pragmatismo y la razón, el buen juicio acerca de "lo posible" y lo deseable. La NM y los demás movimientos y/o grupúsculos son, en cambio, como esas mariposas de la Era Cretácica atrapadas dentro de una porción de ámbar, coloridas momias en miniatura, reliquias con toda la apariencia de vida pero perfectamente muertas, melancólicos restos de un ser que revoloteó hace 150 millones de años.

Programas

Para comprobar este lamentable caso de paleontología política basta echar un vistazo a las ideas del sector. A primera vista el ciudadano podría hacerse la ilusión de encarar una generosa oferta porque, después de todo, a disposición del respetable público hay cinco programas de otros tantos candidatos y agrupaciones. Sin embargo, si se los examina uno a uno, con gran desaliento el papirólogo, entomólogo o futuro votante comprobarán que están ante una bizarra matemática en la que ni el orden en que se arreglen las palabras ni la suma de los ángulos semánticos de las frases ni la resta ni la división de los párrafos producen otra cosa que un CERO como resultado. CERO, porque un programa de gobierno no puede ser una mera lista de lavandería con ítems agregados al gusto de los redactores. Tampoco puede consistir en poner en un papel, en hilera, lo que agrade el oído de los "movimientos sociales", lo que evacue un plebiscito entre 500 activistas o los profundos pensamientos de los tamborileros de Valparaíso. Un programa no es echar a andar la imaginación con trenes de alta velocidad hacia el norte, puertos secos en Bolivia, perdonazos a los capitales que regresen, impuestos extras a los "ultra ricos" o darles a los ancianos pasaje gratis en el Transantiago una vez a la semana. Tampoco basta repetir el mantra "hay que derrotar a la derecha". Eso no le dice al país ni siquiera una mentira, siempre gratas porque para eso se inventan; en este caso se afirma lo que por excepción es la pura y santa verdad: no hay otra sustancia que el afán por llegar al poder o conservarlo.

Derecha, izquierda…

La derecha no tiene ese problema. Su programa es siempre el mismo, sin otras variaciones que las impuestas por las costumbres de los tiempos y las obligaciones que impone el marketing. Esto último es la parte puramente lírica del paquete, el modo de entonar la canción de la libertad y los buenos negocios para atraer a unos y no espantar a otros. Su doctrina es simple y contundente: considera la libre empresa como motor del crecimiento, propone un Estado ágil pero no muy grande y fomenta una cultura individualista que promueva la iniciativa y el deseo de lograr lo más posible en todos los campos, desde dinero a éxito y desde fama a prestigio. Subyace a esa doctrina no sólo el interés de quienes la predican y practican, normalmente gente con algún grado de éxito en al menos uno de esos campos, sino además por la convicción, comprobada en la realidad, de que no hay ni ha habido otro modo para evitar que el organismo social caiga en la atrofia y la parálisis. Es por tanto un programa y/o visión simple y coherente que ofrece una ruta clara. Se la acepta o rechaza a sabiendas.

La izquierda, en cambio, se agita en medio de un doble problema; por un lado la tesis al menos precisa y clara del socialismo puro y simple demostró sobradamente no producir otra cosa que estancamiento, asfixia cultural, culto a "líderes supremos" y represión política a veces degenerando en franco genocidio; por el otro el afán de escapar de esa vía calamitosa no ha dado lugar a la construcción de ninguna otra porque no ha aparecido un nuevo Marx. Esa falencia es el origen de su actual discurso tan repleto de ambigüedades y eufemismos; es la cristalizada senescencia propia de una fe que no se pierde nunca. La fe es así: si un anuncio de fin del mundo no resulta, no se abandona al Mesías sino se corre la fecha. De ahí deriva la propuesta de Carolina.