El Banco Mundial comunicó ayer la renuncia de su economista jefe, Paul Romer, la que se hizo efectiva de forma inmediata. Esta decisión no es más que la consecuencia inevitable tras la bochornosa situación vivida en el Banco Mundial por los recientes dichos del funcionario, de los cuales después de desdijo. En ellos, acusaba una intencionalidad política en los cambios metodológicos del ranking Doing Business, con los que se perjudicaba especialmente la posición de Chile, y por ende la imagen de la gestión del gobierno actual, de lo cual algunas voces en el país dedujeron una causa determinante en el resultado de las últimas elecciones.

El Banco, por la naturaleza de sus funciones,  no puede dar espacio a que opiniones de esa relevancia, que asumen conclusiones inconsultas, no validadas con la misma organización y sin ser analizadas con la debida profundidad, lo expongan a entrar en un escenario de aclaraciones y desmentidos, con la incertidumbre que aquello genera, sin que existan sanciones y consecuencias.

Si bien la salida del economista ayuda a descomprimir la situación, es importante que exista una investigación que aclare en su totalidad este episodio y despeje cualquier duda en relación a las causas de lo ocurrido y a los mecanismos de generación de la información, de manera de salvaguardar el prestigio de la propia institución, la confiabilidad en los instrumentos de medición que genera y la confianza en la evaluación de sus programas.