Manuel Correa, investigador de contenido en el Museo Histórico Nacional y la historia de la comunidad LGTBIQ+: “Si no hay memoria, cada vez tienes que construir de cero”




“Pasa mucho con la historia de las comunidades LGTBIQ+ que hay momentos relevantes que fueron encontrando los investigadores con el tiempo, pero que generalmente son casos super aislados. Es difícil hablar de ‘comunidad’, hasta hace muy poco. Uno puede hacer un barrido sobre momentos históricos donde personajes logran entrar al mundo público y por tanto hacer puentes”, dice Manuel Correa, historiador y que se ha dedicado a investigar la historia gay en Chile, en parte para su libro: “Enfermos condenados al silencio: Desarrollo del imaginario emocional del VIH-Sida en Chile desde 1984 hasta nuestros días”.

Como la mayoría de los investigadores, concuerda en que la homosexualidad ha sido anulada por los gobiernos, por la iglesia y por la sociedad completa durante buena parte de la historia. “Es difícil hablar de antes de la Colonia, porque la mayoría de los textos son de españoles y por tanto hay una visión sesgada, pero en lo que hay más consenso es que los españoles insistieron mucho en un comienzo con diversas comunidades indígenas en América Latina respecto de lo poco masculinas que eran y se basaban mucho en esas características para destacar los vicios. La idea de que había que evangelizar porque había una serie de vicios en esta población, que no conocen la “palabra del Señor”, y uno de esos vicios más notorios era la sodomía”, explica y desde ahí comienza un largo camino de avances y retrocesos que Manuel revisa con cautela.

Valores religiosos castellanos

“Estos valores con los que llegan los hispanos le tenían mucho temor a la sodomía, pero no como la entendemos nosotros hoy, porque primero, las lesbianas no existen mucho en su cabeza porque es tan poco lo que saben sobre mujeres, porque les interesa muy poco, que creen que no es común y que no alcanza a ser un pecado relevante que las mujeres tengan sexo entre ellas. Y por tanto las invisibilizan. En cambio, la idea de que un hombre tuviese sexo con otro hombre, invertía los roles que correspondían al patriarca, al padre, –cuando uno dice padre hace una metáfora familiar, pero sigue hacia arriba, Dios es padre de todos los cristianos– entonces el poder de ese padre se da vuelta cuando dos hombres tienen sexo, por tanto la sodomía –o pecado nefando, como le llamaban en esa época– era altamente castigada.

Y no solo eso. Por alguna razón se comienza a transmitir la idea de que este pecado nefando en algún punto es contagioso, porque además de ser pecado, es visto como una tentación. Me da la impresión de que debe haber sido bastante común para que todo el mundo tuviese este susto de que un hombre pudiera pervertir a otros hombres. Y ahí el caso más típico en la Colonia es Manuel de León, que es un Corregidor en Chile, y los esclavos de los vecinos comienzan a decir que este señor los mandaba a hacer trabajos a su casa, y cada vez que lo hacían, los toqueteaba y los obligaba a hacer cosas de ámbito sexual. El caso es interesante porque le hacen una especie de peritaje –que no se llama así, porque aún no hay un sentido científico–, pruebas a los esclavos y al Corregidor y determinan que De León no es culpable por haber sido activo en esta “relación” y por tanto no hay una inversión de los valores católicos. En cambio los esclavos que fueron víctimas, por ser inferiores en raza, eran más propicios para verse tentados con este pecado.

En ese sentido, los valores religiosos son determinantes en la historia de la homosexualidad porque la hombría era un valor transversal. Y aunque durante todo el siglo XIX , es un secreto a voces que existen los homosexuales, no se logra aparecer en el discurso público hasta finales del siglo XX.

Las primeras reivindicaciones que son los Uranistas, aparecen a finales del siglo XIX, pero ocurre algo interesante, porque uno cree que va avanzando hacia el progreso y la liberación con estos grupos, y ese es un poco el macromito del liberalismo, pero lo extraño es que uno ve un avance progresivo de una búsqueda política de esto, al menos en Europa, por liberar la culpa jurídica asociada a la homosexualidad, pero llegan eventos como la Primera Guerra Mundial y todo se pierde. Las sociedades en crisis, por razones evidentes, se vuelven más conservadoras y así como tendieron en contra de los judíos, van a tender en contra de los homosexuales, porque las minorías dan susto, nada más. Entonces si la historia fuera lineal hay lo que podríamos llamar retrocesos”.

La primera marcha en Chile

“A nivel local, la primera marcha en Chile fue el 73 por un grupo de homosexuales en la Plaza de Armas que alegaban contra la violencia policial, sobre todo en el mundo del comercio sexual. Ahí hay algunas teorías que plantean que la izquierda estaba en una apertura importante entorno a la idea de la liberación de la mujer, hasta que Cuba comienza con un discurso muy homofóbico porque la ética de izquierda se vuelve muy guerrillera y por lo tanto masculina, y desde ese entonces, que es finales de los 60 y comienzos de los 70, hay un discurso mucho más marcadamente masculino para la revolución.

La idea de la dictadura del proletariado involucra una toma de armas, y en ese contexto veían a los homosexuales como incapaces de ser parte de esta revolución. Ahí hay un giro en el discurso de izquierda que se vuelve mucho más homofóbico. En ese contexto surge esta marcha y lo que más revela ese evento histórico es la marginalidad a la que están asociados los homosexuales, porque muchos tenían que dejar sus hogares y dedicarse al comercio sexual como única opción de vida”.

Marginalidad

“En los años 20 comienza una moda por empezar a escribir desde una literatura mucho menos elitista y más popular. Aparecen representantes como Manuel Rojas, con Vaso de leche, que comienzan a hablar del puerto y la marginalidad. En esos escenarios comienzan a aparecer muchas escenas en las que la homosexualidad o el acto sexual entre hombres se produce en lugares de marginación, y entonces se le empieza a asociar a lo marginal con estos ejemplos: así como hay alcoholismo, como hay sífilis o como hay viruela, también hay homosexuales.

Lo que no quiere decir que las élites no estuvieran llenas de homosexuales. Augusto D’Halmar y otros ejemplos, fueron homosexuales que para mí, son parte del ser una minoría hoy, porque uno trata de encontrar estos grandes íconos para reflejarse, pero es imposible decir que D’Halmar en algún grado pudiese haber estado hablando de una literatura homosexual, o que sea activista. Solo se descubre que era. Que, en mi opinión, es lo que ocurre con Gabriela Mistral, que fue tomada como un ícono del lesbianismo, cuando en realidad ella ni siquiera era una feminista muy relevante, tenía otros temas, era Latinoamericanista, era indigenista y tenía otros rollos políticos mucho más que el lesbianismo”.

Dictadura

“Lo que hace este periodo es volver más brutal el discurso que valora la masculinidad. De hecho ahí es muy contradictorio lo que nos pasa en Chile. Desde Mayo del 68 en adelante, que viene esta gran revolución cultural alrededor del mundo, se empiezan a levantar lo que después se van a llamar los identity politics, qué son estas especies de minorías identitarias que comienzan a buscar derechos y ahí viene la gran lucha por los derechos civiles de la población afrodescendientes; el levantamiento de los homosexuales y el primer Pride (junio de 1969, Stonewall, NY).

En Estados Unidos se sigue un camino directo a la liberación y a nosotros nos toca este contexto de liberación cultural en términos globales, en un contexto local de dictadura, por lo tanto no hay una posibilidad de que esto llegue al país. Aunque había habido referentes mucho más permisibles anteriormente que podrían haberse transformado en este tipo de liberaciones; ahí está el típico ejemplo de la Tía Carlina y el Blue Ballet, que son espacios de socialización no exclusivamente de homosexuales, pero donde las travestis y transexuales trabajaban y hacían shows. En esos espacios y momentos se podría haber estado construyendo un camino en el que uno podría haber dicho “por acá va”, pero el quiebre político, con una junta militar que establecía valores cristianos, masculinos e institucionales, ahoga toda esta parte.

Y ahí se refuerza el doble discurso, porque se vuelve algo que es de la noche, que es oculto, que no se puede ver, sin embargo todo el mundo podía reconocer, más o menos, cuales eran los lugares o barrios donde había comercio sexual. La calle San Camilo, en el centro de Santiago, es emblemática, un lugar donde los homosexuales podían ir de noche a encontrarse. Y las autoridades hacen vista gorda de esto y al mismo tiempo sostienen un discurso público de que esto no existe y en la comunicación pública hablan de la homosexualidad como “esas cosas que le pasan a Cuba u otros países”, a pesar de que en la noche ahí estaban esos personajes”.

El 84 y el VIH

“Este año es el gran hito y lo que va a partir construyendo la historia de la comunidad LGTBIQ+. El 84 es cuando se descubre y sale en la prensa el primer caso de VIH en Chile, el caso cero, un joven que se llama Edmundo, que viaja a Brasil y luego vuelve a Chile y vuelve con esta “rarísima enfermedad”. Lo que empieza a pasar a raíz de eso es que se empieza a asignar a esta población un tipo de peligrosidad que la doble margina, porque desde ahora en adelante son “infecciosos”. Entonces, si antes echaban a los homosexuales de las casas, ahora lo van a hacer con miedo además. Hay muchos mitos al respecto, uno de ellos es que en Concepción un grupo de personas quema la casa del caso cero de esa ciudad; incluso la Fundación Cáritas de Baldo Santi, uno de los pocos curas que trató de defender a esta población, se tuvo que cambiar varias veces de sede porque les rayaban las murallas. Hay una idea de linchamiento público en contra de los homosexuales que no había existido.

Y es que el VIH tiene una complejidad, que es la razón en la que se apoyan los discursos conservadores, y es que su forma de propagación tiene que ver con todas las líneas de la globalización. Tiene que ver con el liberalismo de las prácticas –más parejas sexuales que antes–, el uso de drogas intravenosas, y el “turismo sexual” con la apertura de las fronteras y la ampliación de las rutas de viajes. Entonces, es un poco la gran enfermedad del capitalismo y la globalización. Y hace que estos regímenes dictatoriales vean la globalización como un problema y vuelvan a la tradición como algo que es sano. El VIH viene a enrostrar esta globalización que económicamente parecía sólo ser prometedora, pero que genera conflicto en los temas más valóricos”.

El principio de la comunidad

“Los avances después van un poco en paralelo. Por un lado tenemos el “aparecer” del mundo lésbico con el colectivo Ayuquelén, que es del 83 y que hace una entrevista en la revista APSI el 87. Ellas nacen al alero de las organizaciones feministas, de hecho toman un lugar en La Morada (Centro de diálogo y discusión feminista en la segunda ola), donde ellas tenían un espacio aparte, nunca tuvieron una relación con los homosexuales, por tanto no había una identificación de ambas partes como un solo grupo o comunidad. Ahí la visibilización comienza a ser más relevante, de hecho el grupo comienza a recibir cartas de todo Chile de mujeres que les dicen que hasta ese momento creían que eran las únicas en todo el mundo.

Por otro lado, está el mundo artístico, que va derechamente hacia la lucha para que exista alguna legislación en torno al VIH, que hacen obras de teatro y fiestas para financiar las obras, las que además se transforman en espacios de información y campañas para la prevención del VIH. Existe un mundo artístico que asigna a la lucha en contra del VIH una dirección política que no existía en otros espacios. Todo esto pos dictadura. Ahí aparece la performance como un espacio relevante. Y de esa familia cultural aparecen nombres como Lemebel y Andrés Pérez. Es el mundo del arte, que está mirando hacia afuera el que revela esto como un tema relevante.

Y por último, está esta este grupo más político que nace desde las diversas agrupaciones, muchas de ellas ya en contacto con Conasida e instituciones del Estado para poder salvar a sus amigos y ahí hay historias célebres, de personas que trataron de llevar los casos a la Corte Interamericana con el objetivo de incluir el VIH dentro de la salud pública”.

Caso Zamudio

“Zamudio (2012) logra entrar al establishment como un caso porque él como personaje representa una especie de bondad estética que logra ablandar a la familia; representa esa idea del hijo perdido. Porque habían existido casos anteriormente, igual de brutales, como el caso Hans Pozo, por ejemplo, que también era homosexual pero estaba metido en un tema de drogas, entonces se sigue manteniendo en el imaginario, dentro de lo marginal. En el caso de Zamudio, existe la idea de un niño asesinado y eso llama mucho a la prensa, y revela una diferencia generacional importante.

Zamudio corresponde además a una generación en particular que se abre a un tipo estético más andrógeno, que Chile no había visto con tanta fuerza hace varios años. Zamudio ocurre en la época de las tribus urbanas y muchos padres de hijos “pokemones” –que tienen un límite corrido entre lo femenino y masculino– ven en este chico la idea de “podría haber sido mi hijo”. Esto obliga a un diálogo entre las diversas generaciones.

Y es tan potente y toca a tanta gente, que termina transformándose en ley. Además porque a Chile le empieza a dar un poco de vergüenza. Este país tiene la costumbre de permitir que las cosas sigan ahí siendo un problema, hasta que ya es muy difícil sostenerlo. Ocurrió con la ley de divorcio, por ejemplo, que llegó muy tardíamente para el resto del mundo. Así muchas veces terminan habiendo víctimas del retraso legislativo de ciertos temas, como en el caso de Zamudio”.

Los 10 años en que más se ha avanzado

“Cuando ocurre el caso Zamudio ya hay una comunidad armada, con lenguaje propio, lucha política y referentes. Lo que ocurre es que este dolor e indignación los vuelca hacia lo público. Hay una noción de lucha mucho más clara, porque además el establishment, incluso desde la prensa, acepta el hecho de que “nos están matando”. Comienzan a aparecer muchos más casos, que antes estaban ocultos.

Hoy podríamos decir que se ha avanzado un montón, sostengo que estos diez años son los que más se ha avanzado, sin embargo los contextos de crisis vuelven a ahogar a estas comunidades y uno cree que ya está salvada y no está. El poder del mundo hetero tiene un tipo de memoria que está garantizada. Hay demasiado trabajo hecho hacia la memoria de esos espacios, en cambio las minorías no tenemos esos espacios. Podría pasar que el conservadurismo –como ha ocurrido en otros momentos de la historia– se vuelque en contra de nosotros y por tanto ser olvidados y perder esa tradición.

Lo que le pasó a la comunidad de las disidencias sexuales en Chile, es que cuando retoma la pelea política tiene una dificultad muy grande para reconectar con una tradición que podría haber existido y ese es el rol que tenemos que hacer los historiadores hoy, reconectar con algún tipo de tradición local en la que podamos sentirnos representados y además responder a ella. Y lo que me emociona es que existe desde la comunidad completa un trabajo por construir memoria actual que es importante. A través del arte, por ejemplo, nuestra representación en series, películas, obras, es ir asegurándose paso a paso que ese olvido no exista. Si no hay memoria, cada vez tienes que construir de cero, y hay dos tipos de comunidades, las que se afirman en el pasado, como le ocurre a las identidades étnicas; en cambio hay otras minorías que no son retrospectivas sino que proyectivas y eso nos pasa a la comunidad LGTBIQ+, que no tenemos asegurado nada. Hoy estamos más de moda, pero eso no significa que permanezca en el tiempo”.

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