Natalia Rebolledo, especialista en cosecha y reutilización de agua: “El acceso al agua tiene que ver con la dignidad”




“Se puede trabajar fuera de un edificio”. Eso fue lo primero que pensó Natalia Rebolledo (41) cuando el dirigente campesino –ex presidente de la Comunidad Agrícola de Peña Blanca– Daniel Rojas y el geógrafo Nicolás Schneider la invitaron a conocer, en 2012, el Cerro Grande de Ovalle. Por ese entonces no era considerado Reserva Ecológica como sí lo es hoy, pero ambos estaban trabajando para que así lo fuera. Querían hacer de ese lugar, junto a la comunidad, uno protegido y conservable, y todos sus esfuerzos encontraban en esa finalidad, un sentido y una causa.

Rebolledo, en cambio, llevaba años trabajando de administradora pública, en el Ministerio de Vivienda y previamente en el Fondo Nacional de Salud. Sentido y causa, según cuenta hoy, eran justamente dos pilares que escaseaban en su vida. En un abrir y cerrar de ojos, se le habían ido cinco años en los que pasaba sus días encerrada en una oficina en el centro de Santiago. Temía –como muchos– que se le pasaran cinco más.

Pero en ese paseo al cerro, en el que pudo presenciar lo que hoy constituyen los inicios y las bases de Un Alto en el Desierto –organización sin fines de lucro que hoy presiden los tres– supo que el trabajo por hacer, en tiempos de crisis climática, es en terreno.

En ese mismo cerro, según supo en el transcurso de ese primer paseo, Rojas y Schneider habían jurado en el 2005, junto a las niñas, niños y profesores de las escuelas aledañas, que harían lo posible por cuidar de ese lugar. Al poco tiempo realizaron el acto más decisivo; llamaron a un voto comunitario en el que se estableció que se cercarían las 100 hectáreas que hoy constituyen la Reserva Ecológica de Cerro Grande, sede de los 28 atrapanieblas diseñados e implementados por el equipo para atrapar y cosechar el agua de las nubes y la neblina de la zona.

Esos fueron, como recuerda hoy Rebolledo, los inicios de la reserva y con ello, los primeros esbozos del espíritu de la fundación.

Y es que a eso se dedican hoy; por un lado, a generar consciencia respecto a la importancia de la reutilización de las denominadas aguas grises, aquella de las duchas, lavadoras y lavamanos que se puede volver a ocupar para el riego. Por otro lado, a la cosecha de agua de niebla en la reserva ecológica.

Atrapar la niebla y convertirla en agua potable

Así define hoy Rebolledo lo que significa cosechar agua. Para eso, se llegó a un modelo ‘comunero’ de atrapanieblas –originalmente un invento chileno del profesor Carlos Espinoza– de 3x3 metros cuadrados de una malla raschel (malla de kiwi) y de 35% de sombra que, posicionada de una manera específica, logra acumular las gotas de las nubes que chocan.

Esas gotas decantan hacia una canaleta y así se recolecta el agua. “Esto se puede dar acá porque Peña Blanca es un oasis de niebla y en esta época, en primavera, es posible cosechar más del 50% de lo que se cosecha en todo el año”, explica. “Hoy buscamos que la fundación tenga vida propia y que todos los que hayan sido parte o participen, se puedan identificar con eso”.

Y es que Chile es uno de los países mayormente afectados por el cambio climático. Solo en la región de Coquimbo, como explica Rebolledo, hay más de 15.500 personas que reciben agua por camión aljibe, lo que les permite contar con 50 litros por persona al día. Y las cifras solo corroboran lo crítica de esta situación; uno de los últimos informes de la ONU establece que solo en Santiago, se desperdicia un 30% del agua por infraestructura sanitaria deficiente. Por eso, según explica Rebolledo, se ha vuelto tan importante para Un Alto en el Desierto ser una barrera verde humana que ayuda a detener el avance del desierto hacia el sur.

“Justo cuando estaba decidiendo dedicarme de lleno a esto, mi papá me regaló una maderita que tenía incrustadas las palabras de Gabriela Mistral; ‘Donde haya un árbol que plantar, plántalo tu. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tu’. Renuncié al sector público y me vine a Ovalle a formalizar y estructurar lo que Rojas y Schneider, que hoy es mi marido, ya llevaban haciendo durante años. Hoy somos una red de cosechadores y reutilizadores de agua que, mediante el trabajo individual y colectivo, genera fuerza, replicabilidad, y litros de agua. En una escuela de 300 estudiantes en la que estamos trabajando, por ejemplo, se están reutilizando alrededor de 800 y 1000 litros al día. En una escuela de 70 estudiantes, se reciclan 500. Es mucha agua que, de otra manera, se desperdiciaría”, reflexiona.

“A nosotros nos dicen que trabajamos con la parte que genera menos impacto, o donde hay menos consumo de agua. Porque claro, donde más se gasta es en la agricultura, en la minería y en las forestales. El uso doméstico es el más bajo, pero es ahí donde más falta también. Es ahí donde llega en camión. Es ahí donde muchas jefas de hogar encuentran una fuerte carga psicológica. El acceso al agua tiene que ver con la dignidad”. Y los informes solo proyectan que durante los próximos años, la crisis hídrica irá en aumento. Así también la falta de bienestar de aquellos que siempre han sido más afectados.

– La mayoría de las veces, la consciencia surge frente a la necesidad y la falta. Pero que estas iniciativas se implementen en las comunidades más vulnerables, que de por sí ya están en desventaja, ¿no termina siendo una doble exigencia? Hacen la pega y no la hacen las forestales, por ejemplo.

Es efectivamente una doble exigencia, porque si bien hay que hacer ese trabajo en todas partes, hay una tendencia a individualizar la responsabilidad y a no exigir que las grandes corporaciones y empresas se hagan cargo, siendo que son los que mayor impacto ambiental generan.

Y es que las señales que se dan para hacer frente o adaptarnos al cambio climático tienen que ver con duchas cortas y no usar bolsas plásticas. Claro que hay que hacer eso, pero para que existan cambios sustanciales, estos tienen que ser colectivos y basados en decisiones de Estado. Para que todos se hagan responsables.

Piensa que el análisis de la ONU plantea que en Santiago hay una pérdida de agua del 30% solo por infraestructura sanitaria deficiente. No estamos siendo capaces de hacer las mantenciones que tenemos que hacer para cuidar la poca agua que nos queda. Y eso en escala chica y grande. Claro, nosotros trabajamos con la parte más chica, con los que ya de por sí están en desventaja, pero porque ahí es donde más falta. A las forestales no les falta. Y lo que está en juego es la dignidad de las personas.

Si te dan 50 litros de agua al día, tus preocupaciones son otras. Cuando nos reunimos con las jefas de hogar nos hablaron de la carga psicológica que implica el tener que cuidar, repartir y almacenar el agua; no saben si les va alcanzar para recibir a los nietos, para cocinar, lavar, ni siquiera para tirar la cadena. Internacionalmente, el estándar es de al menos 100 litros por persona al día. Ya vamos en la mitad de eso cuando te llega en camión.

– Por eso hablas de la importancia de accionar más que de quedarse en el discurso.

En general, hay muchos diagnósticos en Chile y poca acción. Y nuestros tiempos de adulto no calzan, porque el mundo adulto es muy lento. En Chile, la Ley de Aguas Grises ­–que establece los usos y prohibiciones de esas aguas pero sobre todo establece un incentivo económico para aquellos que las reutilizan– salió en el 2018, nosotros participamos de la discusión, pero aun no cuenta con un reglamento.

Por eso para nosotros ha sido clave tener presente el tiempo de los niños, y mostrarles con ejemplos concretos que somos capaces de generar acción. Porque si no, lo único que hacemos es mostrarles que no nos ponemos de acuerdo, que no trabajamos en conjunto y que dilatamos todo.

Por eso también, el pilar de la fundación que se dedica a la experiencia con las niñas y niños, es de los más significativos. Nuestra consigna es que lo que pasa cuando somos niños nos acompaña toda la vida, no así lo que hicimos ayer. Y por eso, queremos entregar estas experiencias y ejemplos concretos de adaptación al cambio climático desde temprano.

En el 2020, por ejemplo, ganamos el Premio Nacional del Medio Ambiente con el Liceo Politécnico y ellos nos decían que al fin habían podido identificarse con otra cosa que no fuera solo peleas, drogas o ‘un mal liceo’, como siempre les habían hecho creer. Este tipo de cosas estimulan y generan identificación.

Un 40% del agua que se consume, se puede reutilizar

El año pasado, Rebolledo y su equipo hicieron un estudio piloto tomando en cuenta el consumo de agua de 60 hogares aledaños a las escuelas donde ya han implementado los programas de reutilización de aguas grises. Los resultados fueron impactantes; alrededor de un 40% del agua utilizada, estaba siendo reciclada. Es decir, si gastaban 10.000 litros, reutilizaban 40.000.

Este estudio, como explica Rebolledo, da cuenta del potencial que tiene el agua gris, pero también de lo mucho que se desperdicia si es que no se está usando. “Ese es un porcentaje muy alto que, de no usarse, se desperdicia. Es una cantidad que permite regenerar los suelos, reverdecer los patios, regar árboles y, sobre todo, dar una actividad ambiental a la que dedicarse y con eso mejorar el ambiente escolar y comunitario”.

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