La fortaleza de la soledad

"Una fotografía no es sólo una imagen (como lo es una pintura), una interpretación de lo real; sino que es, además, una huella", decía Susan Sontag, y el trabajo de Vivian Maier no hace más que reafirmar esa idea.




Era Walter Benjamin el que decía que para conocer una ciudad había que perderse en ella. Quién sabe si Vivian Maier leyó a Benjamin alguna vez, pero sus fotografías son justamente eso: las imágenes de alguien que deambula por una ciudad y la descubre mientras se pierde en ella. Puede ser Nueva York o Chicago, puede ser un rostro anónimo, niños, el cielo, unos edificios o esos cientos de autorretratos que se tomó a lo largo de su vida: Vivian Maier recorre una ciudad y se pierde, y la encuentra y se encuentra, y la encontramos nosotros ahora, también, en la primera exposición que se presenta de su trabajo en Chile.

Vivian Maier. La fotógrafa revelada es el título que eligieron para la muestra que se exhibe en la Corporación Cultural de Las Condes y en Espacio ArteAbierto, de Fundación Itaú: poco más de cien fotografías —algunas en colores, pero sobre todo en blanco y negro— que nos permiten comprobar que todo lo que se cuenta de Vivian Maier es cierto. Porque, claro, conocimos su increíble historia hace unos años —la historia de un hombre que descubre miles de negativos en una subasta, los compra, los revela y entonces se da cuenta de que son las imágenes de un fotógrafo excepcional, un fotógrafo que es una mujer, una institutriz llamada Vivian Maier—, pero no habíamos tenido la posibilidad de ver esas imágenes en su tamaño real, y sí, todo es cierto, todo: el talento de Maier para reflejar con una cámara su mundo, mientras enfoca a los otros. Es la vida de los otros lo que registra su lente, pero lo que nos conmueve y nos sorprende, en realidad, es cómo ella aparece siempre en esas fotografías: pueden ser los autorretratos, obviamente —ella reflejándose en un espejo, en muchos espejos—, puede ser su sombra que se filtra en la escena, o simplemente puede ser una imagen en la que reconocemos una mirada particular de las cosas: un lugar abandonado, unos niños jugando con un grifo en la calle, el reflejo de unas personas en un charco de agua, hombres y mujeres que miran fijamente su cámara y se entregan a ella.

"Una fotografía no es sólo una imagen (como lo es una pintura), una interpretación de lo real; sino que es, además, una huella", decía Susan Sontag, y el trabajo de Vivian Maier no hace más que reafirmar esa idea: recorremos la muestra y nos deslumbra la huella que encontramos en esas fotografías cotidianas, que parecen tomadas un poco al azar, pero que si nos detenemos en ellas, descubrimos el talento de Maier para elegir el encuadre perfecto, para captar una serie de momentos —de paisajes— que parecen estar hablando siempre de otra cosa: de su soledad, de sus caminatas interminables, de la búsqueda por encontrar un lugar en el mundo, de una ciudad que arma y desarma a su manera.

Dicen que entre el 30 de marzo y el 4 de abril de 1958, Vivian Maier recorrió Santiago. Aún no hay registro de ese viaje —todavía quedan miles de rollos fotográficos de su trabajo por descubrir—, pero no sería extraño aventurar que debió haber fotografiado la ciudad y que cuando veamos esas imágenes encontraremos un paisaje nuevo, asombroso, probablemente cautivante.

"Vivian Maier. La fotógrafa revelada". Hasta el 13 de diciembre.

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