*Vladimir Rivera, guionista de No nos quieren ver y escritor

Hasta la aparición de Tony Soprano, estábamos acostumbrados a que los grandes personajes de la ficción estuvieran en largometrajes. Las series siempre fueron consideradas un género menor, pero ya en los 90 surgen los títulos que marcarían la pauta del boom que vemos hoy. Entre ellas, Twins Peaks, NYPD Blue y sobre todo Los Soprano. Si la serie de Lynch plantea la gran pregunta dramática “¿quién mató a Laura Palmer?”, Los Soprano instala otra, pero ahora dirigida al personaje principal: ¿cuándo matarán a Tony Soprano? Y capítulo a capítulo vamos viendo que no muere. Nunca.

Tony es el gran personaje de la ficción televisiva que inaugura el antihéroe de muchas de las ficciones actuales: un tipo ambiguo moralmente, que era capaz de enternecernos y de querer detestarlo en un mismo capítulo. Un personaje que representaba todo lo que odiamos: conservador en lo político, xenófobo, individualista. Tony Soprano nos mostraba la cara menos amable del hombre común y corriente, pero por otra parte, castrado en lo emocional; su propia madre intentó matarlo, sus hijos secretamente lo desprecian, amaba a los animales profundamente, y debía medicarse en secreto para que su frágil masculinidad no sufriera. Un ser en constante contradicción. Un personaje shakesperiano, sumido en su propia tragedia. Dominado por una profunda soledad y abandono, que nos muestra cómo, al final de todo, muchas de nuestras opiniones son constructos sociales.

Es también una lección de filosofía. Siempre me marcó la frase que su madre le dijo a modo de consejo: “El mundo es una jungla. Y sí quieres mi consejo, Anthony, no esperes felicidad. Te abandonarán, tus amigos te traicionarán y nadie recordará tu nombre. Morirás en tus propios brazos”. Es como si el mismo Shekespeare la hubiera escrito en boca de un mafioso.

No se puede entender la ficción actual sin haber pasado por esta serie. Gracias a ella pudimos disfrutar de The wire, Breaking bad, Mad men, entre otras, complejas desde la narrativa, desde la estructura, que marcaron un antes y un después y que dejaron al cine como el hermano chico, incapaz de contar grandes relatos. Su estructura, sus saltos temporales, su poesía. Por ejemplo, como olvidar ese capítulo que abre con Seven souls, recitado por el mismo William Burroughs con música de Nine Inch Nails, por ejemplo, o el episodio en que Tony se plantea, como en el cuento de Cortázar La noche boca arriba, que en realidad la serie que hemos visto de un gánster de Nueva Jersey en realidad es el sueño de un hombre común corriente, un vendedor viajero, abandonado en un hotel, y que anhela ser un galán a la antigua, como Gary Cooper. Porque Tony habla de nosotros, como un espejo, tal como cuando fue Maine a dejar a su hija a la universidad y mira un letrero que dice: “Ningún hombre puede usar un rostro para sí mismo y otro para la multitud sin acabar confundido respecto a cuál es el verdadero”.

Nunca antes una serie nos había hecho pensar tanto.

*Natalia Marcos, periodista y crítica de El País

Tony Soprano supuso un cambio profundo en la televisión. Dio el pistoletazo de salida a una edad dorada de las series donde los hombres blancos con problemas, los antihéroes, fueron los protagonistas, tanto delante de las cámaras como detrás (la grandísima mayoría de esas series tenían detrás showrunners hombres). Era un personaje con el que te podías sentir identificado y al que esperabas que le fueran las cosas bien a pesar de que, como espectador, sabías que era un criminal y que su código moral no tenía nada que ver con el tuyo.

Después de Tony Soprano vinieron Don Draper, Walter White, Jimmy McNulty, Vic Mackey, Al Swearengen... Su influencia en esos personajes es incuestionable. Y en la televisión de ahora creo que también tiene eco, aunque en este caso como reacción o como respuesta a aquellos personajes. Frente a aquel dominio de los antihéroes masculinos ahora el panorama de personajes protagonistas y de historias es mucho más amplio y diverso, y de alguna forma, la puerta a este mundo más rico y variado la abrieron también aquellos hombres con problemas.

*Simón Soto, autor de Matadero Franklin y guionista

Sin quererlo o no, lo que hace David Chase con Tony Soprano es construir al último modelo del patriarca moderno como lo entendíamos. Llegar a eso, encontrar a un sujeto que cierra de alguna manera un periodo, que nos interroga como espectadores y como habitantes del momento que nos tocó, generalmente no se planifica, sino que funciona en cuanto a la mirada de un autor. Y cuando un autor indaga en esos materiales que domina o le interesan a veces ocurre este fenómeno que es capaz de interpelar a una o muchas generaciones.

Al representar a ese macho alfa que está en extinción y que encarna algunas virtudes pero sobre todo vicios de la masculinidad que ha sido muy crítica para la cultura moderna, el espectador se siente en una encrucijada moral muy compleja. Representa algo muy terrible pero Chase no trabaja solo con la capa más superficial del personaje, sino que aborda muchísimas más dimensiones de ese sujeto. Eso lo vuelve enormemente atractivo porque moralmente es muy complejo. Y lo es porque Chase se permite dotar a Tony de todos los apetitos posibles, desde la voracidad alimenticia y sexual hasta de poder. Las características del personaje están a un máximo volumen y eso colisiona, convirtiéndolo en algo inabarcable y muy difícil de asimilar. La ficción seriada está llena de personajes complejos y muy bien construidos (Breaking bad, Mad men), pero ninguno tiene tantas variables y aristas tan contradictorias entre sí.

*Mariana Levy, guionista de El presidente

Tony Soprano inauguró una camada de protagonistas con fallas, personajes masculinos que no todo lo pueden. Pero Los Soprano también contaba con una particularidad más específica. Hasta Tony, por lo general lo que pasaba era que las situaciones externas cambiaban al protagonista. Por ejemplo, en Six fet under, que es de la misma época y una gran serie, tienes a personajes con problemas pero el detonante de estos es externo, les cambia algo desde afuera. En Tony lo que tenemos es que el detonante es interno. Él pertenece y va a seguir perteneciendo al universo mafioso, pero empieza a tener ataques de pánico y a través de su nueva interioridad vemos ese mundo de gánsteres y cómo a él le cuesta seguir interactuando con este.

Si bien hay un montón de películas y series de mafia, en ellas es habitual que el acontecimiento sea externo, como una familia que pelea con la otra. En El Padrino los conflictos son más morales que psicológicos; en cambio, Tony tiene un conflicto psicológico, algo que ataca la masculinidad en el centro, porque en rigor, si eres Tony Soprano no podrías ir a terapia. Hablamos de un gran personaje por diseño de personaje: toda la serie está contenida en su subjetividad. No existiría Los Soprano sin Tony Soprano y ese conflicto.

Y las series de hoy no serían lo que son sin ella, no podemos no referirnos a ella si vamos a hacer ficción seriada. En algún punto es como Shakespeare, no creo que deje de tener influencia. Capaz que en 15 años sea otro el canon, pero hoy todavía nos estamos refiriendo a Los Soprano como algo fundante, como una época de las series en donde todo cambió.

*Julio Jorquera, director de Dignidad y Mary & Mike

Tony Soprano es un personaje fascinante, porque rompe con el estereotipo gansteril, se humaniza a través de sus contradicciones y cotidianidad. Su complejidad y tridimensionalidad logran empatía en el espectador, que siente un nivel de reconocimiento, tanto por sus problemas internos, como los más pedestres. A pesar de sus conductas delictuales, quiere y desea que logre sus objetivos, aunque sean políticamente incorrectos. De alguna manera, en el dilema moral, pueden resultar justos, debido a cómo la manera en que están articulados los conflictos del personaje y entre los personajes.

Su influencia en la ficción tiene que ver con lo anterior, con la manera en que se construyen los personajes en las series de TV: a través de la complicidad con la audiencia. Cuando se logra la fascinación por este, puedes viajar hacia cualquier historia.

*Julio Rojas, guionista de Caso 63 y En la cama

Tony Soprano. El gran Tony. Un viejo león herido. No sabes si ayudarlo o escapar. Cualquiera de las opciones te costará caro. Quizás es el personaje que más ha influenciado a generaciones de guionistas en la construcción de nuestro imaginario del gánster, del mafioso, del criminal lleno de áreas grises que uno teme, desprecia, ama, admira, todo por igual. Un mafioso vulnerable que da origen a la edad de oro de las series. Un padrino fracturado y perdido. El fin del estereotipo del líder sanguinario e insensible. El comienzo del hombre fracturado. Tony Soprano olfatea el fin del patriarcado y sabe que su poder tiene fecha de caducidad. Y a su manera, a la manera Tony Soprano, trata de deconstruirse y asiste a sus sesiones con la Dra. Melfi donde se siente tan vulnerable como cuando esta con su enemigo más poderoso. Porque la doctora le muestra lo que es: un niño en busca de atención que se pica cuando juega Monopoly, un bully triste que para sentirse vigente elige al azar a alguien del grupo para golpearlo y dar el mensaje de que, por muy débil que parezca, sigue siendo el gran Tony.

Tony ya es casi un lugar común para las nuevas generaciones, porque ya no se concibe escribir un personaje así, un villano sin mostrar su humanidad, sus crisis de pánico, sus inseguridades, y sobre todo sus dilemas morales. Fue el primer personaje de una serie que presentaba a un malo, traspasando los límites y empujando nuestros propios límites como espectador para considerar que quizás está bien lo que Tony hace.

Es que al tiempo que intenta ser un buen padre, o un buen hijo, y sobre todo que su familia, por muy disfuncional que sea, no lo parezca, debe tomar decisiones desagradables. Hay muchos agujeros en el bote de Tony y uno quiere ayudar a taparlos, pero Tony no nos ayuda. Eso es lo paradójico, esa es la relación abusiva que Tony ejerce con el espectador. Cuando uno lo va a odiar, ríe, y el encanto de James Gandolfini llena la pantalla, uno no puede dejar de sentir empatía y le perdonamos todo.

Hablamos de que Tony fue mucho antes que antes de Walter White... y hay mucho de deuda de un personaje en el otro. Es interesante que el “todo por la familia”, sea lo que sea que eso significa, los cruza a ambos. Se podría decir que con él llegan una nueva serie de personajes en la gama de los grises que son el fundamento de la edad de oro de la ficción en TV y luego en el streaming. Es clásica la anécdota sobre que HBO sugirió que quizás no debía matar. Eso lo ensuciaba como protagonista. Al menos no matar mientras acompaña a su hija a la universidad y encuentra al testigo protegido traidor. Esa contradicción de dos mundos en colisión, que fue considerada un problema por los ejecutivos, fue precisamente lo que abrió la puerta a un nuevo tipo de series. A la narrativa de ficción tal como la conocemos ahora. La narrativa de la moral en tensión.

Tony se mueve siempre entre dos mundos. Quiere ser italiano, pero también no. Quiere ser el orgullo de su casa, pero ama la calle. Quiere ser un líder fuerte, pero prefiere y desea estar con su psiquiatra. Quiere comprender a las mujeres, pero ni su madre ni su esposa ni la doctora se lo hacen fácil.

Punto aparte es su relación con la Dra. Melfi. Tras sus lentes, ella lo saca de su zona de confort, le muestra una realidad incomprensible, donde hay otro lenguaje aparte de la sangre, la venganza y la violencia. La realidad de la reflexión y la palabra. Eso no solo lo erotiza, sino que le muestra su oscuridad, le hace ver como lo que es. Un niño perdido entre el susto, el deseo y la violencia. Un niño grande que quiere llamar la atención.

Un bully que sabe que cuando salga de la escuela no será nadie.

¿Es bueno o es malo Tony Soprano?

Es solo Tony.

Y lo extrañamos.

*Marcelo Castañón, guionista de Soltera otra vez y Dime quién fue

En un documental póstumo acerca de la vida de Frank Sinatra, su hija cuenta que en sus años post apogeo, década de los 70, mucho antes de sus problemas de memoria, su padre “se sentía incómodo y le costaba entender el mundo”. Había cambiado tanto, que todos los códigos en los que se crio, y en que dominó como un gran macho alfa, ya no existían o estaban en franca decadencia. Algo de eso sucede con Tony. Evidentemente recoge la herencia de Scorsese y Coppola, pero David Chase lo inserta en un escenario en que la propia masculinidad y el rol del hombre en la sociedad están en entredicho. Es un personaje que vive en un mundo que siente hostil y que para sobrevivir necesita validarse a pesar de sus propios cuestionamientos (porque los del resto son menores para él al final).

Es el inicio del antihéroe que ejecuta, que “hace lo que tiene que hacer”, pero cuyas acciones son menos relevantes que las preguntas que ellas le generan en su vida. El que habita no es el mundo de su padre, menos el de su abuelo. Pero aunque le cueste aceptarlo, sabe que tampoco será el de sus hijos. Los Soprano en eso fue un giro completo en la manera de trabajar las series serializadas y el big bang del fenómeno de crítica e impacto cultural que tienen hoy día. La construcción de personajes cobró más relevancia que nunca, profundizándose en sus virtudes y habilidades, pero también en sus miserias y deseos ocultos. La gracia empezó a estar en que, aunque el personaje no lo sepa, una cosa es lo que “quiere”, y otra muy distinta es lo que “necesita”.

Ese espacio nos abre Tony, en bata y pantuflas, con un arma en la mano. Es un espacio íntimo, rudo y crudo, pero a la vez muy complejo y contradictorio que está en constante tensión. Sin Tony, no podría haber un Walter White, y llevado al extremo, tampoco un BoJack Horseman. Pero bueno, todo esto al gran Bada Bing le importa un pepino, porque él dirige un negocio, “no un puto concurso de popularidad”.

Sigue leyendo en Culto