“¿Ves ese bosque?, esa es la tumba”: la particular relación de Nicanor Parra y Roberto Bolaño

El hombre de Poemas y antipoemas era el poeta favorito de Bolaño. De hecho, comenzó a leerlo a temprana edad y una vez que volvió a Chile, siendo ya un autor conocido, fue a visitar al vate. Acá damos cuenta de un vínculo que unió a dos de los más importantes escritores nacionales, incluso tras la muerte del autor de 2666.


A sus 19 años, Roberto Bolaño Ávalos, llevado por el espíritu arrojado de los jóvenes decidió emprender un viaje a su país natal. Corría 1973, por entonces, ya vivía en México, así que desde ahí emprendió un larguísimo periplo en que combinó tramos en bus, en barco e incluso a dedo. Finalmente, llegó a Chile en agosto, pocas semanas antes del golpe militar que derrocó a Salvador Allende. Al seguir hacia el sur, en Concepción, fue detenido por un breve tiempo. Pero lo relevante ocurrió en Santiago, ya que en una perdida librería de la capital adquirió un ejemplar de Artefactos, de Nicanor Parra, a quien ya venía leyendo desde hace unos años.

Como lector de toda la vida, Bolaño tenía su corazón puesto en la poesía, que además es la gran protagonista de varios de sus libros (Los detectives salvajes es el ejemplo más común, pero también partes de 2666 o Estrella distante). Como se puede leer en algunos de sus poemas notables como Prosa del otoño en Gerona, Bolaño tenía un estilo bastante singular, poco cercano al endecasílabo habitual en la poesía. Él mismo, en la recordada charla con La belleza de pensar de 1999, lo definió así: “Yo como poeta no soy nada lírico, soy totalmente prosaico, cotidiano”.

Y ello tenía una explicación, que se encuentra en la frase que sigue inmediatamente: “Mi poeta favorito es Nicanor Parra…él lo dice, no habla de crepúsculos ni de damas recortadas sobre el horizonte sino de comidas y luego de ataúdes, y ataúdes y ataúdes”. Además, Bolaño entendió como pocos la dimensión profunda del trabajo de Parra: “La antipoesía es poesía, de eso no hay ninguna duda. El manifiesto antipoético de Nicanor es poesía de la más pura”.

Roberto Bolaño

Si bien, desde su época viviendo en España había desarrollado un intenso intercambio de cartas con Enrique Lihn -otro de sus favoritos-, con Parra nunca tuvo un acercamiento formal hasta 1998, cuando volvió al país tras 25 años. Aquella vez fue invitado a participar como jurado en el Concurso de Cuentos de la revista Paula, así que llegó junto a su mujer, Carolina López, y su hijo Lautaro, de 8 años. Además, bajo el brazo portaba el Premio Herralde de Novela por Los detectives salvajes. De a poco, comenzaba a dejar atrás los años de anonimato.

Fue en ese periplo cuando ocurrió su primera visita a Las Cruces, a la casa de Nicanor Parra, a instancias de su amigo Marcial Cortés-Monroy y de Alexandra Edwards. Por fin, conocería a su ídolo en persona. “Para mí, Parra es desde hace mucho tiempo el mejor poeta vivo en lengua española. Así que la visita me pone nervioso. Bien pensado, no debería ser así, pero la verdad es que estoy nervioso, por fin voy a conocer al gran hombre, al poeta que duerme sentado en una silla, aunque su silla, en ocasiones es una silla taladradora, subterránea, en fin, que voy a conocer al autor de los Poemas y antipoemas, el tipo más lúcido de la isla-pasillo por la que deambulan, de punta a punta y buscando una salida que no encuentran, los fantasmas de Huidobro, Gabriela Mistral, Neruda, De Rokha y Violeta Parra”, anotó el mismo Bolaño en Fragmentos de un regreso al país natal, que se encuentra en el volumen A la intemperie (Alfaguara, 2019).

Así, Bolaño llegó a la casa del antipoeta. “Sus primeras palabras, después de saludarnos, son en lengua inglesa. Es la bienvenida que ofrecen a Hamlet unos campesinos de Dinamarca. Después Nicanor habla de la vejez, del destino de Shakespeare, de los gatos, de su primera casa de Las Cruces, que se quemó, de Ernesto Cardenal, de Paz, a quien estima más como ensayista que como poeta, de su padre que tocaba instrumentos musicales y de su madre que fue costurera y que con los restos de tela fabricaba camisas para él y para sus hermanos, de Huidobro, cuya tumba se ve desde el balcón, al otro lado de la bahía”.

La tumba de Huidobro permitió que ambos compartieran un particular momento, conectados, claro por la pasión por la poesía. “¿Ves ese bosque?, dice Parra. Sí, lo veo. ¿Cuál bosque ves?, dice Parra que no en balde fue profesor, ¿el que está arriba o el que está abajo?, ¿el de la derecha o el de la izquierda? Los veo todos digo yo…bueno, mira el bosque de la izquierda, dice Parra…en la parte de arriba del bosque hay una mancha blanca, dice Parra…veo la mancha blanca, digo. Esa es la tumba de Huidobro, dice Parra”, relató Bolaño en Entre paréntesis.

La charla, según relata Bolaño, transcurrió por varios temas, hasta que, en un momento, el oriundo de San Fabián de Alico se ausentó por unos momentos para subir al segundo piso de la vivienda. “Luego baja con un libro para mí (que tengo, desde hace años, la primera edición, Nicanor me obsequia la sexta) y que me dedica, y entonces yo le doy las gracias por todo, por el libro que no le digo que ya lo tengo, por la comida, por las horas tan agradables que he pasado con él y con Marcial, y nos decimos hasta luego, aunque sabemos que no es hasta luego”.

Nicanor Parra

Al año siguiente, 1999, Bolaño regresó al país. Y por supuesto, repitió la visita a Las Cruces, ahora acompañado de un amigo, el editor y crítico literario español, Ignacio Echevarría. “El encuentro fue deslumbrante, primero en la casa de Nicanor y luego en un restaurante cercano que él frecuentaba: el Kaleúche. Allí desplegó Parra todas sus artes de seducción, que eran muchas y muy poderosas (le vi ejercitarlas luego en otras ocasiones, siempre con los mismos efectos). La comida en el Kaleúche fue inolvidable, y quedó documentada con unas fotos estupendas de Alexandra. Inevitablemente, me convertí en un ‘parriano’ incondicional”, recuerda el mismo Echevarría en conversación con Culto.

Para el hispano, la antipoesía de Parra influyó la obra de Bolaño desde sus orígenes. “Cuando viaja a México, Bolaño ya se lleva a Parra en la mochila. No puede entenderse bien la obra de Bolaño sin tener esto en cuenta, por mucho que Bolaño sea un poeta y un escritor de raigambre esencialmente romántica. Precisamente por eso el cortocircuito que para él supuso la poesía de Parra tuvo efectos enormemente positivos”.

Otro punto crucial en que Parra repercutió en la vida de Bolaño tuvo que ver con cómo este administró su trayectoria como escritor. “Durante sus últimos años, en que comenzó a gozar de una fama incipiente, Bolaño, que justamente conoció personalmente a Parra en esas fechas, tomó buena nota de su actitud y de su personaje público. Aprendió de él cómo guardar las distancias, como atacar siempre desde fuera y mantenerse al margen. Yo me burlaba del hecho de que, como Parra, Bolaño viviera en una población costera a cien kilómetros de Barcelona, dejándose venerar por los poetas y escritores que empezaban a acudir allí en busca de su bendición”.

Y a renglón seguido, Echevarría agrega: “Los ‘discursos insufribles’ de Bolaño, esas charlas que comenzó a dar cuando le empezaron a pedir que acudiera a congresos y simposios, no se entienden sin el precedente de los ‘discursos de sobremesa’, por mucho que empleen estrategias casi opuestas”.

La última vez que Parra y Bolaño se vieron fue en 2001, con ocasión de la exposición Artefactos visuales, dedicada al antipoeta, organizada por la Fundación Telefónica. En la ocasión, el autor de Nocturno de Chile escribió un entusiasta texto para el catálogo de la muestra, donde no escondió su fanatismo. “El que sea valiente que siga a Parra. Sólo los jóvenes son valientes, sólo los jóvenes tienen el espíritu puro entre los puros. Pero Parra no escribe una poesía juvenil. Parra no escribe sobre la pureza. Sobre el dolor y la soledad sí que escribe; sobre los desafíos inútiles y necesarios; sobre las palabras condenadas a disgregarse así como también la tribu está condenada a disgregarse. Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado. El poeta mexicano Mario Santiago, hasta donde sé, fue el único que hizo una lectura lúcida de su obra. Los demás sólo hemos visto un meteorito oscuro. Primer requisito de una obra maestra: pasar inadvertida”.

“Ni siquiera los seguidores de Parra han podido con Parra. Es más, yo diría, llevado seguramente por el entusiasmo, que no sólo Parra, sino también sus hermanos, con Violeta a la cabeza, y sus rabelesianos padres, han llevado a la práctica una de las máximas ambiciones de la poesía de todos los tiempos: joderle la paciencia al público”.

Tras la muerte de Bolaño, en 2003, Parra accedió a que se editaran sus Obras completas, a modo de homenaje a su amigo. De alguna manera, los ataúdes los siguieron uniendo.

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