“Cada día me canso más, cada día estoy peor”: se reeditan las deslenguadas entrevistas de Roberto Bolaño

Bolaño por sí mismo, se llama el volumen editado por el periodista Andrés Braithwaite -quien fuera amigo del autor de Los detectives salvajes- donde se compilan las entrevistas que el escritor dio en vida. Original de 2006, vuelve a circular en los escaparates. En sus páginas, el autor se mostraba expansivo y directo, “graciosísimo pero no graciosillo”.


Conversador empedernido, Roberto Bolaño Ávalos entendía la charla como un arte tan relevante como la literatura. En una entrevista con este medio en 2000, fue consultado dónde desearía vivir, y su respuesta fue reveladora: “Si tuviera mucho dinero, en Andalucía, sin escribir ni hacer nada, pasándome el día en los bares y conversando”.

Es por ello, que al revisar las entrevistas que dio en su vida, se le observa como un charlador nato, dando respuestas inteligentes, ingeniosas, llenas de un agudo sentido del humor. Por supuesto, siempre se las arreglaba para hablar sobre su gran amor: la literatura.

Entonces, no es de extrañar que en 2006, tres años después de su muerte, uno de sus amigos, el periodista Andrés Braithwaite -quien recibía y editaba las columnas que escribía el autor de Los detectives salvajes en Las Últimas Noticias- publicó un libro donde reunía parte de esas entrevistas. Se llamó Bolaño por sí mismo.

“La edición original me la propuso Matías Rivas, el director de Ediciones UDP, el 2005, como dos años después de la muerte de Bolaño, y le dije ‘ya, démosle’. Él me contestó: ‘Entonces ya, démosle’”, comenta Braithwaite a Culto. “En carne y hueso, Bolaño era un conversador formidable, modesto, graciosísimo pero no graciosillo, generoso con quien tenía al frente”.

Hoy, Bolaño por sí mismo vuelve a los escaparates nacionales de mano de editorial Bastante, que ha reeditado el libro. El volumen reúne entrevistas completas concedidas por Bolaño, además de una sección con frases sueltas (Balas pasadas) que incluye nuevo material. “Eran declaraciones huachas realizadas por él al bajarse de un taxi o tras la presentación de un libro y que fueron consignadas por algún medio; no podría decir que entre unas y otras no se me escapó ninguna, pero en una de esas podría decir que no se me escapó ninguna”.También cuenta con un epílogo escrito por Alejandro Zambra.

Braithwaite recuerda cómo fue el proceso de recopilación del material. “Primero recabé la mayor cantidad posible de entrevistas a Bolaño aparecidas en diarios, revistas, sitios digitales, folletos, programas de televisión, prospectos, agencias informativas, etcétera, en castellano o en francés o en italiano o en chileno”. Además, hay a contrapelo de lo que se podría pensar, no era mucho lo que se podía recabar.

“El universo posible no era tan extenso, pues Bolaño no dio demasiadas entrevistas, porque su celebridad o famosidad en vida fue bastante breve”. Lo último es un detalle crucial. Ocurre que la fama de Bolaño se vio exponencialmente amplificada tras su muerte, en julio de 2003. En vida, si bien alcanzó cierto reconocimiento, no era una súper estrella literaria como hoy.

“Escogí las entrevistas que me parecieron más completas, compactas, interesantes, divertidas, redondas, emotivas, carnosas o inteligentes, ya fuera por aspectos netamente literarios o por singularidades biográficas de Bolaño, que para el caso era, es, más o menos lo mismo; de resultas, seleccioné diez u once textos íntegros, los que componen la primera parte del libro (La literatura o la vida), y de los restantes –como en términos generales se repetían hasta el hartazgo con los anteriores, aunque solo por ráfagas– extraje una respuesta por aquí y otra por allá, y con ellas armé la segunda parte (Balas pasadas), que a lo mejor puede leerse como una especie de catálogo de sentencias, e incluso de aforismos, de Bolaño, vaya uno a saber: de cualquier manera, rechupeteé hasta el último huesito para no desperdiciar nada”.

¿Cómo y por qué se dio la chance de que Zambra escribiera el epílogo?

Como la edición anterior del libro, la de Ediciones UDP, ya se había acabado, para la de ahora, de Bastante, me pidieron que le metiera un bonus track o algo por el estilo. Qué mejor, me entusiasmé, que pedirle a Zambra un epílogo, una coda, considerando que es lejos el mejor escritor chileno contemporáneo, y que aquí fue él quien primero aquilató la real envergadura de la obra de Bolaño, incluidos sus intersticios más inimaginables. Entonces le pregunté si podía contar con él para el efecto, y me dijo al tiro que sí. Además, para eso son los amigos, entre un montón de cosas.

En su epílogo, el autor de Bonsái entrega una notable pincelada de cómo era el Bolaño entrevistado: “Sus contundentes respuestas están repletas de digresiones festivas e inesperadas, coqueterías, mezquindades, exabruptos, ideas fijas, contradicciones, declaraciones de amor y de guerra, brevísimas y acaloradas lecciones de teoría literaria y de historia literaria, además de unos cuantos chistes privados entremezclados con otros muy públicos y más bien viejos, pero contados con inédita gracia y lozanía”.

La parte del entrevistado

Las mismas respuestas de Bolaño ahorran casi cualquier comentario. Por ejemplo, en febrero de 2002 fue consultado por El Mostrador si acaso era deber de los escritores pronunciarse sobre su contingencia. “El único deber de los escritores es escribir bien y, si puede ser, algo mejor que bien; intentar la excelencia. Después, como individuos, que hagan lo que quieran; a mí eso me importa poco. Que sean coleccionistas de latas de cerveza o aficionados al fútbol, perritos falderos de la primera dama o heroinómanos”.

También daba cuenta de su particular vínculo con Chile, o al menos, cómo lo sentía en ese 2002. “Me gustan algunas cosas del Chile actual. Pero también me gusta un Chile más o menos fantasmal y un Chile inexistente y un Chile literario. Aunque creo que el Chile que más me gusta es el Chile gastronómico”.

En 2001, con Paula, se explayó en terrenos algo más íntimos. Por ejemplo, confesó cuál era su costumbre más sórdida: “Ver programas de telebasura a altas horas de la madrugada. Es mi costumbre sórdida actual. En el pasado posiblemente tuve algunas costumbres sórdidas que ya he olvidado y que con toda seguridad eran más inocentes que la actual. Por otra parte, lo sórdido es un misterio y en el momento en que se convierte en una costumbre deja de ser sórdido”.

También fue consultado cómo enfrentaría la adolescencia de su hijo mayor. “Con resignación cristiana. Dispuesto a recibir todos los escupitajos que él quiera o tenga a bien lanzarme y que yo sin duda me merezco”.

En 2005, se publicó una entrevista póstuma en la revista cultural Turia. “Para mí, el mayor poeta de Chile es Nicanor Parra y después de Nicanor Parra, Neruda es uno de ellos, sin duda. Neruda es lo que yo pretendía hacer a los veinte años: vivir como poeta sin escribir. Neruda escribió tres libros muy buenos; el resto, la gran mayoría, son muy malos, algunos verdaderamente infectos”.

En Cuadernos Hispanoamericanos, de octubre del 2000, señaló: “Me contaron que Donoso, cuando se estaba muriendo, le pedía a su hija que le leyera Altazor. A mí me pareció una pesadilla: imaginarme yo muriendo y alguien que me leyera Altazor sería la peor putada que me podrían hacer. Debe ser infernal. Morirse y que las últimas palabras que uno escuche sean las de Altazor. Qué horror”.

En la misma, agregó una particular anécdota: “A mí me encanta Cortázar. Lo conocí, además, en México hace muchísimos años. Para mí fue como conocer a un dios. Además, parecía un dios: era guapísimo, altísimo, jovencísimo. Lo vimos por la calle. Estaba con Carlos Fuentes, cada uno con su respectiva mujer, y nosotros solo vimos a Fuentes y seguimos de largo, porque lo odiábamos. Pero, de repente, uno dijo: ‘¿No era Cortázar el que estaba con Fuentes?’. Y acto seguido volvimos y estuvimos hablando con él. Estaban esperando un taxi que, afortunadamente, tardó horrores en llegar. Cortázar para mí es como hablar de Papá Noel”.

“Yo sigo con atención pero con profundo aburrimiento lo que se produce en Chile, porque realmente lo que se produce está mal, pero muy mal. Chile parece estar condenado a no salir de ese círculo infernal entre Augusto D`Halmar y el peor José Donoso, de todos los José Donoso que hubo. Y que en la época actual vendría a ser un ping-pong infernal entre Skármeta y Luis Sepúlveda. O entre Luis Sepúlveda e Isabel Allende. Es que Chile no es un país de novelistas, ha tenido pocos: Chile es un país de prosistas, que es otra cosa”.

También se incluye la última entrevista que concedió Bolaño, y que fue publicada solo días después de su muerte, en julio del 2003, en la revista Playboy de México, y que realizó la periodista argentina Mónica Maristain. Quizás sintiendo la sombra de la muerte, en los frenéticos días donde trataba de terminar su novela 2666, fue particularmente lenguaraz.

“La Real Academia es una cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está Olvido García Valdez, no recuerdo si está Álvaro Pombo (probablemente si está se deba a una equivocación), pero está Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia brasileña”.

“Cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?”.

“El oficio en el que mejor me he desempeñado fue el de vigilante nocturno de un camping cerca de Barcelona. Nunca nadie robó mientras yo estuve allí. Impedí algunas peleas que hubieran podido terminar muy mal. Evité un linchamiento (aunque de buena gana, después, hubiera linchado o estrangulado yo mismo al tipo en cuestión)”.

“Me conmueven los lectores a secas, los que aún se atreven a leer el Diccionario filosófico de Voltaire, que es una de las obras más amenas y modernas que conozco. Me conmueven los jóvenes de hierro que leen a Cortázar y a Parra, tal como los leí yo y como intento seguir leyéndolos. Me conmueven los jóvenes que se duermen con un libro debajo de la cabeza. Un libro es la mejor almohada que existe”.

“Cada día escribo peor”

En la sección de Balas pasadas, también se encuentran algunas joyas del acervo bolañesco. Por ejemplo, cuando habla de por qué cambió México por España: “Una de las razones por las que partí a España es que en México había roto con mi compañera, la primera chica con la que viví. Me fui porque ya no soportaba tanto desamor, como diría la ranchera. Si me quedaba en México me iba a colgar, sabía que me iba a morir. Muy fuerte, muy, muy fuerte. Nunca más he vuelto a sufrir tanto como cuando me dejó esa mujer del carajo. Dios la confunda, mala mujer”.

También se refirió -en su estilo- a la dinámica de la escritura. Es decir, al cómo llevar adelante el oficio de escritor. Esto es interesante si se considera que Bolaño -como Enrique Lihn- fue prácticamente autodidacta en cuanto a materia literaria, ya que no terminó la educación secundaria y menos pisó la universidad.

“Cuando reescribo me doy cuenta de lo malo que soy como escritor. Yo he visto manuscritos de Faulkner o de Proust sin una tachadura. Aunque mejor que ellos es Stendhal, que escribió La cartuja de Parma a la primera y en cincuenta y tres días. Es para ponerse a llorar”.

Roberto Bolaño

Acá comentó cuál era su ritual para escribir. “Escucho música con auriculares y a todo volumen. Tampoco puedo ponerme a escribir sin tomar antes una infusión de manzanilla con miel. Si no tengo, no puedo ponerme a trabajar hasta que salgo a comprarla. Y luego el tabaco, claro: necesito fumar”.

En 2002, un año antes de morir, hizo un autoexamen bastante crudo y negro: “Cada día escribo peor, cada día me canso más, cada día estoy peor. Los años no traen ni sabiduría ni serenidad. Nos hacemos más feos y probablemente más malos”. En ese mismo año comentó: “Artaud decía que escribir era una marranada, que todos los escritores eran unos cerdos, sobre todo los de ahora. Lo suscribo. Sin embargo, pese a todo, continúo admirando a los jóvenes escritores. De la misma forma en que admiro a los jóvenes boxeadores”.

También hizo una referencia -en modo de juego- a un destino que le habría gustado tener muy en la línea con su gusto por la novela negra y policial. “Yo tendría que haber sido detective privado y seguramente ahora ya estaría muerto. Habría muerto en México a los treinta, a los treinta y dos años, balaceado en una calle, y hubiera sido una bonita muerte y una bonita vida”.

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