El renaciente, el bar de las últimas cosas

bar el renaciente

En un momento las ventanas tenían pintado el nombre del local: El Renaciente. Ahora se despintó y nadie ha vuelto a pintarlo, con lo cual el bar es como el Álbum Blanco de Los Beatles, no tiene nombre.


Cada vez son menos los bares donde la gente se puede sentar a comer y también contarse cosas. En Buenos Aires, la mayoría de los bares viejos están muriendo o mutando en otras cosas. Y a los que todavía resisten les han puesto luces dicroicas, televisores que te bombardean desde diferentes ángulos y música funcional. Todo para que no puedas hablar.

El narrador -como quería Walter Benjamin- va a tener que mudarse a otro lado para seguir contando la historia que nos mantiene vivos como sociedad. Si él se calla, estamos fritos. Se acaba la posibilidad de conseguir experiencia. Pienso en esas partes del Libro de los Pasajes que él dejó inéditos en una valija después de suicidarse y donde narra la importancia de los bares en París. Dentro de poco, las selfies van a ser sobre fantasmas. Aunque, hay que decirlo, la selfie es el momento en el que varias personas deciden dejar de tener experiencia para sacarse… una selfie.

En la esquina de Medrano y Gorriti -en el barrio de Almagro- queda el bar El Renaciente. Está ahí desde 1964 y el dueño es el gallego Insúa. Es una casa vieja con dos entradas, techos altísimos, ventiladores asmáticos en el verano y la única estufa en invierno es el sol que entra a raudales por los ventanales. En un momento las ventanas tenían pintado el nombre del local: El Renaciente. Ahora se despintó y nadie ha vuelto a pintarlo, con lo cual el bar es como el Álbum Blanco de Los Beatles, no tiene nombre.

Para darles una idea, el bar es como un restaurante viejo de Recoleta, esa zona que yo a veces visito cruzando el Mapocho que corre de manera automática por debajo del puente. Pero volvamos al Renaciente, entre sus habitués se lo conoce como "El bar de José", cuando éste estaba activo y todavía atendía sus mesas y dirigía su cocina.

Después se lo llamó "el bar de Carmen". "¿Vamos a lo de Carmen?", me decían mis amigos. Carmen es la mujer de José y durante un tiempo era la moza del bar. Ahora los dos están retirados y las que siguen con el bar son las chicas, Mabel e Irene. Así que ahora decimos: "¿Vamos a comer a lo de las chicas?".

¿Qué se come? Lo que acá se llama comida de olla: pescado con puré, morrones rellenos, lentejas, pollo a la provenzal, canelones. Todo fresco y extraordinario. Una cocina potente y sabrosa, a la contra de la cocina molecular de porciones ínfimas y precios astronómicos.

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Foto: gentileza de Guillermo Navarro[/caption]

En el 98 fui a vivir cerca del bar. Durante un tiempo pasaba por su puerta sin animarme a entrar y miraba la concurrencia. ¿Conocen la canción "Common People", de Pulp? ¿La historia de esa chica que le dice al narrador que quiere conocer gente común? Bueno, en este bar eso es lo que sobra: taximetristas, jóvenes estudiantes, empleados de los talleres mecánicos de la zona, mujeres entradas en años, hombres viejos solitarios, familias, hasta un joven que entra con su perro disciplinado para estar debajo de la mesa.

Un día entré y nunca más me fui. Es un lugar que me produce felicidad. Irene, una de las dueñas, y moza, y cocinera, es también terapeuta lacaniana, así que cuando yo estaba escribiendo unos ensayos donde desarrollaba teorías del maestro francés, le preguntaba a ella qué le parecían: me explicó a la perfección mientras me pasaba la sal, la teoría del fantasma en Lacan.

Una tarde, cuando todavía era un cliente nuevo, unos yanquis le hablaban a José en inglés y él no entendía nada. Me pidió -yo estaba en una mesa cercana- que lo tradujera. Era la primera vez que me prestaba atención. Los tipos eran del equipo de U2 que estaba tocando en Argentina en su gira mundial y querían alquilar el local un sábado completo, porque se lo habían recomendado a Bono.

Le traduje a José eso y le aclaré que le querían alquilar el bar completo y todo el sábado, lo cual le convenía -le dije-, porque el sábado ellos cierran a la noche y acá se lo pagaban entero. También le dije que si venían los U2 a comer era probable que el lugar se convirtiera en un bar de culto debido al esnobismo de los argentinos. Esto último se lo dije aunque era algo contrario a mis intereses, ya que después de la visita de U2 era probable que los que íbamos siempre no podríamos conseguir lugar.

Pero la respuesta de José me descolocó. Me dijo: "Deciles que yo no puedo cerrar el bar un sábado, que no les puedo hacer eso a mis clientes. Lo siento". Les trasmití eso y los hombres duplicaron la oferta. José se mantuvo firme. Y dijo: "Me voy a la cocina, que hay mucho trabajo". Le dijo a Bono, Vo no. Les comuniqué esto a los yanquis y ellos se rieron y se sentaron a comer en la mesa de al lado mío.

A las semanas compré el diario para leer mientras almorzaba en lo de José y una de las notas era: "Bono fue a comer al bar El Obrero. Quedó fascinado". El Obrero es un bar de La Boca y a partir de que fueron los miembros de U2 a hincarle el diente se convirtió en un bar de culto que hasta el día de hoy hay que hacer cola para poder entrar. Yo apenas terminé estas líneas en el invierno argento, me voy a comer polenta con estofado al "bar de las chicas", el bar que no tiene nombre y que ahora está en peligro, porque los dueños que les alquilan las instalaciones lo quieren vender. De hecho, hay un cartel de "en venta".

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Foto: gentileza de Guillermo Navarro[/caption]

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