La destruida (y olvidada) ciudad Inca en el Mapocho que originó la fundación de Santiago

La fundación de Santiago, óleo de Pedro Lira

Fundada en 1541 por Pedro de Valdivia en su afán por llegar hasta el estrecho de Magallanes, Santiago de la Nueva Extremadura fue la primera ciudad levantada en el actual territorio chileno. Pese a que durante años primó la idea de que se levantó la edificación casi desde la nada, la historia ha probado que la zona era bastante activa. Los expertos revelan las claves tras la ocupación española y dan cuenta de la fuerte presencia incásica en el valle del Maipo.


Entre litres y tupidos arbustos, un par de aborígenes cayeron prisioneros de los españoles y fueron conducidos a la presencia del jefe de la hueste, el capitán Pedro de Valdivia. Seguro por sus cabezas pasaron los aciagos recuerdos de la expedición de Diego de Almagro, que había pasado por allí solo cinco años antes, y temieron por su integridad y sus vidas.

Pero los hechos fueron distintos. No solo no se les hizo daño alguno, sino que Valdivia aprovechó la ocasión para pedirles a los prisioneros que volvieran y trajeran a sus jefes, pues quería conversar con ellos.

Y así fue. Un grupo de jefes locales llegó a reunirse con Valdivia, quien con intérpretes incas mediante, les explicó que él y su hueste venían a instalarse en el valle del Mapocho y establecer ahí, una ciudad. Estos, lo miraban con mal disimulada desconfianza.

“Las crónicas y las cartas de Pedro de Valdivia (en las manos de Juan de Cárdenas o Joan Cardeña), brindan indicios de que Valdivia hizo una explicación formal de lo que haría en el Valle de Mapocho. La idea del ‘sustentar y poblar’; que debe entenderse como asentar una población hispana y tener para darles de comer a partir de los recursos locales y las semillas y animales traídos”, explica el historiador Fernando Ulloa.

Esa tarde, bajo el sol del valle, Valdivia les dejó claro a los sorprendidos indígenas que venía para quedarse.

"Dejar memoria y fama de mí"

En rigor, Pedro de Valdivia venía al territorio de Chile como un subordinado. Concretamente, como teniente de gobernador de Francisco Pizarro, entonces al mando del Perú. Nacido en la región española de Extremadura -tal como Hernán Cortés y el mismo Pizarro-, era un hidalgo, es decir, pertenecía a la baja nobleza, por lo que comenzó tempranamente su carrera en las armas.

Había llegado a América en 1535, para participar en la conquista de la actual Venezuela, luego, en 1538 pasó al Perú, donde se unió a la hueste de Francisco Pizarro. Hasta ahí, nada tan distinto a lo que hacían los aventureros españoles en las nuevas tierras.

Sin embargo, en su fuero interno, Valdivia buscaba algo más que simplemente ser parte de la fortuna de otros. Pensaba construir él mismo su futuro, y más aún, tal como Pizarro, ser señor de su propia gobernación. Como lo dice él mismo en sus cartas al rey Carlos I, dejar memoria y fama.

“En lo de adelante, que no deseo sino descubrir y poblar tierras a V. M., y no otro tengo otro interés, junto con la honra y mercedes que será servido de hacer por ello, para dejar memoria y fama de mí, y que la gané por la guerra como un pobre soldado, sirviendo a un tan esclarecido monarca”.

Pero no fue fácil. Ocurre que Valdivia ayudó a Pizarro en la guerra civil que mantuvo con Diego de Almagro y que finalmente terminó con la derrota del otrora explorador del territorio chileno. Por supuesto, el vencedor recompensó a Valdivia con riquezas, pero quedarse sentado viendo pasar las ruedas no era lo suyo. Ya había escuchado hablar de la fallida expedición de Almagro, en 1536, y decidió pedirle permiso a Pizarro para intentarlo por su cuenta.

Como cuenta el mismo Valdivia en una carta posterior, no recibió ayuda económica alguna por parte del gobernador del Perú, lo que en todo caso, era una costumbre de esos tiempos, ya que cada conquistador debía financiar la empresa a su costo. El Estado solo otorgaba la autorización. Valdivia entonces, debió endeudarse.

Pedro de Valdivia, retrato de Federico Madrazo (1854)

“Debo por todo lo que se gastó ciento y diez mil pesos, y del postrero que vino me adeudé en otros sesenta mil y están al presente en esta tierra doscientos hombres, que me cuesta cada uno más de mil pesos puesto en ella”, contó él mismo en sus cartas al rey Carlos.

Pero no solo tenía que obtener dinero, también gente que quisiera venir a acompañarlo. Eso resultó complicado, debido a la mala fama que Chile había obtenido por la expedición de Almagro, donde no encontró las riquezas que venía a buscar. Solo al escuchar el nombre, la gente le daba la espalda a Valdivia.

“Sepa V. M. que cuando el marqués don Francisco Pizarro me dio esta empresa, no había hombre que quisiese venir a esta tierra, y los que más huían de ella eran los que trajo el adelantado don Diego de Almagro, que como la desamparó, quedó tan mal infamada, que como de la pestilencia huían de ella”, cuenta Valdivia, quien no dudó en gastar la fortuna que había recibido de Pizarro para financiar su aventura.

Pero la perseverancia pudo más, y, a pulso, Valdivia reunió dinero y gente. La idea, según sus cartas, era explorar y poblar hasta el estrecho de Magallanes. “Donde el adelantado [Almagro] no había perseverado, habiendo gastado él y los que en su compañía vinieron más de quinientos mil pesos de oro; y el fruto que hizo fue poner doblado ánimo a estos indios; y como ví el servicio que a V. M. se hacía en acreditársela, poblándola y sustentándola, para descubrir por ella hasta el Estrecho de Magallanes y Mar del Norte”.

Finalmente, tras recurrir a jugosos préstamos de mercaderes y otros especuladores, Valdivia logró reunir una hueste de 150 hombres más indígenas de servicio y partió al sur. A Chile. No lo sabía, pero no iba a llegar a una tierra yerma, despoblada y sin rastro de civilización a construir desde cero. Más bien, sería todo lo contrario.

Con la virgen en la montura

Fueron cerca de once meses los que le tomaron a la hueste de Valdivia llegar desde Cuzco a la zona del valle del Mapocho. El camino fue por el desierto de Atacama, con el fin de evitar el desastroso viaje cordillerano que hizo Diego de Almagro.

Sin mayores contratiempos -salvo un intento de motín sofocado de manera brutal por el extremeño- el grupo avanzó hasta llegar a la zona del valle del Copiapó. Allí aún recordaban al viejo Almagro y sus brutales castigos -por ejemplo, quemar vivos a unos jefes indígenas a modo de escarmiento por la muerte de tres compañeros suyos-, por lo que el recibimiento fue hostil, y se expresó en el hecho de que los lugareños escondían sus alimentos, víveres y ropajes de la vista de los españoles.

Pero Valdivia no se amilanó, y decidió seguir paso adelante para fundar una ciudad, no tan cerca del Perú, para de algún modo, afirmarse como un poder independiente.

En la hueste, venía una sola mujer, Inés de Suarez (a quien había conocido en Perú); además de tres sacerdotes y algunos de los compañeros de la expedición de Almagro, acaso disputándole a la vida una ansiada revancha. En sus alforjas de montura, traía una imagen, la Virgen del Socorro (sin el “Perpetuo”), a quien dedicó una de las primeras iglesias que se construyó en Santiago, la de los franciscanos. Hoy, la estatuilla puede verse en el altar mayor de la iglesia de San Francisco, en plena Alameda.

Inés de Suárez

Así, hacia el verano de 1541, con un tiempo espléndido, la hueste arribó al fértil valle del Mapocho, por entonces bajo ocupación de los incas. Allí ocurrió el incidente en que organizó la asamblea con los jefes locales, en que les explicó a lo que venía.

Y como hablaba en serio, notó que había un terreno entre las edificaciones indígenas que le pareció de fácil defensa. Estaba delimitado entre las faldas del Huelén y los dos brazos del río Mapocho. Era el terreno de la actual Plaza de Armas. Allí, el castellano fundó la ciudad, Santiago de la Nueva Extremadura, el 12 de febrero. A continuación, el alarife Pedro de Gamboa -quien luego perdería un ojo en batalla y quedaría sordo-, procedió, con cordel, a trazar la ciudad.

La dividió en cuadros de 150 varas cada uno (unos 130 metros por lado, algo así como dos canchas de fútbol profesional). Esos cuadros, a su vez, se dividieron en cuatro solares iguales que se repartieron a los conquistadores, quienes, como encopetado privilegio, comenzaron a ser nombrados como "Vecinos de solar conocido".

La ciudad inca del Mapocho

Durante años, la imagen más común de la fundación de Santiago circuló en los antiguos billetes de 500 pesos. En este figuraba una reproducción del cuadro pintado por Pedro Lira, en 1888, en el que imaginó a Valdivia estableciendo la "muy noble y leal" ciudad junto a sus compañeros en el cerro Huelén. A sus pies, los observa un indígena que sostiene un arco, como resignado ante los europeos.

Además de presentar algunos errores rectificadas por los estudios históricos (la ciudad se fundó en la actual Plaza de Armas y no en el cerro), el cuadro ofrece un panorama del valle en que se aprecian los dos brazos del mapocho, el bosque nativo y la cumbre del cerro El Plomo -justo al costado del estandarte-.

Pero, la pieza olvida un detalle que hasta hace algunas décadas parecía insólito: la presencia de una serie de importantes construcciones de influencia incásica en la zona. Durante años, se estableció que la dominación inca del valle central chileno no se materializó en grandes obras de construcción, ni tuvo mayor importancia, pues los primeros testimonios hispanos nada mencionan al respecto. Hoy, las investigaciones dicen otra cosa.

“La presencia inca en el valle del Mapocho es muy fuerte. Aparte del centro administrativo y ceremonial de la Plaza de Armas, el valle estaba cruzado de grandes acequias que regaban una cantidad importante de chacras”, comenta Rubén Stehberg, antropólogo y exjefe del área de arqueología del Museo de Historia Natural.

Stehberg sabe de lo que habla. En 2012, junto al historiador Gonzalo Sotomayor publicaron Mapocho Incaico, un acabado estudio en el que desarrollaron, con pruebas documentales y arqueológicas, la tesis de la existencia de un importante centro administrativo del Tawantinsuyo en la zona.

Gonzalo Sotomayor (izquierda) y Rubén Stehberg (derecha), investigadores que publicaron el artículo Mapocho Incaico

En rigor, dicho artículo expone los resultados de una serie de excavaciones en la calle Catedral, en el subsuelo del Museo de Arte Precolombino y otros sitios en el centro de la capital. Allí, encontraron vestigios de cerámica inca y otras antiguas estructuras funerarias de influencia incásica.

Desde entonces no se han detenido. En otros textos -como Mapocho Incaico Norte (2016)- Stehberg, esta vez junto al geógrafo Juan Carlos Cerda (Sotomayor falleció en 2016), prueban que la influencia inca en la zona no fue tibia, sino bastante más consolidada de lo que parecía hasta entonces. Y ello fue clave en la elección del lugar por Valdivia.

El conocimiento sobre la zona se ha pulido con los años y las publicaciones. Además del análisis de pruebas documentales y trabajo de campo, los estudiosos han sumado nuevas herramientas. “Hoy el acceso a las tecnologías de la información, además, nos han permitido en algunos casos obtener un acercamiento bastante cercano a la realidad. En algunos casos podríamos decir, acá pasa un camino, por acá pasó una acequia, en esta localidad hubo un poblado, bocatomas de agua, etc”, asegura el geógrafo Juan Carlos Cerda.

La ocupación del inca consideraba al valle del Mapocho como un todo. “El paisaje se encontraba sacralizado mediante la introducción de guacas (lugares sagrados), siendo las más conocidas cerro El Plomo, quebrada de Ramón, cerro Chena y cerro Peladeros -detalla Rubén Stehberg-. Muchos lugares fueron renombrados con topónimos del idioma quechua como por ejemplo cerro La Guaca ahora conocido como cerro Navia. Se practicaron muchas fiestas, agasajos y banquetes donde los representantes del inca aseguraban la lealtad de la población local. Esto último ha quedado plasmado en las piezas de cerámica de carácter ceremonial que se encuentran en docenas de sitios arqueológicos del subsuelo de la región metropolitana”.

Incluso, en el lugar donde Valdivia estableció la actual Plaza de Armas, existió una plazoleta de origen incásico cuyos vestigios se han perdido en la noche de los tiempos. Es decir, el español se encontró con una infraestructura a pleno funcionamiento, que consiguió tomar y utilizar a su favor.

Excavaciones en la zona de la Plaza de Armas. Foto: Juan Carlos Cerda

Pese a todo, las investigaciones arrojan algunas certezas respecto a la antigua plaza inca. “Estaba en el mismo lugar donde se encuentra ahora Plaza de Armas, su dimensión era aproximadamente similar y estaba abierta en su costado sur -detalla Stehberg-. Por comparación con otros centros administrativos incaicos es posible plantear que se prolongaba más al sur de la plaza actual y que pudo tener una plataforma ceremonial en su interior (ushnu), no necesariamente en su centro”.

“Se sabe que el Camino del Inca lo atravesó por su costado poniente (calle Puente) y había un camino oriente-poniente que cruzaba su costado norte, coincidiendo con la actual calle Catedral -agrega el antropólogo-. La plaza estaba rodeada de edificios públicos (kallankas), en tres de sus cuatro costados. La kallanka norte fue aprovechada por Pedro de Valdivia para establecer su residencia y la kallanka de la mitad poniente, fue ocupada por la iglesia para establecer su principal templo”.

Según los investigadores, esas estructuras proporcionaron material para los primeros asentamientos de los españoles. “Los estudios demuestran que los castellanos al llegar al valle se interesaron particularmente por las construcciones mayores incaicas, principalmente caminos, edificios públicos y chacras con riego artificial -afirma Stehberg-. Se apropiaron rápidamente de ellos y construyeron la ciudad de Santiago a partir de estas obras mayores”.

Así ocurrió, por ejemplo, con las kallankas. "Fueron desarmadas para reutilizar sus piedras canteadas en la construcción de casas, solares e iglesias -detalla el antropólogo-. Los estrechos senderos incaicos fueron ampliados para el tráfico de carretas. Los puentes colgantes de material vegetal fueron reemplazados con madera para permitir el paso de los caballos y carretas".

Cerámica de influencia incaica encontrada en las excavaciones en la Plaza de Armas. Son vestigios de la fuerte presencia del Tawantinsuyo en la zona

La ocupación europea, concluyen, modificó el paisaje. Un proceso que hasta hoy se desarrolla con cambios en el territorio de la cuenca. "Santiago creció enormemente desde su ciudad fundacional, en todas sus direcciones -detalla Juan Carlos Cerda-. Los terrenos indígenas, pasaron a ser ciudades, se ampliaron caminos, se eliminaron acequias, incluso se ha modificado hasta la geomorfología del territorio con las necesidades propias de la modernidad".

¿Cómo llamaban los incas a esta ciudad? “Lamentablemente no hemos encontrado ese dato -confirma Cerda-. Tampoco conocemos el nombre del cerro El Plomo y otros lugares importantes”.

Sin embargo, no todas las estructuras incaicas interesaron a los españoles. Prácticos, escogieron aquellas que les proporcionaban algún rédito inmediato. "Las guacas, las fortalezas, los cementerios y otros vestigios de los mapochoes y de los incas no fueron de interés para el conquistador europeo -afirma Stehberg-. Han sobrevivido hasta el presente, pero muy deteriorados por acción del clima y de las personas".

“Cuando recorro las calles Tomas Moro y Chestertón en la comuna de Las Condes, sé que voy transitando por el trazado de la Acequia Vieja de Tobalaba”, agrega.

Amigo del enemigo

Los primeros tiempos de la joven ciudad de Santiago, parecieron ir como Valdivia había pensado. “Creyendo éramos cantidad de cristianos, vinieron los más de paz y nos sirvieron cinco o seis meses bien, y esto hicieron por no perder sus comidas, que las tenían en el campo, y en este tiempo nos hicieron nuestras casas de madera y paja con la traza que les di, en un sitio donde fundé esta cibdad de Santiago”, cuenta Valdivia en sus cartas.

Pero luego, percatándose que la hueste de Valdivia no tenía muchos hombres, los indígenas comenzaron a tomar una actitud hostil contra el extremeño. "Pareciéndoles pocos, habiendo visto los muchos con que el adelantado se volvió, creyendo que de temor dellos, esperaron estos días a ver si hacíamos lo mismo, y viendo que no, determinaron hacérnoslo hacer por fuerza o matarnos", cuenta Valdivia en sus cartas al rey.

Esa actitud hostil tenía un antecedente claro, la expedición de Almagro y las tropelías que cometió. “Él dejó tras de sí una sensación de actuar con violencia -explica Fernando Ulloa-. No llevó su avance exploratorio de una manera que evitara la conflagración –prueba de ello es lo ocurrido con su avanzada en Reinohuelen- y por lo tanto, a la llegada de Pedro de Valdivia los ánimos eran hostiles. Lo fue tanto al norte del Mapocho como en el valle mismo”.

Ulloa señala que incluso, antes de arribar al valle central, la noticia de llegada de Valdivia fue corriendo como el viento a través de las laderas, las quebradas y los ríos, por lo que sus habitantes comenzaron a prepararse.

“Los relatos de cronistas posteriores peruanos, indican que en su expansión al sur, inclusive los representantes del inka habían usado la costumbre de enviar primero emisarios, de manera que al arribar Pedro de Valdivia, aun cuando venía acompañado de inkas relevantes, la población tomó resguardos. Eso es lo que generó la prolongada resistencia de los lonkos de Chile Central”, explica Ulloa.

Al llegar Valdivia, el principal señor del valle era Quilacanta, quien era un “orejón”, es decir un noble inca. “En su labor lo secundaba Atepudo, quienes tenían además influencia sobre unos 11 señores de los valles centrales”, señala Fernando Ulloa.

Pero en esos días, la paz estaba lejos de ser la norma entre los señores del valle. Quilacanta estaba enemistado con otros dos poderosos jefes: Michimalongo y Tanjalongo, quienes representaban los intereses locales. “Michimalongo habría correspondido a un señor local, que de todos modos había recibido cierto reconocimiento desde el Cuzco”, explica Ulloa.

Con habilidad, Valdivia supo leer el panorama, una especie de guerra civil indígena, y entendió rápidamente que debía plegarse a uno de los bandos. Así que eligió a Quilacanta, dado que su rival se había mostrado reacio a los hispanos. "Congeniar con Quilicanta no implicaba entenderse con Michimalongo. Lo que ocurría es que la figura de Quilicanta generaba cierto respaldo a la posición hispana", argumenta Ulloa.

“Michimalongo controlaba un sector de Aconcagua y Quilicanta estaba más al sur, los intereses decían relación con lavaderos de oro -explica Fernando Ulloa-. Michimalongo se habría mostrado hostil a la presencia hispana así como él y los suyos se habían también resistido a la dominación inka, por eso Pedro de Valdivia realizó encuentros donde trató de persuadir a las distintas poblaciones asentadas en estos valles centrales”.

Es por esta razón, que aprovechando una salida de Valdivia, Michimalongo atacó la ciudad y la destruyó, el 11 de septiembre de 1541. Posteriormente, tras volver a levantarla de las cenizas, Valdivia emprendió rumbo al sur, para fundar más ciudades. Ahí, empeñado en llegar al estrecho de Magallanes, encontró la muerte en Tucapel (cerca del actual Cañete). Pero Santiago se mantuvo en pie. Había logrado dejar memoria y fama de sí.

Sitio arqueológico en Lo Barnechea

Sobre la presencia incásica en el valle central, hay otros trabajos cuya área de interés se extiende a otras regiones. “Yo sumaría un trabajo póstumo, que realizamos con Rubén y Gonzalo Sotomayor en el Valle del Aconcagua, el cual tenemos pendiente hace más de 15 años y que estamos finalizando -explica Juan Carlos Cerda-. Busca comprender el funcionamiento del paisaje indígena en el valle del Aconcagua en el siglo XVI y cómo fue modificándose con la presencia española, más tardía que en la RM”.

Una inquietud por analizar la real densidad de la ocupación inca que, por su lado, también manifiesta Stehberg. "En el futuro me gustaría estudiar con una metodología muy similar las cuencas de los ríos Cachapoal, Tinguiririca y Maule, para ver qué influencia alcanzaron a introducir los incas en esos territorios".

“Hay que recordar que hasta hoy sale en los textos escolares que los incas llegaron al río Maule, pese a que no se ha encontrado ninguna evidencia que lo confirme”, remata.

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