Cambió su nombre meses atrás. "Ya no soy Fernando Iván Ojeda. Soy Iván Monalisa. Lo dice mi seguro social, mi ID, mi permiso de trabajo", cuenta. Ambos, Iván y Monalisa, habitan hace más de dos décadas el cuerpo del chileno radicado en Nueva York desde 1996. Pasó "años indocumentado", prosigue al teléfono desde el Bronx, donde vive. "Entré en contacto con una organización transgender y arreglé mis papeles. Me dieron permiso de trabajo por tres años, apliqué a la residencia y al otro año podré entrar y salir, pero obviamente yo me quedo acá".

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Nació en Llanquihue en 1966. Se autodefine como two-spirit o non-conforming, una gama del transgénero. Habla y escribe en spanglish, y todos sus textos los redacta a mano. En varios, como los que reúne en su aplaudido libro Las biuty queens (Alfaguara, 2019), retrata lo que ha visto y vivido: sus personajes, travestidos en su mayoría, fuman crystal meth, participan en concursos de belleza y caen en la cárcel por buscar clientes sobre dos tacones aguja.

Darse a conocer como escritor, sin embargo, le tomó tiempo: pasó dos años por Derecho en la UC de Valparaíso y luego estudió teatro en Santiago en la U. de Chile. Allí conoció a Pedro Lemebel, Pancho Casas, Carmen Berenguer y Sergio Parra. Estrenó obras de teatro de su autoría y performances en los 90 Su nombre, sin embargo, resonó en la escena under neoyorquina recién en 2014, con la aparición de su primer libro de cuentos, La misma nota, forever (2014).

¿Cómo la calle alimenta su escritura?

La prostitución, por ejemplo, es algo que me interesa, da otra mirada de las cosas. La prostitución es para mí una forma de manifestación artística también, y hay que defender ese derecho y hacerlo visible. No me gusta lo burgués del arte. Si viviera de la literatura, me pasaría la vida a puerta cerrada. Me gusta más ser un escritor obrero y proletario.

Se repone de una larga jornada de trabajo en la tienda de HyM. En paralelo, trabaja en dos proyectos: Waiting for the night, una obra de teatro escrita en inglés, y su debut en la novela, con una historia a partir de lo que los gringos llaman un cold case, un caso policial irresuelto y cerrado. En este caso, el crimen de una travesti hondureña, la Jennifer, protagonista de uno de los cuentos de Las biuty queens. Antes, eso sí, se prepara para el estreno de El viaje de Monalisa, documental dirigido por Nicole Costa que hoy se estrena en el festival de cine DOC NYC, en el barrio de Chelsea. El filme repasa sus más de 20 años en EEUU, y debutará en 2020 en Chile.

¿Cree que su obra dialoga de alguna manera con Chile?

No sé cómo responder a esa pregunta. Es que yo escribo desde acá, y si bien hay temas biográficos siempre dando vueltas, mi conexión con Chile es más a través del recuerdo. Yo me considero un "latinoamerican author que escribe en Nueva York". Me gusta la palabra author, porque no tiene género, y mi voz la siento no chilena, sino más latina-neoyorquina.

La loca y la yegua

Pedro Lemebel se lo porfió varias veces. "Ivana, me encantaron tus crónicas", le mandó a decir por correo el fallecido cronista a Monalisa. "Gracias, Pedro, qué bueno que los hayas leído, pero no son crónicas, son cuentos", respondió este último. Lemebel no se la guardó: "Querida, te conozco. Son crónicas, especialmente el cuento del chico de al lado".

"A Pedro lo vi por primera vendiendo sus trípticos con cuentos hechos de papel sepia en Bellavista", cuenta Monalisa. Se vieron y escribieron por correo hasta la muerte de la ex Yegua del Apocalipsis, en 2015. "Vino incluso con Pancho Casas una vez a Nueva York. Era verano. Lo recuerdo caminado por el Central Park. Era un personaje muy interesante el Pedro. Una yegua total", agrega.

Aunque su humor invoca a ratos la escritura de Lemebel, Monalisa no ve cruces entre ambos. "Lo mío es más una autoficción", dice. Tampoco con otros autores de narrativa gay o de género como Jorge Marchant Lazcano, Pablo Simonetti y Alberto Fuguet. Ni los ha leído.

"Sí leí algunas cosas de Juan Pablo Sutherland, Se te nota (2018), que me gustó harto también, pero la verdad no mucho más", dice. "Fíjate que en septiembre pasado me invitaron a hablar en una mesa del Festival Internacional de Literatura Latina en Nueva York, y dije que me producían un profundo desprecio los escritores que hablaban desde el yoísmo, a propósito de esto que hablamos. Lo mismo me pasa con mucha literatura gay o de género. Qué me importa a mí que tú seas marica y que no tengai' verga que mamar esta noche. Hay escritores que hacen cuentos y supuesta literatura de eso. No me interesa, mejor vete a un terapista".

¿Ve que se abran puertas a nuevas voces en la literatura, como a las trans?

No hace mucho leí un artículo sobre esto y decía que ya hay voces que están surgiendo y que ha habido otras anteriores. Uno de los casos más ejemplares es el de José Donoso y El lugar sin límites, pero él y muchos otros hablan sin ellos ser travestis, transexuales o transgéneros, y yo creo que aún faltan voces trans que hablen desde el cuerpo. Probablemente las ha habido y no han querido ser publicadas. Hoy se puede hablar de una suerte de literatura que da voz a esas miradas, y ya no desde afuera, porque los atañe a ellos. Son "cuerpos habitados", como dice Daniela Vega, y yo al menos sigo ese impulso.

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