-Esto no puede seguir así -le dice mi madre, en tono imperioso, a mi esposa Silvia, en un mensaje de voz-. Esto tiene que terminar.

“Esto no puede seguir así”: ¿a qué se refiere mi madre? ¿Qué es “esto”? ¿Qué es lo que “tiene que terminar”?

En días pasados, mi madre me ha escuchado decir, en mi canal de YouTube, que me hubiera gustado casarme con un hombre. Lo dije en clave de humor. Era una broma. Pero mi madre lo tomó en serio y se fue a la guerra contra mí.

-¿Cómo puedes aguantar a tu esposo? -prosigue, en el mensaje de voz que ha quedado grabado en el celular de mi esposa.

“Tu esposo” soy yo, su hijo mayor de cincuenta y ocho años.

-No sé cómo lo aguantas -le dice mi madre a mi esposa Silvia.

En realidad, mi esposa no me “aguanta”, ni yo la “aguanto” a ella. Aguantar es resistir, tolerar algo molesto, fastidioso. Silvia y yo somos tan felices que nadie tiene que aguantar al otro.

¿Por qué mi madre, en lugar de dejarme un mensaje de voz, o escribirme un correo electrónico, le dice esas cosas a mi esposa? ¿Qué es lo que tiene que terminar “ya mismo”, en opinión de mamá? ¿Y por qué imagina que mi esposa Silvia me aguanta estoica, pesarosamente?

El asunto parece sencillo de explicar: mi madre es fanática religiosa, jefa poderosa del Opus Dei, homofóbica militante de toda la vida. Por consiguiente, que yo diga en público, en tono risueño, que me hubiera gustado casarme con un hombre, es, en opinión de mi madre, una perversión, una inmoralidad, una declaración vil, pecaminosa, repugnante. Mi madre se avergüenza de mí cuando digo esas cosas.

Yo no elegí ser bisexual. Nací bisexual. Desde joven me gustaron las mujeres y también los hombres. Traté de ser completamente heterosexual. Fracasé. Traté de ser completamente homosexual. Fracasé. He tenido novios, he sido feliz con ellos. Hace quince años estoy con una mujer, mi esposa, y soy muy feliz con ella.

Como es homofóbica militante de toda la vida, y como usa su poder de un modo autoritario, casi dictatorial, mi madre quiere censurarme, quiere prohibirme que yo diga que soy bisexual, que haga bromas al respecto, que hable y escriba de ello con naturalidad.

-Jaime se está haciendo un daño gravísimo -le dice mi madre a mi esposa, quien luego, amiga leal, me da a oír ese mensaje virulento.

Queda claro que, según mi madre, si yo digo, en clave de humor, o incluso con toda seriedad, que me hubiera gustado casarme con un hombre, esa declaración me hará un daño “gravísimo”. Para evitarme el supuesto daño, mi madre quiere acallarme, censurarme, prohibirme hablar o escribir del tema.

-Jaime necesita un siquiatra urgente -continúa diciéndole a mi esposa.

Yo estoy tan a gusto con mi vida que no tengo la menor inquietud de ir al siquiatra. Que un hombre reconozca en público que es bisexual no es un problema siquiátrico, de salud mental. Pero que una madre homofóbica crea que su hijo está enfermo porque es bisexual sí me parece un problema siquiátrico, de salud mental.

Quiero decir: la madre homofóbica, si se educa, si expande su inteligencia, si aprende a ser tolerante y compasiva, bien puede superar esa tara, ese prejuicio, y dejar de ser homofóbica. En cambio, un hijo bisexual, que ha nacido con esa orientación sexual, no puede, aunque lo intente, dejar de ser bisexual.

Por tanto, el sufrimiento o el desencuentro entre ambos no lo origina el hijo bisexual, manifestándose libremente, no escondiendo su identidad, sino que proviene del prejuicio de la madre homofóbica, quien, por su educación religiosa, y por las anteojeras morales que le imponen en la cofradía en que milita, el Opus Dei, es incapaz de comprender que el mundo no puede estar poblado total y completamente por heterosexuales y solo por heterosexuales, pues siempre hubo y siempre habrá lesbianas, homosexuales, bisexuales y un amplio etcétera que se desprenden del ejercicio individual de la libertad y de la búsqueda del placer.

No iré entonces, como quiere mi madre, al siquiatra para “curarme” de la bisexualidad. Lamentablemente, ella tampoco irá al siquiatra para curarse de la homofobia. Ella seguirá sufriendo porque tiene un hijo bisexual. Yo seguiré sufriendo porque tengo una madre homofóbica que se avergüenza de mí y que conspira a mis espaldas para que mi esposa me dé un ultimátum y me amenace con dejarme, si no me convierto en un recto varón heterosexual:

-¿Cómo puedes aguantar a tu esposo? ¿Cómo puedes seguir aguantándolo? ¿Y hasta cuándo va a seguir dale que dale con ese tema?

“Ese tema” es probablemente el tema capital de mi existencia: ser un hombre bisexual que, desde niño, sintió el odio machista y homofóbico de su padre y la vergüenza homofóbica de su madre. “Ese tema” es mi historia, mi identidad, mi voz, mi sensibilidad. “Ese tema” son varias de las novelas que he publicado, unas novelas que mi madre hubiese preferido, claro, que no publicase.

-No solo se hace un daño gravísimo a sí mismo -le dice mi madre, con voz traspasada por la angustia, a mi esposa Silvia-. También te hace un daño terrible, terrible, a ti, y tu hija Zoe ¿No te das cuenta del daño que tu esposo les está haciendo?

En realidad, “el daño” que mi madre imagina en el seno de mi familia, es uno que ella se impone a sí misma, cegada por sus prejuicios. Porque, cuando dije que me hubiera gustado casarme con un hombre, era mi esposa Silvia quien estaba grabándome, y no solo no se sintió ofendida, mortificada o humillada, sino que se rio y después me celebró la broma.

Es decir que mi esposa y yo entendimos naturalmente, sin tener que hablarlo ni aclararlo, que lo que dije era una picardía, una travesura, pero mi madre llegó a la conclusión apocalíptica de que esa broma era una señal irrefutable de que estoy enfermo, de que debo ir al siquiatra, de que Silvia debe dejar de aguantarme y de que “esto no puede seguir así”.

Me temo, sin embargo, que esto va a seguir así. Desde la trinchera de su homofobia, mi madre está equivocada, gravemente equivocada, y escoge mal a sus enemigos. Desde la trinchera de mi libertad personal, creativa, artística y humorística, yo seguiré expresándome, seguiré escribiendo, seguiré hablando, seguiré haciendo bromas, sin dejarme intimidar por la censura moral de mi madre y de sus cófrades del Opus Dei.

-Llámame urgente, llámame ahora mismo -le dice mi madre a mi esposa, levantando la voz-. Esto no puede seguir así. Esto tiene que terminar ya.

Al escuchar la voz imperiosa y autoritaria de mi madre, prohibiéndome ser quien en verdad soy, obligándome a ser quien en modo alguno podría llegar a ser, me invade una profunda tristeza y decido que no pasaremos las fiestas de fin de año en su casa.