06 SEPTIEMBRE
Yo me atacaba de nervios cuando mi padre me exigía a los gritos que me metiese en el mar. Yo no era recio ni valiente como él. No era un buen nadador ni un hombre robusto como él. Yo le tenía miedo al mar, pero más temor me infundía mi padre.
No todos los perros tienen la misma suerte: un relato de Jaime Bayly
31 AGOSTO
Es probable que mi carrera de televisión en este país, que comenzó hace exactamente treinta años, cuando estaba por nacer una de mis hijas, termine más o menos pronto, digamos a finales de este año o mediados del próximo. No renunciaré. Resistiré todo lo que pueda. Haré acopio de paciencia y humildad. De esos treinta años, casi veinte los he trabajado en el canal que ahora no me paga porque no puede hacerlo. No es mala leche del dueño ni de sus gerentes.
He visto a todos caer: un relato de Jaime Bayly
23 AGOSTO
16 AGOSTO
Cuando viajo con mi familia, o a solas por asuntos de trabajo que en rigor no constituyen un verdadero trabajo, mi asistenta me guarda cuidadosamente los periódicos que llegan cada día, en mi ausencia. Al volver a casa, encuentro una montaña de periódicos sobre la mesa, en la sala de lectura
Viejas costumbres que no pienso interrumpir: un relato de Jaime Bayly
09 AGOSTO
Una tarde particularmente memorable nos aventuramos hasta Sausalito, cruzando el Golden Gate, un balneario boscoso del que guardaba los mejores recuerdos, pues lo había recorrido años atrás, buscando el espíritu de Isabel Allende. Mi esposa y nuestra hija quedaron deslumbradas con Sausalito.
Las calles de San Francisco: un relato de Jaime Bayly
02 AGOSTO
26 JULIO
Nosotros nos quedamos casi todo el verano en la isla, y por eso tenemos fama de locos y de pobretones. Viajamos dos o tres veces durante las vacaciones escolares, pero son travesías breves, de apenas siete días. Luego regresamos extrañando a la isla y, sobre todo, a nuestro perro y nuestros gatos. No podríamos dejarlos tres meses seguidos, sería una crueldad egoísta.
Esta isla bendita: un relato de Jaime Bayly
05 JULIO
28 JUNIO
21 JUNIO
¿Cómo es posible que la aerolínea deje entrar a un gordo tan gordo que no cabe en su asiento y se desborda sobre el asiento vecino? Si hay límites de peso en las maletas, ¿no debería haberlos también en los pasajeros? Pero, además: ¿cómo puede dar la bienvenida a un viajero que apesta de un modo tan horrible, agrediendo a quienes viajan cerca de él? ¿Tiene derecho un gordo colosal y pestilente a viajar en un avión, torturando a los demás?
El gordo del avión: un relato de Jaime Bayly
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