MAQUILLARSE. Afeitarse. Arreglarse la corbata. Encresparse las pestañas. Peinarse. Probarse ropa. Sacarse todas las legañas. Reventarse una espinilla. Chequear si hay restos de comida entre los dientes. Todos estos actos -cada uno menos glamoroso que el anterior- son tanto más fáciles de ejecutar cuando se está frente a un espejo. El del baño, la pieza, el auto o incluso el del ascensor, para los más atrasados y menos pudorosos.
Enfrentarse al reflejo propio es tan habitual en la vida diaria, que no hacerlo implicaría un esfuerzo extra. Un espejo, una vitrina, unos lentes de sol y hasta una lata de bebida pueden darnos una idea más o menos vaga de cómo nos vemos. Por eso, Kjerstin Gruys, una socióloga de 28 años de Los Angeles, California, lleva seis meses ideando estrategias para evitar todos los espejos que se encuentre donde sea que vaya. Todos. Y si esa idea puede resultar estresante para cualquiera, para una novia en la cuenta regresiva de su matrimonio -Gruys se casa en octubre- la presión es doble.
Copiándoles a las monjas
En marzo de este año, Gruys empezó a leer el libro The Birth of Venus, de Sarah Dunant. Iba recién en la introducción, cuando se le ocurrió el proyecto que le ha valido reportajes en la revista Time y el blog Jezebel, por nombrar algunos. La autora se refería a unas monjas italianas que tenían prohibido cualquier tipo de contacto con el cuerpo humano. Incluso visual. Incluso de su propio cuerpo. Debían hasta bañarse con una especie de túnica que iba debajo de toda la ropa y, al cambiársela -una vez al mes-, tenían que mirar el crucifijo que había en sus cuartos para no caer en la tentación de espiar hacia abajo. Y si alguna pecaba echándole un vistazo a su anatomía, debía confesarse de inmediato y hacer penitencia.
Mientras leía al respecto, Gruys pensó en lo diferente que debía ser ese estilo de vida. "¿Podría pasar un día entero sin mirarme al espejo? ¿O una semana?", se preguntó, en vez de seguir con el libro. Y para una socióloga especializada en el estudio de la belleza -y que dicta la cátedra Género, Apariencia e Inequidad en la Universidad de California-, la respuesta era una sola: hacer el experimento durante todo un año y registrar el proceso en un blog.
Así nació Ayearwithoutmirrors.com (Unañosinespejos.com), un sitio en el que registra tres veces a la semana los inconvenientes, beneficios y cambios de personalidad y de percepción de autoimagen que ha traído este experimento. Según explicó a la revista Time, para Gruys "mirarse al espejo está vinculado a muchos pensamientos negativos. Llegas a un punto en que el espejo no te da ninguna información adicional". Y por eso, la joven californiana decidió "enfatizar menos mi apariencia y más otros aspectos de mi vida". O al menos intentarlo.
"Te ves normal"
"Supongo que vas a empezar con esto después de tu matrimonio, ¿no?". La madre de Gruys no entendía que su hija prefiriera no verse con su vestido de novia. Se lo compró dos días antes de empezar con el desafío, pero como ella misma explicó en su blog: "si no empezaba de inmediato, no iba a hacerlo nunca". El día elegido fue el 26 de marzo y, a la fecha, lleva 177 días sin ver su reflejo. Salvo una breve recaída -cuando se cambió de casa, se topó de frente con un espejo y miró su silueta difusa en la puerta del ascensor-, Gruys ha aprendido a hacer todo sin necesitar ese refuerzo positivo -o esa crítica poco constructiva- que ofrece el espejo.
Les pidió a sus amigos que no etiquetaran sus fotos en Facebook, tapó todos los espejos en su casa, evita todos los días el lobby de su edificio saliendo por atrás y memorizó los puntos de riesgo en su trayecto al trabajo y en su oficina. A menos que le cambien la rutina, Gruys sabe cuántas posibilidades de ver su reflejo tiene en un día.
Tanta conciencia de su entorno fue de la mano con una menor conciencia de su aspecto. Aunque sigue maquillándose casi todos los días, redujo a la mitad los productos que usaba cada mañana, descartando los que no podía aplicarse sin mirarse al espejo -adiós base, polvos compactos y delineador, por ejemplo-. Incluso optó por incluir en su rutina los "lunes sin maquillaje", como una prueba extra de lo cómoda que podía sentirse relegando su aspecto a un segundo plano. Algo poco usual en Los Angeles, donde el culto al cuerpo y a los centros de cirugía estética son marcas registradas.
Por lo mismo, la idea de Gruys no pasó inadvertida en su entorno. En su blog comenta, por ejemplo, que un compañero se topó con ella en la cocina de la oficina y le dijo: "Parece que te tomaste en serio lo de no mirarte al espejo, ¿ah?". Ante su cara de horror, agregó:"No, es broma, te ves normal". ¿"Normal"? ¿Qué podría significar "normal"? ¿Lo estaría diciendo sólo para hacerla sentir mejor, después de darle a entender que se veía despreocupada de su aspecto? Finalmente, Gruys optó por pensar -ya sea por sanidad mental o por genuino convencimiento- que su compañero no le habría dicho nada en primer lugar si de verdad se viera mal.
¿Aceptarse o evadirse?
Aunque la mayoría de los comentarios que dejan los lectores en el blog son positivos, al igual que la cobertura que ha tenido en algunos medios, Ayearwithoutmirrors también ha recibido críticas. En una entrada de mayo, Gruys reprodujo dos de éstas. La más dura apuntaba a que la socióloga estaba fallando en el modo de trabajar en la aceptación de su imagen. "Evasión no es lo mismo que aceptación -decía el comentario-. Si ella de verdad quisiera aceptar su cuerpo, aprendería a mirarse al espejo sin reprocharse, no lo evadiría. Si algo ocurre con este experimento, es que se enfatiza aún más la idea de que verse a sí misma afecta aún más su autoimagen". Punto para el detractor.
Gruys reconoció que la evasión y la aceptación no eran lo mismo, pero explicó que, al menos en su caso, lo primero llevaba a lo segundo. "No mirarme en el espejo ha hecho que extrañe ver las partes de mi cuerpo que sí me gustan -contestó Gruys en su blog-, como mis piernas, mi piel y mi sonrisa. Sin embargo, cuando me miraba en el espejo, no las apreciaba, porque estaba más pendiente del exceso de grasa en mi abdomen". También alargó el listado de aspectos positivos, sumando sus manos, sus mejillas y sus axilas -si algo queda claro, es que no mirarse al espejo obliga a mirarse con más detalle algunas partes del cuerpo.
Hasta la fecha, la evasión como camino a la aceptación le ha dado buenos resultados a Gruys. Ya se acostumbró a ir a reuniones de trabajo sin capas de maquillaje o a demorarse 15 minutos, en vez de una hora, en arreglarse para salir con su novio. El único día que retomará la vanidad -aunque no los espejos- será para su matrimonio, el 1 de octubre. Como cualquier novia, contrató a alguien para que la peine y la maquille y, tras una encuesta que realizó a sus lectores, optó por mirarse en las fotos de la ceremonia como una excepción a la regla.