Antes del próximo 29 de julio, hasta las oficinas del Consejo Nacional del Libro debería llegar una carpeta con al menos la mitad de la novela Matías Vicuña, algo así como la segunda parte de Mala onda. En esas páginas, Alberto Fuguet debería mirar el Chile de hoy a través de Vicuña, su más célebre personaje y el que una vez, hace 20 años, le sirvió para retratar a la clase alta chilena de fines de los 80. Eso es lo que debería pasar. Pero no, no sucederá. Fuguet no enviará nada. Renunciará a la Beca de Creación Literaria que ganó hace seis meses. Matías Vicuña no volverá.
Su decisión no es gratuita, tiene un valor muy concreto: cuatro millones de pesos. Hoy Fuguet está a la espera de instrucciones para devolver esa suma de dinero, que es todo lo que el Consejo del Libro alcanzó a darle de la beca. Según él, "no tenía más opciones".
En realidad, sí, había otra opción. Pudo haber pedido una prórroga en el plazo para entregar esa mitad del proyecto. Pero no es tiempo lo que le falta a Fuguet: "No me veo escribiendo ni terminando esa novela. Matías Vicuña ya cambió la voz. Me interesaba hablar del hoy y no siento que el personaje pueda llegar a hablar del hoy", dice.
20 años después
"¿Qué es de Matías Vicuña?", suelen preguntarle a Fuguet. Luego agregan una petición: una segunda parte de Mala onda. Cuatro años atrás imaginó que sí, que esa novela emblema de la literatura chilena de los 90 y que lo puso para siempre en el mapa, podía tener una secuela. Y justamente debía llamarse Matías Vicuña.
Por entonces, Fuguet estaba embarcado en la adaptación al cine de Mala onda. Nunca la hizo. Pero hubo avances: se hizo un casting al que llegaron casi 200 personas. Un abogado, cerca de los 40, fanático del libro, le preguntó si Vicuña podría haber estudiado leyes. Al final del día, llegaron los únicos adolescentes que para Fuguet podían interpretar a los adolescentes de su libro.
El casting hizo que Vicuña volviera. Fuguet escribió, y llegó a rodar una escena en que el personaje va al siquiatra. Existe y se puede ver en Cinepata.com. Paralelamente, el estadounidense Richard Ford le mostró un camino: en tres novelas sigue la vida del personaje Frank Bascombe y de fondo retrata casi 30 años de EEUU. "Se podía volver a un personaje sin llegar a una franquicia tipo Harry Potter", pensó.
Empezó a trabajar. A escribir y a investigar. "Bastante", dice. "Me interesaba el entorno político, busqué historias reales de gente de la edad de Matías en Mala onda, fui a colegios, fui a ver barrios que han cambiado estas décadas. La Kennedy era casi un peladero donde se hacían carreras de autos y hoy hay centros comerciales, torres de vidrio. Quería hablar de Chile 20 años después", cuenta.
En medio del entusiasmo, postuló a una beca Guggenheim para dedicarse a Matías Vicuña y la ganó. Hizo otras cosas: publicó la novela Aeropuertos, dirigió la cinta Música campesina. Y postuló a una Beca de Creación Literaria en la categoría autor consagrado, dotada de ocho millones de pesos, y en enero pasado supo que se la habían otorgado. Semanas después, el proyecto empezó a desmoronarse.
Soga al cuello
En junio de 1991, Fuguet llegó a Buenos Aires y Juan Forn, por entonces director de la colección Biblioteca del Sur de Planeta, le tenía una sorpresa: había intervenido su manuscrito de Mala onda y Vicuña, aunque seguía siendo un adolescente santiaguino, era un "pibe que hablaba con acento porteño, con palabras como 'vos' y 'tenés'". No fue fácil, pero logró suspender los cambios. De vuelta, su editor en Chile, Jaime Collyer, también metió mano en las elecciones lingüísticas de Fuguet.
"Más que editores, me enfrenté a dos muros. Les parecía que estaba mal escrito que ni en Chile lo iban a entender", recuerda. Ahora, por fin, Fuguet revisó con calma la novela: en noviembre Alfaguara lanzará una edición conmemorativa de Mala onda a 20 años de publicación. No hay cambios sustanciales: "Es una edición remasterizada", dice.
En ese proceso, Fuguet se dio cuenta de que la secuela de Mala onda no estaba funcionando: "El proyecto crecía y Vicuña no tenía mucho que ver", cuenta. Paralelamente, se sintió observado: "Sentía que estaba escribiendo en público. La gente lo estaba esperando. Ya tenía una opinión".
Para cerrar el plano, apareció Aeropuertos: un libro que sigue a un personaje desde los 17 años, después de una gira de estudios, hasta bien cerca de los 40. "Me di cuenta que ya había escrito esa segunda parte de Mala Onda, ese libro que se iba a llamar Matías Vicuña. Ese libro de 400 páginas que me imaginaba, tenía 150 y se llama Aeropuertos", dice. "Matías Vicuña sufrió harto, ya es hora de dejarlo tranquilo", agrega.
Antes de decidir devolver el dinero al Consejo del Libro, Fuguet propuso cambiar el proyecto por un libro llamado Tránsitos. Le dijeron que no. "Postulé pensando en una beca para crear y no un camino burocrático con los resultados a cualquier costo. Todos mis libros y películas han mutado", dice. "Prefiero devolver el dinero y quedar con la sensación de ser un ciudadano y un artista libre. Intuyo que entregar algo mediocre es lo que se espera pues lo importante no es que yo publique o escriba, sino que siga al pie de la letra lo que una vez planteé. Cambiar el proyecto escritural es, por lo que sé y he leído de otros autores, la manera como uno crea. El error es mío. Creí que era una beca; era una soga. No puedo escribir con una soga al cuello", concluye.