Para el terremoto fue la única vez en la vida que nos felicitaron" dice Rodolfo Veyl, dueño de la empresa Infrawireless, una de las grandes en el rubro de instalación de antenas para celulares, que ha colocado un centenar de antenas-palmeras en Santiago. "Nos alabaron, porque pese a lo fuerte del sismo, en el que se cayeron cables, ductos y todo tipo de señales, no se cayó ninguna antena de celular. Y rápidamente se repuso la comunicación (donde hubo electricidad)".
Pero a la semana siguiente ya eran odiados de nuevo: porque nadie quiere una antena que le haga sombra a su casa o desvalorice su barrio. Especialmente con el argumento -que nunca se ha demostrado científicamente, según él- de que las emisiones de radiación de las antenas de celulares serían dañinas para la salud.
Cada vez que se anuncia una nueva se desata una nueva polémica en el barrio, en la cuadra o en la comuna. Cartas de concejales, protestas, trifulcas, barricadas y hasta tiroteos han debido sufrir.
"Es paradójico", dice Veyl, "hasta las personas que protestan se organizan por celular, pero nadie quiere una antena cerca".
En Santiago hay 2.191 antenas y ninguna ha sido fácil de colocar. Una fuente de esta industria dice que hay una cada 3 ó 4 kilómetros y que en algunos sectores hay hasta 20 en ese mismo radio, pues todo depende de la demanda. Donde hay más celulares funcionando al mismo tiempo, más antenas se necesitan. Y en Santiago hay ocho millones de teléfonos portátiles. Esto, sumado a que se incorpora cada día más la internet inalámbrica y ahora entrarán tres nuevas compañías de celulares. Para este ritmo de crecimiento, en los próximos cinco años se necesitarán 1.000 antenas más en la capital. Se vienen más protestas, más reclamos, más trifulcas. Pero desde hace unos pocos años un nuevo oficio chileno les ha facilitado la vida: el disfrazador de palmeras.
El año 2000 el arquitecto Pablo Cavieres -de la empresa Cavieres Arquitectos- patentó la idea de forrar los tubos de acero -que se traen de Brasil y Estados Unidos- con una mezcla de resina y pintura para darles un aspecto de tronco y poner en el punto superior hojas de plástico para formar la palmera falsa. Cavieres -que finalmente no quiso hablar para este artículo- observó el trabajo de camuflaje que se realizaba en México y Estados Unidos y se trajo la idea. Pero lo perfeccionó: desarrolló una técnica para hacerlas en serie y antes de colocarlas, no después como se venía haciendo.
Tres maestranzas hoy en Santiago convierten los tubos en palmeras y hacen las hojas de plástico y metal. Hasta reciben pedidos de países vecinos. El ingenioso invento salvó la industria. "Algo simple, como poner hojas de palmeras, permitió que se expandiera la instalación de antenas, algo que las protestas de vecinos estaban obstaculizando", dice Veyl.
Desde el 2004 cuando la telefonía celular tuvo un peak de reclamos (incluso parlamentarios) por falta de cobertura -que en el fondo es falta de antenas- han disminuido esas quejas prácticamente a cero hacia el 2009, según datos de la Subsecretaría de Telecomunicaciones (Subtel). La gente odia las antenas, pero no odia tanto las palmeras, dice una fuente del organismo regulador: "Les hacen gracia, se burlan por último, pero es preferible eso a que protesten. Quizá sea algo sicológico".
Algunos las consideran feas, anti estéticas, ridículas, pero es el aporte chileno a la tecnología. De todo el enjambre antenístico actual, Veyl calcula que en la capital deben haber alrededor de 500 antenas camufladas de palmeras.
Una antena normal cuesta de 30 a 40 millones de pesos y el revestimiento de palmera que se hace en las maestranzas Infra Merc Chile, Cavieres y A.J. Ingenieros cuesta dos millones extra. No se sabe cuántas palmeras falsas han hecho desde el 2000, pero desde ese momento todas las empresas compraron la idea o la copiaron. A.J. Ingenieros, Litcom, Perech, InfraMerc Chile, Sopone, Infrawireless, American Tower y el propio Cavieres, hoy todos instalan palmeras o usan otras técnicas de camuflaje para evitar la polémica: luminarias de plaza, carteles publicitarios, chimeneas de edificios o torres de sirenas de cuerpos de Bomberos.
Joel Morales, técnico de telecomunicaciones que lleva 20 años en el rubro y ha instalado 200 antenas en Santiago para casi todas las empresas telefónicas, cuenta las múltiples peripecias que ha sorteado. "A mí me han disparado tres veces", cuenta. "En Lo Espejo hace unos cinco años nos dispararon desde un auto en marcha y aunque tuvimos protección de Carabineros, hubo tanta resistencia, que ante el peligro tuvimos que desistir de instalarla". En otras ocasiones han debido dejar la casa intacta dentro de la propiedad hasta el último minuto.
Van en furgones cerrados a trabajar para dar la apariencia de una empresa que hace una ampliación. Demuelen las habitaciones y el interior de la casa para hacer la fundación y los cimientos de la torre. "Para que los vecinos no sospechen", dice Morales. Cuando ya es inevitable, estacionan una grúa gigante, demuelen el techo y ponen la antena en dos días. "Hechos consumados", dice él.
La gente resiste -según él- a la antena de fierro roja y blanco. La Ley de Urbanismo sólo establece cierta regulación con la distancia de la construcción más próxima (un radio de un tercio de la altura) y la Subtel una exigencia de calidad de emisiones de señal. El resto es un trámite municipal. Pero cuando se reúnen con los vecinos, dice Morales, "de inmediato sale el tema de las palmeras y -pese a todos los argumentos sobre la salud- la discusión se ablanda, porque para la gente el camuflaje es la solución".
Hoy las empresas han derivado en verdaderas tiendas de disfraces. Ofrecen: balcones falsos para edificios; chimeneas de ventilación; caídas de aguas lluvia, luminarias de plaza y hasta esculturas de adorno. A Pablo Cavieres le han criticado tanto sus palmeras "que son foráneas, que está haciendo que Santiago se parezca a Miami, etc.", que se apronta a patentar el diseño de una antena-araucaria muy pehuenche de las que ya instaló una en Vitacura en calle Juan XXIII.
"Hoy podríamos poner una antena en el pilucho del Estadio Nacional y nadie se daría cuenta", dice otra fuente de la industria. Pero los cazadores de ubicaciones para antenas prefieren la altura. Altura y cielos abiertos como la cruz de una iglesia. Incluso, hay un templo que aceptó $ 1 millón mensual por poner impías antenas dentro de los techos aguja de su campanario, debajo de la cruz. Pregunto su nombre, pero no hay respuesta. Todos la conocen, pero ese sí que es secreto de Estado.