Es un trabajo que su familia ha realizado por generaciones en silencio y sin alardes, pero que en los últimos años lo ha convertido en una pequeña celebridad, y a su poblado en Louisiana -en las orillas del pantano más grande de Estados Unidos- en un inusitado destino turístico. "Nuestra vida ha cambiado mucho con el programa. Antes era todo muy tranquilo y ahora nos piden que hagamos todas estas entrevistas y que viajemos a distintos lados. Además, ha llegado muchísima gente", dice, al teléfono desde Louisiana, Troy Landry.

El es uno de los protagonistas de Los amos del pantano, serie que se convirtió en un éxito del canal History y cuya tercera temporada se emite en Latinoamérica por A&E (señal 30 en VTR y 43 en Claro), los días lunes. En este tercer ciclo se retoma la misma idea que reinó en los dos primeros: el reality sigue a los Landry y otros cazadores durante la temporada de caimanes.

"Es un trabajo peligroso y emocionante y creo que por eso llama la atención, además de que es un lugar muy lindo. Esta puede ser una profesión impresionante para muchos, que ni siquiera saben que existe", teoriza Landry sobre la popularidad del programa, y habla de lo que se verá en la historia de su familia durante este tercer ciclo: "Por primera vez se va a ver a mis hijos, Jacob, Chase y Clint, saliendo a cazar sin mí. Cualquiera que es papá sabe que es difícil dejar ir a los hijos, pero también que va a llegar un momento en que tiene que confiar en que ya están preparados", explica el patriarca, que durante los 11 meses del año en que no puede cazar caimanes se dedica a perseguir otros animales, como ardillas. "Lo que sea que esté en temporada", simplifica Landry.

Pero tal como este reality ha traído fans para los cazadores de Louisiana, también les ha acarreado una buena cuota de enemigos, defensores de los animales que están en contra de la caza de los caimanes para la venta de su carne y piel. "Lo único que les puedo decir a esas personas es que en los 60 y 70 esta área estuvo cerca de quedarse sin caimanes y nosotros fuimos los que los protegimos y logramos que no se extinguieran. Ahora hay muchos y cada año el gobierno es el que determina cuántos debemos cazar. Tenemos que hacer bien nuestro trabajo, porque cuando hay demasiados caimanes, se quedan sin comida y ahí es cuando empiezan a ir cerca de las casas. Hay muchas mascotas y niños que han sido comidos por estos animales, que son muy fuertes", dice, añadiendo que "si nosotros no llenamos la cuota de los que hay que matar cada año, el gobierno le va a pedir a otro que lo haga, así que más nos vale hacerlo bien".