POCOS LUGARES existen en el mundo como Zaanse Schans. Se ubica a 20 minutos al noreste de Amsterdam, junto al pueblo de Zaandam, desde cuya estación de trenes a la aldea de molinos hay otros 10 minutos caminando. Un recorrido por el que resulta imposible perderse, pues además de estar señalizado, basta con seguir a uno del casi millón de turistas que cada año llega a peregrinar a este lugar, convirtiéndolo en uno de los destinos turísticos preferidos de toda Holanda.

El primer asomo de la aldea está a cargo de un molino que, víctima de la modernidad, ha quedado dentro del pueblo. La expansión urbanística ha sido todo un dilema en la conservación de estos gigantes del viento.

Entre 1600 y 1700 la ribera del río Zaan -llamada región de Zaanstreek-, se convirtió en la primera zona industrial del mundo, con casi 1.000 molinos de viento.

De estos, en 1920 quedaban apenas 20. Fue entonces cuando vecinos de Zaanstreek fundaron la Asociación De Zaansche Molen con el objetivo de preservar los últimos molinos que corrían peligro de desaparecer. Para ello iniciaron una ardua labor de reubicación y fueron trasladados a orillas del río Zaan.

Así nació, en 1925, Zaanse Schans, verdadero museo al aire libre que luego fue declarado Sitio de Conservación al Aire Libre con el fin de proteger su patrimonio del desarrollo urbanístico.

La primera vista de la aldea se tiene desde el puente que cruza el río Zaan. Una panorámica del entorno donde se ubican seis de los 12 molinos de la fundación, los que invitan a conocer su trabajo desarrollado por siglos: mientras uno muele especias, un par oficia de aserradero. Y si uno produce pigmentos, existen dos aceiteros.

Pero Zaanse Schans no es solo molinos. El recinto es una fiel reproducción de las refinadas comarcas del río Zaan del siglo XVIII. Llena de puentes y calles peatonales, pulcros jardines y casas de madera pintadas de verde. Muchas de estas viviendas son réplicas de esa época, mientras algunas originales fueron trasladadas hasta aquí. Hoy funcionan como tiendas ligadas al merchandising de los molinos, restaurantes, talleres de oficios y museos temáticos. A ellos se suma una típica granja holandesa.

La ruta glamorosa

Abierto todo el año y con entrada gratuita, Zaanse Schans se divide en dos grandes sectores. La zona más urbana se adentra por la calle Kalverringdijk (ni siquiera intente pronunciarla), donde destacan sobrias casas con los típicos y variados techos holandeses que marcan la arquitectura de la aldea.

Desembocando en una plazoleta que mira al muelle de Zaanse Schans, lanchas turísticas navegan entre mayo y octubre, en un recorrido de 50 minutos junto a estos molinos (6 euros adultos y 3 euros niños hasta 12 años).

Al otro costado de la plazoleta se ubica Orse-Ket, tienda de regalos con diseños muy originales, en un ambiente sacado de una casita de muñecas. Ofrece también un taller de pintura donde clientes pueden colorear sus compras.

Desde esta tienda nace la calle Zeilenmakerspad. En el N°4 se encuentra una casa de 1658 que alberga al Museo del Pan, el que posee un horno y herramientas utilizadas durante 350 años en la elaboración del mismo pan y dulces holandeses que se consiguen en su sala de ventas.

Tras cruzar un puente arqueado se llega a otra plazoleta, que bien podría ser el centro urbano de Zaanse Schans. Aquí está Brede, tienda que responde al tradicional shopping. Llaveros, textiles variados, artesanías, postales de la aldea y miniaturas de los molinos son parte de un stock apto para todo bolsillo.

Saense Lelie, por otro lado, es la tienda más glamorosa de la villa, donde relojes de marcas exclusivas, cristalería, antigüedades y joyas se adueñan de las vitrinas. Además, todos los días artesanos demuestran sus habilidades al público en una serie de oficios tradicionales, como elaboración de suecos, soplado de vidrio y pintura a mano de la porcelana Delft Blue.

Justo al frente está De Kraai, antiguo granero convertido en restaurante. Ambientado como una cálida vivienda holandesa del siglo XIX, viene bien darse un respiro en su terraza, mientras se disfruta de sus almuerzos o de sus variados crêpes, especialidad de la casa.

Al lado se halla el museo Tweekoppige Phoenix. Vale la pena recordar su nombre, pues además de enseñar procesos de destilación existentes hace 150 años, ofrece una sala de catas y venta de licores y cervezas artesanales.

En este mismo sector, destaca el Zaans Museum, una imponente y moderna construcción que cobija herramientas, antigüedades y vestidos de usanza de la época industrial. Cuenta también con una cafetería que regala preciosas vistas de la campiña, los molinos y el río (www.zaansmuseum.nl).

Para ahondar en el mundo de los molinos está el Museo del Molino, perteneciente a la Fundación De Zaansche Molen. Se encuentra en el pueblo de Zaandik, vecino de Zaandam, y en él existen galerías que narran la historia de estas máquinas, maquetas de los molinos de la fundación con información de cada uno de ellos y un museum shop, www.zaanschemolen.nl.

Como un molino rodante

La otra zona de Zaanse Schans se centra justamente en los molinos. El circuito comienza en la plazoleta del muelle, bordeando el río por la misma calle Kalverringdijk que da la bienvenida a la aldea.

El primer molino tiene por nombre De Huisman -El Especiero- y al entrar se entiende porqué (acceso gratuito). Un suave aroma a especias invade los dos salones, uno de ellos decorado rústicamente con sacos harineros y barricas, se dedica a moler semillas mediante piedras redondas que giran gracias al viento que mueve las aspas. En el otro ambiente están los productos, destacando diferentes tipos de mostaza holandesa. Una delicia de fuerte sabor que pocos conocen y que merece llevarse a casa.

Poco más allá, haciendo una pausa entre los molinos hay dos interesantes atractivos. A un lado, un galpón que arrienda bicicletas y botes permite conocer la aldea desde otro ángulo, mientras al frente se encuentra la granja de Catharina Hoeve, una réplica del siglo XVII, especializada en quesos de vaca, cabra y oveja. Edam, gouda, ahumados, con gustos a jamón son algunos de los quesos holandeses de fama mundial que se hacen, degustan y comercializan aquí.

Los molinos de 10 m de altura continúan girando. Es el turno de El Gato, dedicado a la producción de pigmentos utilizados para teñidos textiles y pintura.

Construido en 1782, este molino es el último del mundo dedicado a este oficio (3 euros adultos y 1,5 euros niños).

A poco andar surge De Zoeker -El Buscador-, el molino más antiguo de la aldea cuya historia nace en 1672, siendo el primero en ser rescatado por la Fundación y trasladado a Zaanse Schans en 1968. Una verdadera hazaña de la ingeniería que sumó los esfuerzos de una grúa para levantarlo y subirlo en un barco que transportó sus 18 toneladas hasta su actual ubicación, donde sigue moliendo nueces y semillas para producir aceites.

Het Jonge Schaap -La oveja joven- sale al ruedo a enseñar cómo opera un molino aserradero. Imitación de un molino de 1680, fue construido entre 2005 y 2007 con una inversión de 2 millones de euros.

Su funcionamiento es digno de apreciarse. Tras pagar la entrada (3 euros y 1,5 los niños) se pasa a la sala de máquinas donde el viento mueve las sierras de arriba abajo cortando troncos en diferentes tamaños. La madera extraída se ha ocupado para construir casas de la aldea y pueblos aledaños.

Al final del camino se encuentra el otro molino aceitero. De Bonte Hen, de 1693, restaurado en la década del 70 y que, junto con mostrar sus faenas de producción, regala una estratégica vista de Zaanse Schans, con los molinos sucediéndose, girando sus aspas igual que en la Edad Media cuando eran el motor de Holanda y toda Europa.