Un detective deambula por la ciudad bañada en sangre. Lo apodan Pepe el Tira y es el protagonista de la obra que estrenó en 2013, en el Festival de Teatro de la Bienal de Venecia. Con el tiempo, dirá, el mismo hombre se ha convertido en algo así como su alter ego literario: obsesivo, infatigable e irremediablemente incomprendido. Alex Rígola, el premiado director español de 46 años, acaba de aterrizar en Santiago por tercera vez luego de su primera visita en 2008, cuando llegó para presentar su adaptación de 2666 en el Festival Santiago a Mil, la novela con que conoció la obra de Roberto Bolaño. El año pasado regresó con Maridos y mujeres, la versión teatral de la cinta de Woody Allen ganadora del Oscar, en el Teatro Municipal de Las Condes.
Ahora, tras terminar una temporada en Madrid de Incierta gloria, basada en la novela homónima del catalán Joan Sales en que revive la Guerra Civil Española, Rígola retorna a Chile para mostrar desde hoy, sobre el mismo escenario, El policía de las ratas, el último cuento escrito en vida por el autor chileno fallecido en Barcelona en 2003, en la eterna espera de un donante de hígado que nunca llegaría.
"Hay una cosa muy bestial en esta historia", dice el director sobre el relato contenido en El gaucho insufrible, la primera colección de cuentos publicada de manera póstuma tras la muerte de Bolaño, y que al año siguiente obtuvo un premio Altazor. "Para escribirlo se inspiró en el cuento Josefina la cantora o el pueblo de los ratones, de Franz Kafka, dado a conocer en 1924", agrega.
El hecho no deja de ser anecdótico: meses antes de morir de tuberculosis, el 3 de junio de ese mismo año, el autor de origen judío que inmortalizó su nombre con La metamorfosis y El proceso remataría Josefina, su último relato, con la vista empañada por la fiebre. "Lo que hace Bolaño, a diferencia de Kafka, es rascarse su propia piel para retratar la soledad del creador que vive -y muere- intentando hacer ver otras cosas que el resto no es capaz de percibir", reflexiona Rígola. "En ese sentido, hallé en el cuento de Bolaño la honestidad que no había en el de Kafka. El estaba entregado a su propia suerte".
El escenario, compuesto apenas por un linoleo blanco, simula una hoja de papel en blanco. Allí, dos actores se convierten en tinta: Pepe el Tira, el detective que se pierde en una ciudad lúgubre para intentar descifrar un crimen, se topa de frente con el cadáver sangriento de una rata del tamaño de un jabalí. En su reencuentro teatral con la obra del autor de Los detectives salvajes, Rígola admite que esta vez quiso ser aún más respetuoso que años atrás. "Del texto original cambié solo algunos términos y fundí varios personajes en uno solo. Están el detective, encarnado por Andreu Benito, y también otras voces, incluida la del propio Bolaño, las que encuentran su resonancia en el cuerpo de Joan Carreras", cuenta el director.
"Para hacer esta suerte de experimento minimal, pues no tiene más que dos actores sobre el escenario, era necesario un reparto de primera línea. Ambos son los mismos que hace años trabajaron conmigo en 2666", dice Rígola, quien a estas alturas se asume un fanático insaciable de la obra de Bolaño. "A pesar de haber llegado a él y su obra un año después de su muerte y por la novela que más le dio fama, sentí que era necesario difundirlo en España y cuanto pudiera por el resto del mundo, porque para 2006 su nombre no se encontraba en el lugar que merecía. Hoy, el tiempo nos ha dado la razón a quienes lo creíamos así", afirma.
Su estrecha relación con Carolina López, viuda de Bolaño, ha sido fundamental en ambos procesos de adaptación, cuenta. "Mantenemos un contacto fluido aunque a destiempo. Aún recuerdo la primera vez que nos reunimos en Blanes, allá por el 2006. Sí era algo recelosa con respecto a su obra, y cómo no, si aún restaban muchos tesoros por descubrir y revelar. Con los años, se dio cuenta de mi respeto por su legado literario, y cada vez que estreno la invito. Incluso, he visto a los dos hijos de ambos -Lautaro y Alexandra- crecer ante mis ojos".
¿Qué lo sedujo de la obra de Bolaño?
Fue su vocación de poeta la que me conmovió. Muy pocos escritores podrán decir que viven del placer que les entrega la escritura. Bolaño era eso, varios cafés con leche y trabajos humildes para alimentar a su familia. Luego, por las noches, se convertía en escritor. También su escritura, por cierto, que mis actores agradecen en cada palabra que les toca decir. Es como si él hubiese sabido que sus letras algún día serían verbalizadas.
¿Piensa seguir adaptando obras suyas?
Quizá es pronto para decirlo, pero ya estoy tomando notas del cuento El gaucho insufrible. Esa será mi siguiente aventura.