ESTE ES un barco que no parece barco. Debe ser porque no es uno cualquiera. Se trata del más grande del mundo. Eso, que puede sonar a un simple título, se vive de manera muy distinta a bordo. Primero, debo reconocer: no soy del tipo de viajero "crucerista", aquellos que adoran embarcar, parar en un puerto, comer de gala, jugar al casino, ver shows en vivo como si se estuviera en un all inclusive, aunque en alta mar.
Aunque la experiencia me dirá otra cosa.
Somos 6.296 pasajeros, además de 2.180 empleados, es decir, casi 8.500 personas. Un minipueblo. Pero en el Allure of the Seas -de Royal Caribbean- tal cantidad de gente no se nota. Es tan grande que todos se reparten muy bien sin tener que andar topándose como en el Parque Arauco un fin de semana. Son 2.704 cabinas que se distribuyen entre aquellas con balcón al mar, con balcón y vistas interiores, suites de dos pisos que parecen un gran loft y otras más simples que no tienen ventana, aunque grandes.
La primera impresión al ingresar en Fort Lauderdale (al norte de Miami, desde donde salimos en este crucero de siete días por el Caribe), tras hacer un ordenado chequeo -tan expedito como el de cualquier vuelo de 200 pasajeros-, es que el Allure era una especie de "gran condominio". Con 16 pisos (hay hasta el 17 pero el 13, por superstición, no existe), 24 ascensores de gran velocidad, locales comerciales, balcones y espacios verdes como el Central Park, más que un gran mall, es como un gigantesco y bien pensado conjunto de edificios y ambientes públicos flotantes con mucho personal a su disposición.
"Una cosa que me ha gustado, más allá de su tamaño impresionante, es la limpieza. No te topas con ninguna basura, todas las cabinas y baños lucen impecables a toda hora, en los restaurantes todo reluce", dice Mark, un estadounidense que parece tener TOC (trastorno obsesivo-compulsivo) pero que grafica bien un aspecto del servicio. Viaja con su mujer rusa y sus tres hijos de entre seis y14 años.
Contraria a la tónica de muchos cruceros, el Allure of the Seas está lejos de ser el clásico crucero para los años dorados, aunque también se vean adultos mayores. Lleva muchas familias, con niños chicos y otros que ya pasaron la edad del pavo. Cada día hay mil actividades para ellos. El público también es variado: hay muchos estadounidenses, numerosos mexicanos, varios venezolanos y, en proporciones similares, brasileños, italianos, españoles, argentinos y unos pocos pero notorios chilenos.
"Elegí este barco recomendado por amigos. Vengo con mi mujer y mis hijos y la verdad es que todos tenemos diversión juntos y separados. Los chavos (13 y 15) hacen su vida, pero siempre desayunamos, almorzamos y cenamos juntos. A veces nos topamos en la alberca y, si queremos encontrarnos, los llamamos al handy", dice el mexicano Rafael Huerta, del DF. Se refiere a los walkie talkie que algunos, que ya han hecho el viaje antes, traen para estar conectados con sus niños. Otros los compran por US$ 59 en la tienda a bordo. En un barco de estas proporciones, el recurso deja a muchos más tranquilos.
Si hay algo que tiene este condominio es entretención. En un comienzo, cuesta enchufarse y aprenderse los pisos donde está cada atractivo pero, finalmente, se logra. El quinto piso es del Royal Promenade, algo así como el "lobby" del condominio y del Boardwalk, un espacio abierto con juegos para niños, tiendas de dulces, heladería y hasta un carrusel. En el Promenade están la recepción, la mayoría de las tiendas, diferentes bares, un Starbucks, entre otros. Aquí suelen hacer sus shows Fiona, que es la madrina del barco, Shrek, el Gato con Botas, Kung Fu Panda y otros personajes de Dreamworks. También está el Rising Tide, una plataforma-bar que sube y baja del quinto al octavo piso a velocidad suave, que no permite mareos, a menos que se haya pasado de copas.
Al embarcar, se ofrecen paquetes de bebidas a diferentes precios y con variadas alternativas, ya que estas no están incluidas. Si no compra un paquete, puede por supuesto pagar cada bebida individualmente, pero siempre saldrá más caro y muchos se arrepienten a medio camino, porque tomarse una cerveza en la piscina o una copa de vino en la cena es un placer necesario. Saque la cuenta y evalúe. Por ejemplo, puede pasar por Sorrentos, la pizzería del Promenade, sacar su trozo de pizza recién hecho y acompañarlo con una copa de cabernet sin pagar nada. Lo mismo si desea una cerveza o un jugo natural en Boleros, uno de los más animados bares de este piso y muy frecuentado por los pasajeros latinos.
El octavo piso del barco es otro espacio que congrega a los pasajeros. Llamado simplemente Central Park, es un parque con más de 12.500 plantas y 56 enormes árboles. Hay bancas para sentarse a leer un libro o conversar, una galería del pintor Britto, un bar y varios restaurantes, desde el Park Café, que ofrece desayunos y almuerzos rápidos, a otros más refinados que requieren reservas y son a la carta (con un pago extra), como el Giovanni's Table, estupendo italiano donde sobresalen sus enormes ostiones gratinados o las pastas hechas ahí mismo. También está el Chops Grille, que ofrece cortes de carne con un sistema de maduración prolongado que les da un sabor realmente especial. Otro para destacar es el agradable Vintages Wine, un bar de tapas con una extensa selección de vinos de todo el mundo para probar diversas etiquetas en copas.
Porque en un crucero el tema de la comida es fundamental. Forma parte del panorama decidir dónde va a desayunar, si quiere almorzar algo liviano o si prefiere una preparación más gourmet. Otro asunto importante es escoger la vestimenta para la comida de la noche, ya que algunos restaurantes exigen tenida formal. Sea como sea, aquí hay una preocupación notoria para que los pasajeros se puedan lanzar a una verdadera aventura gastronómica. Sepa desde ya que le faltarán días para ir a todos los lugares, ya que son 25 las opciones entre restaurantes y cafés que sirven comidas.
Ahora, si un día no quiere salir de su cabina, puede pedir servicio a la habitación sin cargo.
Después de comer, de seguro no se irá a dormir. Hay shows y de muy buen nivel. Desde el musical Chicago, pasando por Oceanaria, un rítmico espectáculo acuático, otro de patinaje artístico en la estupenda cancha-teatro o Blue Planet, una mezcla de danza artística, luces y acrobacias al más puro estilo del Cirque du Soleil. Con el fin de que no se pierda de nada y pueda programar su jornada, cada noche le dejan en su cabina un Cruise Compass (hay en español) con todas las actividades del día siguiente, para todas las edades y gustos, desde las 7 de mañana a pasada medianoche. Charlas, bingos, rifas, karaokes, cursos de cocina para niños, volley en la piscina, clases de baile, fiestas para solteros, fiestas de los 80, concursos, la lista es interminable.
El Allure hace el recorrido Fort Lauderdale (EE.UU.)-Labadee (Haití)- Falmouth (Jamaica)-Cozumel (México)- Fort Lauderdale en siete noches de navegación. Eso, a diferencia de otras rutas, permite tener el tiempo necesario para conocer y aprovechar las instalaciones de este transatlántico. Y no son pocos los que prefieren quedarse arriba disfrutando las piscinas más vacías o menos filas en entretenciones como el FlowRide, que produce olas artificiales para sortear sobre una tabla de bodysurf, el canopy o el enorme muro de escalada.
Es el tercer día y nos bajamos. El desembarco es en Labadee que, ensimple, es un balneario de Royal Caribbean en Haití. Rodeadas de vegetación, se expanden varias playas de aguas claras y tibias. Hay un canopy que, se dice, es uno de los más largos del mundo y un pueblito de artesanos con coloridos objetos locales, además muchas excursiones pagadas que se pueden realizar: snorkeling, motos de agua, kayak y hasta una montaña rusa.
Día cuatro. Una jamaiquina estupenda, que no debe tener más de 25, está en la playa con sus dos hijos pequeños. La mayor, llamada Florence, juega sola en la arena mientras ella toma al más chico en brazos. En dos segundos, me hago la película completa: de seguro su marido trabaja en un resort en Montego Bay y ella, que vive cerca, aprovecha la playa de Burwood. Nuestra meta.
Llegamos acá después de negociar con Bryan, un taxista que, como muchos, se quiso pasar de listo. Primero quiso cobrar más de los 10 dólares por persona que nos señalaron como límite para venir a Burwood Beach. Además, pedía que le pagásemos el regreso antes. Luego, quería venirnos a buscar antes de la hora señalada. Finalmente, al pagarle un tramo, nos quiso dar menos vuelto y cuando no le aguantamos, nos tildó de ser parte de la mafia italiana. Pero al parecer, así son las cosas aquí, "Jamaica no problem".
En menos de 15 minutos que llevamos en Burwood ya me han ofrecido collares, pulseras, gorros y marihuana. Pero que nadie se espante, la playa es tranquila, llena de niños y familias locales. Hay un rústico quiosco que vende bebidas y, por supuesto, Red Stripe, la famosa cerveza local por 3 dólares, además de pescados y mariscos. El agua es verde transparente y es, por lejos, una de las buenas excursiones para quien quiere huir de los tours masivos. De esos en grandes buses y con recorridos que duran tres horas de ida y tres de vuelta, van a lugares como Montego Bay, Laguna Azul, cataratas Dunn's y Nine Mile, cuna de Bob Marley y que son los que suelen hacer la gran mayoría de los pasajeros del barco.
Pero a Burwood Beach casi ningún taxista lo querrá traer porque está a apenas 15 minutos del puerto de Falmouth y a 10 dólares por persona el tramo. Claro, si negocia como si fuese de la mafia.
Día seis. El barco llega antes de las 8 de la mañana a la isla de Cozumel, frente a Playa del Carmen, México. Hacemos caso a las recomendaciones y desayunamos tarde en el completísimo buffet del Windjammer, dejando que la horda salga primero. La salida otra vez es ordenada. Nuestro destino: Playa Palancar, una linda faja de arenas blancas y mar color Caribe a la que tampoco llegan cientos de turistas. Contamos no más de 10 toallas celestes -que son las del barco- y el resto pasajeros de los hoteles que se reparten en esta isla. ¿Qué ofrece Palancar? Reposeras, algo de sombra para el que quiera. Bar, pescados y burritos. Un taxi desde el puerto hasta aquí vale US$ 20. Las bebidas 3 y las micheladas, 4. Nada mal. Además se puede practicar snorkeling, kayak y andar en motos de agua. ¿Qué hace el resto del barco? La gran mayoría contrata excursiones o pasan el día en un hotel all inclusive.
"Si es para encerrarse en un hotel, mejor me quedo en el barco", me dice lleno de sentido común uno de los turistas brasileños que visitan Palancar. Me mete conversa al ver que ando con la toalla celeste. "Esto está muito legal, pero quiero volver al barco porque no me quiero perder el show acuático", remata. En el camino de regreso, voy pensando en dónde dejé el Cruise Compass para ver qué sorpresa me deparará este condominio al que me estoy habituando.
Pero la sorpresa es más simple. Observar el zarpe desde el balcón y sentir como comenzamos a movernos suavemente, con una suave brisa, será la mejor instantánea que me traiga de vuelta.







