Agudo, directo, sigiloso, hace 30 años el norteamericano Andrew Wylie (62) abrió una pequeña agencia literaria y desde hace un par de décadas, con oficinas en Nueva York y Londres, es considerado el hombre más poderoso y voraz de la industria. "No me interesa la cultura de masas. Cuando empecé a trabajar, nueve de cada 10 personas se iban directo a la puerta que decía dinero, comercio, basura. Yo elegí la puerta que decía calidad", señaló recientemente en la Feria del Libro de Londres al diario The Observer, dejando en claro que él representa a escritores de calidad y que le repugnan los autores de bestsellers: tiene una cruzada contra las librerías que se empapelan con la lista de los más vendidos y dejan la buena literatura escondida en los anaqueles traseros. Ha querido que Philip Roth se convierta en un superventas y para eso, dice, hay que trabajar el triple que en otro negocio. Pues el mundo de la elite literaria es reducido y muy estrecho, mientras el mundo normal glorifica lo mediocre y lo fácil.

Wylie es hijo de una familia poderosa y culta de Boston; su padre era editor y su madre heredera de la aristocracia fundacional de Estados Unidos. Estudió literatura francesa en Harvard y en los 70 se fue a Nueva York, donde se juntaba con Andy Warhol, tomaba anfetaminas y escribía lo que podía, desde periodismo ocasional hasta poesía pornográfica. De hecho, en 1972 viajó a Londres para dar un recital de poesía con una tropa comandada por Patti Smith y Sam Shepard: Patti obviamente triunfó como reina del punk en ciernes y Wylie apenas alcanzó a terminar de declamar sus malos versos. Después de cumplir 30 sentó cabeza y puso su nombre para dedicarse a las letras en serio. Su catálogo de autores aún lleva la huella de esos años: representa a Laurie Anderson y Lou Reed, y a la fundación de Warhol, además de los íconos underground Allen Ginsberg y William Burroughs. La lista de sus autores norteamericanos es completa y variada: Philip Roth, Miranda July, AM Homes, Susan Sontag, Jon Lee Anderson, Hunter Thompson, John Updike, James Wood, John Cheever, Raymond Carver, Saul Bellow, Arthur Miller.

Su fama e importancia, junto con su apodo de Chacal, comenzó en 1995, cuando Martin Amis dejó a su agente de toda la vida -Pat Kavanagh, para peor la mujer de su amigo Julian Barnes- y obtuvo gracias a Wylie un contrato por 500 mil libras. "No me avergüenzo para nada de mi agresividad para defender a los autores. La representación de buenos escritores ha sido menos profesional que la de los malos", dice. Su capital es el profesionalismo: "Soy el sirviente perfecto. Soy muy competitivo. Sería sorprendente que alguno de mis clientes me despidiese. Consigo los términos más favorables para ellos. Nunca traicionaré a uno de mis autores, y nunca le haré un favor a una editorial. Esta ética es bastante necesaria en este negocio", declaró a fines del año pasado en España, donde no tuvo problemas para señalar que el mundo editorial de ese país le parecía corrupto y poco profesional. Demasiado amiguismo -sugirió relaciones íntimas: sexuales-, demasiada buena onda entre agentes y editoriales. "Si los agentes creen que hacen negocios con las editoriales, tratan a los autores como gente con talento pero disfuncional. Para mí el agente es contratado por el autor, y como agente eres el jardinero de la propiedad del autor".

También en España dijo que el mercado en castellano le parecía poco relevante: ya lo había explorado, pues instaló una oficina en Madrid el 2000 que funcionó menos de dos años. Hace unos meses volvió a decir que no le interesaba comprar la agencia de Carmen Balcells, la más importante de la lengua. Ya se había llevado a la joya de la corona: el chileno Roberto Bolaño. Según él, fue la propia viuda del autor la que lo contactó. Balcells, la usurpada, declaró que casi le dio "un patatús" cuando se enteró (entonces, el 2008, estaba semi retirada, pero ha vuelto), y aclara que fue ella la que negoció la muy exitosa publicación de Bolaño en inglés. Wylie se quedó con los textos inéditos y otros posibles negocios jugosos: las rumoreadas versiones de cine. Aún no hay nada concreto al respecto. La chilena Alicia Scherson rodará con el argumento de Una novelita lumpen, que se estrena el 2011, cuyos derechos los había adquirido antes, con Balcells.

De Nueva York a Japón

Además de Bolaño, sólo hay cuatro hispanoamericanos en la lista de Wylie: el español Antonio Muñoz Molina, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, el mexicano Enrique Krauze y el cubano Guillermo Cabrera Infante (y otro chileno, Ariel Dorfman, que para estos efectos es prácticamente norteamericano). Tiene sólo un francés -la institución del agente no existe en Francia-: el presidente Nicolas Sarkozy. Otros políticos que representa son Al Gore, Benazir Bhutto, Kofi Annan y Henry Kissinger, cuya esperada biografía prepara otro de sus clientes, Niall Ferguson. Gente de negocios: David Rockefeller, "un viejo amigo de la familia", y la fundación Gates. Artistas: Nan Golding y Jeff Koons, además de los fotógrafos Annie Leibovitz, Richard Avedon, Inge Morath y Diane Arbus; la fundación Fassbinder y David Cronenberg en cine; el actor Sean Penn y el músico David Byrne. Las revistas Vanity Fair, Harpers y New York Review of Books. Los italianos Italo Calvino, Roberto Calasso, Claudio Magris, Antonio Tabucchi, Alessandro Baricco. Los premiados Ismaíl Kadaré, VS Naipul, Amos Oz, Orhan Pamuk, Salman Rushdie. Los clásicos: Borges, Tomasi de Lampedusa, Mishima, Nabokov, Evelyn Waugh, Philip K. Dick, Broch, Auden. La biblioteca Wylie es alucinante.

En sus oficinas trabajan 50 personas, quienes se encargan de la infinita labor que supone llevar los derechos para todos los países, en todas las lenguas, de este grupo de genios. Ya tiene claro quiénes serán sus sucesores: Scott Moyers en Nueva York y Sarah Chalfant en Londres. Wylie mismo trabaja sin parar, viaja cada mes a Londres, varias veces al año a Italia, a Japón, a Egipto. "Somos muy internacionales. Pensamos territorialmente", declaró al Observer. Uno de sus últimos clientes es el egipcio Alaa Al Aswany, autor de las novelas extremadamente críticas El edificio Yacobián y Chicago, a quien él mismo contactó. Es una buena jugada: las letras árabes están en auge, pues tras décadas de pobreza y censura, es un mercado enorme que empieza a abrirse de la mano de los multimillonarios del petróleo. El método que tiene para convencer a los escritores parece infalible: "Le presentamos un estudio que dice que su negocio es así, pero podría ser de este modo. Ahí está el estudio, le decimos, no tienes que contratarnos, si quieres dáselo a tu agente o a tu abogado o a quien quieras. Y ellos pueden hacerlo, o tratar, pero eso es lo que podríamos hacer".

Dice que usó un Kindle una hora y media y luego lo guardó en el clóset: se declara un hombre de libros, y no imagina que la gente prefiera leer Guerra y paz en una pantalla antes que en una hermosa y cómoda encuadernación de papel. Y tiene claro que hay que cobrar un precio fijo (no un porcentaje) de derechos de autor por cada e-book vendido: si no, la librería digital sería la ruina para los autores, como a su parecer sucedió con la música. Hoy está en esa cruzada, la misma de siempre: que gracias a la biblioteca digital cada libro reciba la atención que se merece. "No más montañas de Dan Brown que tapen a Shakespeare, ni Danielle Steel borrando a Italo Calvino. Y que se pague lo que se debe por Borges", escribió en una de sus escasas columnas de prensa, para el Times de Londres. Se levanta a las 5 de la mañana y sale a trotar, sin soltar jamás el e-mail y el teléfono para contactarse con Europa o con Japón. Vive con su mujer y dos de sus tres hijos. Odia las fiestas y quisiera acostarse cada día a las 9 de la noche. No tiene twitter ni blog. No le gusta la cháchara. "Soy malo para conversar. Pero si hablamos de libros podría estar horas". Cuando le tiran la lengua sobre su negocio, dice lo que piensa, y piensa bien.