Creció en los platós de cine. De niña solía acompañar a su padre a los set de filmación. Alexander Mnouchkine, productor de origen ruso, fue un impulsor del cine en Francia: estuvo detrás de medio centenar de filmes, desde El águila de dos cabezas de Jean Cocteau hasta El nombre de la rosa de Jean-Jacques Annaud. "Fue muy importante para mí", dice ella. El padre tomaría el nombre de su hija cuando formó su productora: Les films Ariane.
"Voy más al cine que al teatro", reconoce. Y aunque sintió la atracción del séptimo arte, la hija del productor ruso y la actriz inglesa Jane Hannen se decidió por el teatro: "En el cine, los equipos son muy fuertes durante tres meses, pero después casi nunca se vuelven a ver… Yo no quería eso sino un camino, una aventura humana con gente que perdurara". Ese camino tomó forma en 1964 con el nombre Théâtre du Soleil, la compañía que Ariane Mnouchkine fundó en París y que es hoy un referente mundial.
La última obra del grupo, Los náufragos de La Loca Esperanza, es la estrella del festival Santiago a Mil, presentado por Minera Escondida. Mnouchkine y su troupe hacen un homenaje al cine con la historia de Jean LaPalette, un director socialista que en 1914 trata de filmar una novela de Julio Verne: la historia de los sobrevivientes de un naufragio que intentan fundar una sociedad ideal en el Cabo de Hornos. Es un espectáculo de cuatro horas, con 30 actores y un enorme despliegue de energía y recursos teatrales.
"Cuando comenzamos una obra, no sabemos cómo va a ser. Uno no se dice voy a hacer algo monumental. Siempre intentamos comenzar de la forma más simple posible, con los medios teatrales más simples. El teatro es el arte del actor, de la metáfora, de lo pequeño para encontrar lo grande. De hecho, esa es una de nuestras leyes. Siempre digo a nuestros actores que busquen lo pequeño para encontrar lo grande, lo concreto para encontrar lo maravilloso", dice Mnouchkine en un café de la Estación Mapocho.
Con historias paralelas y varios cambios de escenografía, el montaje supone mucho trabajo. Para la directora no es nada del otro mundo. "Todo trabajo lo supone: el cine, el restaurante, las minas... No sé hacer teatro sin hacer un enorme trabajo. No sé cómo recibir al público sin trabajar mucho".
No es sólo una declaración: Mnouchkine se preocupa de cada detalle. Los náufragos... es un reflejo del espíritu colectivo, la estética y la fe política de la compañía: la utopía está en el corazón de la obra y del Soleil mismo.
¿Qué sentido tiene hablar de utopías hoy?
Para mí la utopía es lo ideal, la sociedad ideal. Sabemos que no alcanzamos la sociedad ideal ni el teatro ideal; que no llegamos al grupo ideal, pero lo importante es buscarlo, seguir buscándolo... No porque algunos pensadores de fines del siglo XX hayan sostenido que la utopía dejó de existir los voy a escuchar. Nunca lo hice y nunca lo haré.
Mnouchkine habla con convicción. Si bien la obra es una fábula política, ella toma distancia del teatro "político", tanto como del teatro de pura entretención, que devora las carteleras del mundo: "En los años 60, 70 y 80, se confundió a veces el teatro político con el teatro malo. So pretexto de ser político, no importaba que no fuese bueno… y eso se paga un día, porque no puede haber teatro político si no es también poético, un verdadero teatro, hermoso".
Jean LaPalette, el cineasta, quiere hacer cine de educación y recreación popular, una idea que a Mnouchkine le gusta mucho: "Eso viene de la editorial de Julio Verne, Editions Hetzel, que editaba textos de educación y recreación para los jóvenes. La ambición del Théâtre du Soleil es exactamente eso, hacer teatro de educación y recreación popular. El teatro político olvidó precisamente recrear al público. Y la palabra recreación tiene que ver, por supuesto, con entretener, pero también con re-crear, con volver a crear".
Actualmente la compañía produce un filme sobre la obra. Pero Mnouchkine prefiere no hablar de "cosas que no se han hecho".
¿Cuán importante es el público para usted?
¡Es el rey!
Hay artistas que trabajan de espaldas al público...
A mí sí me interesa, pero no pienso en ello mientras trabajo. Sólo tres o cuatro días antes del estreno comienzo a pensar qué va a sentir el público. Mientras trabajo pienso en lo que a mí me provoca, si me hace reír o llorar. Y creo que el público reaccionará como lo hago yo. Esa es la apuesta. Yo apuesto a que me parezco al público y hasta el momento, así ha sido.
¿Cómo se financian?
Estamos peligrosamente endeudados y este montaje tomó mucho tiempo. Este año 2012 no podemos hacer nada, porque no hemos pagado nada y espero que podamos comenzar de nuevo a trabajar en marzo-abril.
¿Aún cree que el teatro puede cambiar el mundo?
La gente puede cambiar el mundo y el teatro puede cambiar a alguien en esta sala. Si esta noche el espectáculo emociona a alguien y lo limpia de su resignación o desencanto y lo entusiasma de nuevo… eso cambia el mundo.