Apenas me ve llegar, se levanta y saluda. Ariel Dorfman está en el lobby de un hotel en Providencia. Es amable y efusivo. Mira la polera y con gesto curioso pregunta: "¿Qué dibujo es ese?". "Ah... es Samuel Lee Jackson, de Pulp fiction", se responde. "Qué bueno que viniste con ella", agrega. Y haciendo honor a su fama, anuncia: "Justo ahora uno de los productores de Pulp fiction, Richard Gladstein, quiere filmar un guión mío".

Dorfman vino a Chile a presentar Americanos, su última novela, y en el curso de la conversación revelará nuevos proyectos, todos con estrellas internacionales, a las que trata con sorprendente familiaridad: el montaje de una obra de teatro en Madrid con Viggo (Mortensen), una película con Salma (Hayek), una ópera con Alan (Parson). Desde que Roman Polanski filmó su obra La muerte y la doncella (1994), con Sigourney Weaver y Ben Kingsley, el autor de Para leer el Pato Donald tiene agente en Hollywood. "Me cambió de categoría", dice.

Así, habla de política con Susan Sarandon, cena con Robert Redford o almuerza con Toni Morrison. Estrenó una obra en el Congreso de Washington con Martin Sheen, ingresó a la Academia de Artes y Ciencias y Peter Raymont (ganador de un Emy) filmó un documental sobre su vida que tuvo buena recepción en la prensa americana. "Soy muy amigo de Martin Sheen y nos vemos siempre. A Roman lo veo cada vez que voy a París y a Sigourney la sigo viendo. Pero no ando persiguiendo estrellas; busco artistas para colaborar en proyectos", asegura.

Americanos es una saga ambiciosa, que abarca desde la Independencia de EEUU a la Guerra de Secesión. Ambientada en California, en 1853, relata la fiebre del oro y la inmigración latina, con flashazos de las guerras independentistas del continente y cameos de O'Higgins y Tupac Amaru. Los protagonistas son los gemelos Pablo y Rafael, quienes ante el asesinato del bandido Joaquín Murieta se dividen. Uno celebra a los gringos; el otro los rechaza. "Es como mi personalidad", dice Dorfman. "Viví en EEUU entre los dos y los 12 años y después me negué a hablar inglés mucho tiempo". Hoy se asume "totalmente bilingüe".

Americanos saldrá en los próximos meses en EEUU y Dorfman ya piensa en su adaptación.

"Estamos en conversaciones con HBO para hacer una serie. Pero eso está en manos de mi agente".

Su lugar en el mundo

En una cena en Santiago, a principios de los 70, Dorfman lanzó una idea delirante. Por entonces abrazaba el marxismo y era un impetuoso revolucionario. "En la cena estaban Enrique Lihn y Mario Benedetti. Dorfman decía que había que llevar la revolución a EEUU. Déjale eso a los negros, le dijo Lihn, con sorna", recuerda Alfonso Calderón.

Nacido en Argentina, Dorfman llegó a Chile en 1954 tras una década en EEUU. Estudió en el Grange, se nacionalizó y se volvió antiimperialista. Se unió al Mapu, colaboró con la UP y junto con Armand Mattelart escribió Para leer al Pato Donald, un clásico de la crítica cultural marxista.

Ya entonces generaba anticuerpos. "Era resistido", recuerda Carlos Orellana. "Durante la UP fue muy sectario". En una de las sesiones del taller de escritores de la Universidad Católica, Germán Marín estuvo a punto de lanzarlo por la ventana de un segundo piso. "Lihn era uno de los que me instigaba", se ríe hoy Marín.

Alfonso Calderón trabajó con él en el Pedagógico y guarda un buen recuerdo: "Era brillante, manejaba muy bien la literatura comparada. Sus alumnos lo apreciaban mucho".

Una vez en el exilio fue uno de los voceros de la solidaridad con Chile. Y dio prueba de su habilidad discursiva: en un acto en Amsterdam, dejó una fila de sillas vacías. En medio del acto indicó las sillas y dijo: "Ahí está el compañero desaparecido, allá el hombre torturado...". Logró una ovación y repitió la rutina en otros actos. Lihn lo bautizaría "el hombre de las sillas vacías".

"Cuando volví a verlo en el exilio, lo primero que me dijo fue acabo de publicar mi libro número 13. Ariel es un gran publicista de sí mismo", cuenta Orellana.

Amigo de Antonio Skármeta y Arturo Navarro, en 1991 estrenó La muerte y la doncella en Santiago, pero fue un fracaso. Sin embargo, gracias al apoyo de Harold Pinter fue estrenada en el Royal Court de Londres. Y se convirtió en un éxito.

Radicado en EEUU desde 1983, es profesor de la Universidad de Duke y se codea con grandes figuras. "No es raro. Yo me muevo en el ambiente y conozco gente. Soy amigo del Paul Auster y Don DeLillo", cuenta. ¿Cómo lo consiguió? "Hubo un momento en que lo busqué. El exilio me dejó fuera del lugar donde quería estar. Como compensación, decidí que iba a hacerme un lugar en el mundo. Resultó y estoy feliz".