Lo más difícil que me ha tocado hacer, por el simbolismo que tiene, son los dos trajes que confeccionamos para don Ricardo Lagos el 11 de marzo de 2000, para asumir la presidencia. No sabíamos cuál de los dos iba a escoger: yo propuse dos trajes de la misma tela, pero uno cruzado y el otro con tres botones. Habíamos conversado que se iba a poner el cruzado, que le queda muy bien. Es su único traje cruzado. Se lo puso esa vez y después para los 21 de mayo.
Chile no es un país, sino un territorio. Nos sobra histeria, nos falta pudor.
Hace 45 años, las conversaciones de padre e hijo en materia sexual eran mínimas y muy acotadas a algunos temas. El consejo de mi padre era que después de tener sexo me tenía que lavar con agua, con alcohol, con vino, con el líquido más a mano. Gracioso. Hoy me da risa.
Soy un hombre de izquierda. A la izquierda de la izquierda. Tuve mi pasado de derecha y católico, porque estaba convencido de lo que ese grupo me decía. Pero vino la noche negra, donde se atentó contra lo más sagrado de la República, que es la casa de gobierno. Yo estaba en Viña del Mar y cuando vi los aviones bombardeando la casa de gobierno, lloraba. Eso es como zapatear arriba de tu madre. Una cosa loca, esquizofrénica, ridícula.
Si pudiera, me iría a vivir al campo en Florencia. En el Chianti. Desde hace muchos años tengo la oportunidad de estar ahí. Trabajo, leo. El Chianti es el lugar donde Dios compra el vino.
Me gustaría vestir al Presidente Piñera. Hay tanto trabajo que hacer ahí. Le diría que nos demos una oportunidad, que aunque le es difícil confiar en otros, al menos confíe en mí en esto. El vestuario es matemáticas también. Y en el caso del Presidente hay una suma que no da, están mal hechos los cálculos. La espalda, los brazos… No digo que al Presidente lo hayan calculado mal, digo que él da mal las medidas.
Tengo dos formas de ingresar a Italia. Una es directamente al campo, a través del pequeño aeropuerto de Pisa, en la Toscana. Otra manera es por Milán, que la usaba mucho más antes. El primer día allí me vestía como príncipe y me iba a caminar y tomar café en la Via Montenapoleone.
Me río de mí mismo. Me pillo haciendo cosas. De repente estoy solo, con la perra y el gato, y me pillo hablando despacito. O robando jamón del refrigerador, como escondido de mí mismo.
El mejor recuerdo de mi vida tiene nombre y apellido: Pedro Webar (su pareja, fallecido en 2003). No hay nada mejor. Un recuerdo que duró 27 años, marcado por la alegría, el conocimiento, la libertad.
Mi plato favorito: un risotto al salmone. Existe un restaurante que se llama Il Piraña, en Prato, al lado de Florencia. Y allí este risotto es un sabor que envuelve, no quieres que se termine.
Mi familia no son toscanos, sino de la Liguria. De Manarola, en la Cinque Terre. Es mi lugar. Ahí tiene casa mi familia, que es donde nació mi bisabuelo. Eso aún está. Un pueblito pescador y agricultor. En el cementerio están todos mis antepasados Andreoli.
Lo italiano se me sale en la comida. Y en la fiesta. Me gustan las fiestas, juntar a los amigos. Soy un pescador, tiro redes para juntarse y celebrar. Siempre hay algo por qué celebrar. Que llega la primavera, por ejemplo. Incluso hasta el terremoto. Hicimos una tremenda comida al otro día del terremoto, porque soy un enamorado de los sismos.
Canto canciones religiosas todo el día, solo aquí en mi casa. Son antiguas canciones de misa. Cuando estoy en Toscana camino mucho, voy con mis perros y canto estas canciones que aprendí de niño.
Si no hubiese sido sastre, me habría dedicado a la política. Diputado, senador…
No existen los placeres culpables.
¿Qué me produce miedo? A veces, le tengo miedo a mis propios sueños. Miedo al inconsciente.
No soy llorón… pero lo era. He llorado ya tanto. No digo que a veces no tenga ganas… Me conmoví cuando supe el incendio de la cárcel de San Miguel. Pero ya no soy el llorón que fui.
Está lleno de gestos de mala educación. No saludar es terrible. En el ascensor yo entro y saludo, aunque sea gente que no conozca. Escupir en el suelo también lo encuentro terrible. O que alguien coma mal: no soporto la gente de un estrato social como el mío, un par, que coma como un flaite. Que use mal las copas, el servicio, que haga sonar los platos. No lo acepto y me levanto de la mesa.
Pensar que un día, como todos los seres humanos, me voy a morir me produce una tremenda alegría. Estoy siempre preparado: bien vestido -hay que estar bien vestido cuando llega la muerte- y con la conciencia limpia. No le tengo miedo a la muerte: desde niño, por ser de campo, tuve mucha relación con la muerte, pasando por todo tipo de funerales, maravillosos, llorados, con guitarra.