Son las 6.30 AM en Plaza de Armas y un puñado de quiosqueros y oficinistas se miran extrañados. El canto de un gallo los ha hecho detenerse y por más que miran no encuentran nada. No saben que en uno de los departamentos del piso seis del Portal Fernández Concha, uno que da hacia Compañía con Ahumada, Lilian Contreras usa despertador. "Tengo dos gallos. Me gusta porque me siento como si estuviera en provincia", dice.
Cosas como estas pasan a esta hora alrededor de este espacio, que está ahí 470 años.
A las 7.30, frente a la Catedral de Santiago, decenas de carabineros se forman antes de dispersarse por el casco histórico. Es un saludo similar al cambio de mando en La Moneda, pero más pequeño, y que contrasta con lo que sucede a esa misma hora en la esquina opuesta. Por 21 de Mayo, una hilera de vagabundos espera su turno para recibir un sándwich y una caja de leche que un grupo anónimo de voluntarios les lleva en camionetas.
Lilian los observa varias mañanas desde su terraza, hasta que una parte de las 1.300.000 personas que circulan a diario por este lugar empieza a llegar. "Me gusta ver cómo acá conviven el gerente y el mendigo; el chinchinero y la niña que canta ópera sobre una silla de ruedas. Ella viene los fines de semana y me gusta escucharla".
Lilian vive hace 20 años en el sector, cuando un departamento de 300 m2 de este inmueble, construido en 1871 por Josué Smith del Solar y José Smith Millar, costaba $ 36 millones. Hace unos años, un extranjero le ofreció comprarlo al doble, pero ella se negó. Había sido uno de los primeros edificios en altura de Santiago, había albergado al elegante Hotel Inglés y luego dio paso a la clase media. "El portal es como una ciudad. Hay joyeros, abogados, travestis, turistas y un casino que da almuerzos a los ejecutivos desde 1963. A mí me sacan muerta de aquí", afirma ella, quien ahora es jefa del personal del edificio. Desde ese "puesto", ha conocido a célebres vecinos que han pasado por ahí. A Daniel Muñoz, Guillermo Bruce y Marés González. La última vez que la vio, la actriz le comentó que se iba a ir de ahí, porque el lugar la atrapaba. Una semana después de mudarse, falleció.
La postal que rodea la Plaza de Armas es, por decir lo menos, ecléctica. En la planta baja del Portal Fernández Concha, los oficinistas se amontonan para comer hot dogs de pie. Al frente, por calle Catedral, las construcciones del Santiago de la Colonia -el Museo Histórico Nacional, la Municipalidad de Santiago y Correos de Chile, que fue la casa de Pedro de Valdivia y la residencia de todos los presidentes hasta 1846- parecieran estar estáticas hace siglos. Al oriente, la arquitectura del edificio Phillips-Portal Bulnes y su torre interior (Edificio Presidente) recuerdan indefectiblemente al ex Presidente Jorge Alessandri, y al poniente, la imponente Catedral de Santiago, rememoran cómo se montaba una ciudad colonial.
La Plaza de Armas ya no es el lugar que hasta la década del 70 todavía veía pasar a profesionales del barrio alto. Roberto Neira (59) llegó en 1966 a un departamento del sexto piso de la torre Phillips 15, como empleado puertas adentro de la Familia Lambert. "En esos tiempos, las familias podían tener hasta cinco empleados y la puerta de acceso no era la misma que tenían los patrones. Sólo nos topábamos cuando nos llamaban con timbres que estaban instalados en todas las habitaciones", cuenta. Trabajó tantos años con ellos y llegó a conocer tan bien el edificio, que en 1978 fue ascendido por los vecinos y se hizo cargo de la supervisión de las torres 15, 56, 84 y 40 del pasaje Phillips. Como mayordomo. Es en la última dirección, en un séptimo piso, donde tiene su propio departamento. "Soy una especie de 'señor Barriga'. Me toca cobrar los gastos comunes", explica.
Uno de sus máximos orgullos fue haber tenido de vecino al ex Presidente Jorge Alessandri, a quien recuerda haber visto seguido desde su terraza, que alcanza los 250 m2. A esa hora, el cielo de la Plaza de Armas se vuelve rosado y damasco. Y la imponente Catedral de Santiago le trae la nostalgia de locales glamorosos, como el desaparecido Chez Henry, donde el presidente cenaba con traje y corbata. El mayordomo tiene grabadas en su memoria las caminatas de Alessandri por la plaza. "A las 8.50 en punto, cruzaba a pie desde Phillips a La Moneda. Un día me llamó preocupado para contarme que se había caído en la plaza y nadie lo había recogido", recuerda.
Neira fue testigo de episodios menos auspiciosos también. "Desde aquí vi cómo los militares mataron a gente durante el golpe de Estado. Disparaban desde la cúpula de la Catedral. Ahora, eso cambió por robos y prostitución", dice.
El 97% de los departamentos de Phillips está hoy ocupado por oficinas, que fácilmente pueden llegar a los 500 m2. El arriendo de las más grandes, con vista a la Plaza de Armas, puede costar desde $ 800 mil hasta $ 1.000.000. Pero si alguien quiere comprar uno, debe desembolsar como mínimo $ 60.000.000.
José Rebolledo (29) es otro de los pocos residentes de la calle Phillips y que llegó buscando ver todos los días la postal que tiene frente a sus narices. Hace un año, encontró un departamento en arriendo en el piso siete de Phillips 16. Cuando vio que la terraza -de 200 m2- miraba hacia La Catedral, lo quiso de inmediato. "En otros departamentos, sales al balcón y no ves nada más que edificios, aquí ves la plaza, que es de una arquitectura bellísima y a todos sus personajes: mimos, pintores, tarotistas, minuteros".
Le cuesta $ 300.000 al mes y no es la típica vivienda de principios del siglo XX, sino una con cocina americana, loggia y piso flotante. La remodelación la hizo un francés que se maravilló con lo europea de la arquitectura del sector y que compró un departamento para dividirlo en dos. Además de arreglar ambos espacios, construyó un quincho techado en la terraza de 300 m2 que José comparte con su vecina. "A diferencia de los edificios modernos donde te multan por todo, acá haces una fiesta y nadie te molesta. Es como vivir en una casa, pero en altura", relata.
El 16 de noviembre pasado, la Plaza de Armas reunió a 20 mil personas en torno a un homenaje a Violeta Parra. A varios metros del piso, José tenía platea, y pudo verlo con un grupo de amigos y turistas desde arriba. "Es una vista única. Para el tedeum, los balcones de Phillips se llenan de francotiradores", revela.
La Plaza de Armas sigue siendo un escenario que alberga desde el más sencillo espectáculo hasta el más producido. A través de una de sus ventanas, Mónica Palma vio pasar a La Pequeña Gigante. Su departamento da hacia la esquina de Estado con Compañía, y dice que también pudo tomar palco para ver y escuchar la actuación de Plácido Domingo en 2007.
Su historia con la Plaza de Armas está atravesada por Cupido. Hasta 1998, la profesional vivía en el sector de Providencia y no conocía el centro. Pero cuando se casó con el fallecido primer flautista de la Orquesta Sinfónica de Chile, Alberto Harms, no dudó en seguirlo hasta ese inmueble.
El cambio fue radical: vendió su auto para convertirse en peatona y juntos decidieron cultivar un verdadero bosque elevado. En su terraza de 110 m2, un oasis de vegetación no sólo la blinda de los olores que emanan de los locales de comida rápida que ocupan los primeras plantas del edificio, sino que también atenúa el sol del verano y captura el CO2, como dice. Tiene más de 200 especies en contenedores. Entre maitenes, peumos y chirimoyos. "Nuestra idea siempre fue tener un jardín urbano. En verano poníamos una piscina y una ducha; ahí también hacíamos Pilates. Desde acá yo no veo las cosas negativas de la plaza, sino la Cordillera de la Costa, que después de la lluvia aparece con majestuosidad. Hasta puedo apreciar la textura de los árboles", dice.
Patricio (53) y Nancy (50), profesores y herederos de un departamento en el octavo piso de Phillips 16, también han construido su universo paralelo en lo alto de la Plaza de Armas. Su departamento de 230 m2, comprado por la abuela de Patricio hace 40 años, tiene hasta una sala de cine y está poblado de antigüedades. "La gente nos dice que es peligroso vivir acá, pero a nosotros nunca nos ha pasado nada. Los travestis ya nos ubican y de la bulla tampoco nos enteramos. A veces son nuestros familiares los que nos llaman para contarnos que alguien se quiere tirar de la Catedral o que han puesto una bomba", dice Nancy.
Para el Año Nuevo, la vista ahí es intransable, como cuentan. "Ponemos una mesa larga para 25 personas y vemos los fuegos artificiales de Renca y la Torre Entel", revela esta pareja, que tiene predilección por la panorámica nocturna de la plaza. Todas las noches ven como el espacio se va cubriendo de luces amarillas y van bajando las revoluciones. Dicen que a la medianoche, hasta pueden escuchar el agua de la fuente de mármol.
José recuerda una historia reciente y que no deja de darle color al barrio donde eligió vivir. "Ni siquiera para el apagón logró dormirse y apagarse este lugar. Justo al centro de la plaza, un evangélico conectó su generador y empezó a gritar que esto era un castigo divino. Era el único entre 10 millones de personas que tenía energía", ríe.