Más que un centro de entretención, los Juegos Diana bien podrían ser un establo. En el espacio de 2.000 metros cuadrados, ubicado en calle San Diego 428 -a pasos del Parque Almagro- hay 16 caballos, dos vacas y un burro, todos de plástico. Esto sin contar los colorinches 35 corceles que giran en el centenario carrusel que cada semana es limpiado con esmero por dos funcionarias, como si estuvieran preparando a los inertes pura sangre para "El En sayo". "A la gente que viene a los juegos le encantan los caballos, porque son animales hermosos. El carrusel tiene muchas luces y el público se cautiva", cuenta Enrique Zúñiga, administrador del recinto desde 2002.
En realidad, no es una postal del todo errada. Aunque las bestias son mecánicas, imposibilitadas de desplazarse con un "arre" o un fustazo -más bien se mueven con fichas metálicas-, estos caballos son montados por cerca de 3.000 niños que cada fin de semana visitan el tradicional centro de juegos que, además, incluye una pequeña rueda, un barco pirata y un sinfín de videojuegos electrónicos. Todos los aparatos un poco añosos, pero en perfectas condiciones.
El espacio fue inaugurado en 1934 por Roberto Zúñiga Peñailillo y ha deambulado por casi una decena de recintos en Santiago centro. Hace 35 años se instaló en su actual emplazamiento y mantiene un pequeña sucursal de videojuegos en Merced. A pesar de los vaivenes económicos y la intermitencia del público, los Juegos Diana se niegan a morir.
Aunque en la década de los 90 la agonía fue dura, la esperanza de un futuro mejor se apodera de la cara de Enrique Zúñiga cuando comienza a narrar la historia de su abuelo, fundador del local: "El creó un espacio para tiros al blanco en Bandera con Mapocho. A una escopeta de aire comprimido marca Diana (de ahí el nombre del local) él le colocaba un pedazo de corcho y la idea era darles a unas cajetillas de cigarro", cuenta. "Como tenía vínculos con periodistas que trabajaban en el centro y se desocupaban tarde, pasaban a jugar al local y gracias a eso prosperó", dice.
Santiago era otro en ese tiempo, según Zúñiga: mucha vida nocturna y pocos lugares para la entretención de los niños. Los primeros juegos mecánicos, aparecidos en los años 50, consolidaron definitivamente el lugar y lo transformaron en un hito urbano, en esos años ubicado en los terrenos del actual edificio Santiago Centro.
"Fue una época bastante buena cuando tuvimos unas máquinas electromecánicas muy simples, pero innovadoras a la vez. Pudimos expandirnos y abrir dos locaciones más en la Alameda, donde hoy está el Hotel San Francisco, y en San Diego", explica Zúñiga.
Esa fue la época de oro de los Juegos Diana. Por ejemplo, los habitués del Club de la Unión pasaban a jugar la lotería que había en el recinto de la Alameda después de comer. El flujo de gente comenzó a disminuir tras el golpe militar y los toques de queda, pero casi desapareció en los 80 con la llegada de Fantasilandia. "Nos complicó, pues era un lugar grande y con recursos. Pero los Juegos Diana, más que un centro de entretención como Fantasilandia, busca un término medio entre un poco de eso, los videojuegos y los kiddie rides, que son las máquinas que se mueven con una moneda y que eran y son nuestro fuerte", dice Zúñiga.
Justamente, los videojuegos salvaron el negocio en esos años. Las consolas personales no eran masivas y los niños de entre 8 y 15 años pasaban tardes enteras jugando en los simuladores que la empresa traía directamente desde EEUU.
"En los 80, yo viajaba con mi padre a las ferias internacionales para comprar los juegos. Según me cuentan, él confiaba en mí y compraba los que más me entretenían", dice Zúñiga. "Cinco años después, volví a Nueva York y vi cómo grandes superficies donde había videojuegos en Times Square ahora estaban cerradas. Habían llegado las consolas y el negocio mundial se acabó", agrega.
Esa tormenta no se comparó con la llegada de los centros comerciales a principio de los años 90. Fue ahí cuando el negocio tambaleó y las visitas bajaron de las mil personas los fines de semana. "La gente directamente dejó de venir. El concepto mall incluye cine, comida, ropa… Las grandes cadenas han creado sus marcas de centros de juegos (como Aventura o Happyland) y nosotros hemos evitado asociarnos, porque quedaríamos subordinados y sería casi nuestra desaparición como empresa", subraya Zúñiga.
Desaparecer no es una palabra que esté en la boca de los Zúñiga. "Mi abuelo, antes de morir, en enero de 1995, reunió a mi padre, mi tía y a mí. Nos hizo prometer que nunca venderíamos el local, a pesar del alto valor que podría tener", dice.
Para cumplir la promesa, Zúñiga no se queda quieto. El boom inmobiliario del sector (Santa Isabel con San Diego) ha impulsado el negocio. "Ya son casi dos mil familias jóvenes las que viven cerca y eso representa casi seis mil personas", comenta. Esto se suma a las alianzas que ha forjado con la Municipalidad de Santiago y la Iglesia de los Sacramentinos, templo vecino a los juegos.
"Tenemos un proyecto para reestructurar toda la cuadra. Con la municipalidad estamos en conversaciones para hacer una plaza dura frente a los Diana, con anfiteatro y nosotros cambiaremos nuestra estructura para estar presente en la plaza con algunos juegos", cuenta. "En la zona posterior del local haremos una sala de teatro en el sector que colinda con el ex convento de los Sacramentinos. A fin de año estaremos en condiciones de inaugurar la fase uno y tenemos el visto bueno de Monumentos Nacionales", agrega.
¿Y qué evitó la muerte de los Diana, entonces? Según Zúñiga, la tradición. Los Diana son un lugar donde el hijo se puede subir al mismo caballito que disfrutaba el padre hace 25 años. "La gente se siente a gusto en un lugar con historia", finaliza.