En los libros de historia, un político de perfil seco e historial controvertido raramente contará con muchas líneas en las que se discuta su vida íntima, aquella que comenzaba más allá de la puerta de su casa. Sin embargo, en el caso de Josef Stalin, los historiadores han logrado reconstruir parte del mundo privado, revelando cómo el líder soviético logró forjar con su hija Svetlana una relación más suave y cariñosa de lo que usualmente se cree.
La niña, que nació el 28 de febrero de 1926, fue tan consentida que incluso se le llegó a denominar la "Princesita del Kremlin". Un vínculo estrecho que fue plasmado por ella en la autobiografía 20 cartas a un amigo, escrita en 1963 sobre su vida en Rusia, y en el libro escrito por el historiador británico Simon Sebag Montefiore, La corte del zar rojo. Así, en una entrevista que Svetlana ofreció el año pasado al diario The Wisconsin State Journal, bajo el nombre de Lana Peters, apellido que adoptó de su marido norteamericano, fue consultada por el cariño que le tenía su padre. "Oh! Sí, me quería", respondió. "Me parecía a su madre, tenía su pelo rojo y estoy llena de pecas como ella", agregó. Pero aclaró: "Era un hombre muy simple. Muy rudo. Muy cruel. No había nada complejo en él, me amaba y quería que fuera una marxista educada". La mujer falleció el 22 de noviembre pasado, de un cáncer de colon, en un hospital de Wisconsin en Estados Unidos, país donde residía.
La infancia de Svetlana fue como la de cualquier otro niño, tenía amigos y jugaba con ellos en el patio de su hogar. Pero su casa no era la de cualquier niño; vivía en el Kremlin, un conjunto de edificios civiles ubicados en el centro de Moscú, y sus amigos eran los hijos de otros líderes bolcheviques.
En la casa de Stalin la que mandaba era su esposa, Nadia. Svetlana recuerda que su madre tenía un "presupuesto muy modesto" para administrar la vida hogareña y gastaba todo el dinero en satisfacer las necesidades de la familia.
En sus memorias, Svetlana destaca la alegría que le producía vivir en Zubalovo Uno, la casa de Stalin. "Los padres vivían en el piso de arriba y los niños en el de abajo. Los jardínes eran soleados y amplios", escribió. "Adoraba esa vida feliz y protegida, con sus huertos y jardines de frutales. Paseábamos por los bosques con la niñera. Recogíamos fresas silvestres, moras y cerezas", agregó.
Según Svetlana, su hermano Vasili la intimidaba y le contaba chistes de contenido sexual que, como luego reconocería, la molestaban y le causaban irritación.
Respecto de la educación que recibió, explica en sus memorias que los padres bolcheviques no criaban a sus hijos, por lo que éstos eran educados por niñeras y tutores. En su caso fue Alexandra Bich-kova, quien prácticamente ocupó el rol de madre. "Todas las señoras del círculo superior del Kremlin trabajaban, por lo que mi madre no me vestía ni me daba de comer. No recuerdo de ella ninguna muestra de afecto físico, aunque con mi hermano era muy cariñosa. Por supuesto me quería, no me cabe duda, pero era muy disciplinada", menciona en el libro de Montefiore.
El escritor británico señala que Stalin colmaba de besos y de cariños a Svetlana, con una "afectuosidad georgiana exuberante". Ella comentaría después que no le gustaba su "olor a tabaco ni su bigote que picaba".
A los 16 años, la estrecha relación entre padre e hija estaba mostrando síntomas de deterioro: Svetlana se sentía abandonada y poco apreciada, debido a las múltiples ocupaciones en las que repartía su tiempo Stalin. A esto se agregaba la tensa relación que tenía con su "desagradable" hermano. La joven no estaba cómoda con su entorno familiar, su madre se había suicidado en noviembre de 1932 y ella se había enterado por los diarios. Al respecto, más tarde escribiría: "Algo se destruyó en mi interior, ya no fui capaz de obedecer la voluntad y la palabra de mi padre… sin ponerlos en tela de juicio".
En este ambiente Svetlana conoció a Alexei Kapler, un escritor y guionista de gran atractivo con quien mantuvo una relación secreta. Durante una fiesta organizada por su padre, la joven vio por primera vez al hombre, 24 años mayor que ella, con ínfulas de seductor y buena presencia, aunque con un problema, estaba casado.
Al recordar su primera impresión, Svetlana escribe en sus memorias: "Sabía hablar y tenía el don de la comunicación. Al mismo tiempo era como un niño".
Como era de suponer, su padre no vio con buenos ojos la relación de su hija consentida. "Tu querido Kapler es un espía británico. ¡Está detenido!", dijo en un arranque de furia al enterarse del romance oculto que mantenía su hija de 16 años. Tras aquel episodio, donde el líder ruso confiscó cartas y fotos e interceptó las conversaciones telefónicas de Svetlana, ambos no se hablaron durante meses, y el cuestionado novio, conocido por su estampa de casanova, permaneció encarcelado por cinco años en Siberia, salvándose de no ser fusilado.
Aunque Stalin tenía una diferencia de edad similar con su esposa, Nadia, no pudo soportar imaginar a la adolescente siendo, a sus ojos, seducida por este hombre atractivo, famoso, cuarentón y casado. Sin embargo, una de las cosas que más lo perturbaba era el origen judío de Kapler.
Respecto de este episodio, la mujer dijo que su padre le "rompió la vida dos veces". "La primera vez fue cuando se deshizo de mi amor de juventud (Kapler). Mandó a la cárcel al hombre que amaba, lo puso en un campo de concentración. Esa vez fue la primera vez que vi que mi padre hacía algo así. La segunda vez fue cuando me obligó a estudiar historia como buen marxista y no pude seguir mi pasión por la literatura y el arte. '¡Bohemios!' me dijo. '¿Quieres ser una bohemia?'", contó Svetlana en la entrevista con el diario Wisconsin Journal.
Otro momento conflictivo que vivió la relación padre e hija ocurrió poco tiempo después. Cuando Svetlana conoció a Grigory Morozov, un estudiante de la Universidad de Moscú. Según relata el historiador británico, Stalin se enteró inmediatamente de la relación y nuevamente se enfureció, ya que, a su juicio, los judíos estaban intentando introducirse en su familia. En 1945, la pareja tuvo un hijo a quien le puso Iosif, dos años más tarde se divorciaron. Todos los libros de historia señalan que el líder soviético ordenó la separación de Svetlana con Morozov. Pero la mujer ha negado la veracidad de esa información. "Nos divorciamos porque yo no estaba enamorada de él", contó en el libro La corte del zar rojo. En esta obra también se señala que en el momento culminante del terror antisemita, Stalin se llevaba de maravillas con Iosif, su nieto medio judío, de siete años.
Su segundo matrimonio fue arreglado y su esposo fue nada menos que Yuri Zhdanov, el hijo de la mano derecha de Stalin, Andrei Zhdanov. Se casaron en 1949. "Stalin siempre había querido que me casara con Svetlana", recordó Zhdanov en una entrevista con Montefiore. Un año después del matrimonio tuvieron a una niña, Yekaterina.
Cuando Stalin murió, en 1953, Svetlana decidió adoptar el apellido de su madre Alliluyeva y trabajó como profesora y traductora, en Moscú. El 20 de mayo de 1962, fue bautizada en la fe ortodoxa y al año siguiente, se enamoró de un comunista hindú llamado Brajesh Singh. Así comenzaba otro calvario en su vida, ya que cuando intentaron casarse, en 1965, no consiguieron el permiso y un año después, Singh murió. Un punto clave de su vida ocurre luego de este hecho, debido a que consigue el permiso para viajar a India a dejar las cenizas de su pareja y así verterlas en el río Ganges. Sin embargo, en los dos meses que permaneció allá apreció la cultura local.
El 6 de marzo de 1967, Svetlana va a la embajada de los Estados Unidos y pide asilo político. "He venido a encontrar mi libertad de expresión que se me negó por tanto tiempo en Rusia", dijo a su llegada a Nueva York meses más tarde, país donde publicó sus memorias, 20 cartas a un amigo, que se convirtió en superventas. "Cambié los campos de los marxistas por los de los capitalistas", recordó 40 años más tarde en un documental sobre su vida, llamado Svetlana sobre Svetlana. "La gente dice, 'la hija de Stalin, la hija de Stalin', como si yo anduviera caminando con un rifle y matara a norteamericanos. No soy de un lado o de otro, soy de alguna parte del medio y esa parte la gente no la entiende", agregó.
Su huida a Estados Unidos implicó abandonar a sus dos hijos, Iosif y Yekaterina, quienes sufrieron con su partida y desde entonces no volvieron a estar cerca de su madre.
En 1970, Svetlana recibió una invitación de la viuda de Frank Lloyd Wright, Olgivanna, para visitar su casa en Arizona. La mujer creía que Svetlana era el reemplazo espiritual de su propia hija, que se llamaba igual, muerta en un accidente de tráfico. Finalmente, la hija de Stalin se terminó casando con el viudo de la mujer, William Wesley Peters, y se cambió el nombre a Lana Peters. De ese matrimonio nació Olga, sin embargo, la pareja se divorció.
En 1982 se fue a vivir con su hija a Cambridge, Inglaterra, donde estuvo dos años. En 1984, a los 58 años, regresó a la Unión Soviética, para reencontrarse con sus hijos y aprovechó de recobrar su ciudadanía. Tras algunas discusiones con sus familiares, decidió regresar a Estados Unidos, en 1986, y prometió nunca más volver a Rusia. Luego de varios años, Lana se traslada a Wisconsin, a un pequeño departamento de un dormitorio, de forma muy austera. "Soy muy feliz aquí", le dijo el año pasado al diario local en una entrevista. Sentada en el living y alejada de la luz directa, porque le dañaba los ojos, la mujer de 84 años dijo que su "única infelicidad era no poder estar cerca de su hija norteamericana, ya que vive en Portland (Oregon)".
Sin embargo, pese a sus intentos de arrancar de la sombra de su padre, nunca lo pudo conseguir. "Donde vaya, aquí, Suiza, India, Australia, alguna isla, siempre seré una prisionera política del nombre de mi padre", señaló.