La abundancia de Bali es de dos órdenes: natural y espiritual, y se mueve como el viento y da la impresión de que se adhiere en la piel. Si esta isla fuera un cumpleaños uno se iría con un souvenir lleno de prosperidad.

Bali es una de las diecisiete mil islas de Indonesia, entre la populosa Java y la pequeña Lombok. Y Ubud, donde estoy ahora, un pueblo grande en las colinas del este. Mi cuarto tiene cinco ventanales enormes y una terraza que mira a un campo de arroz rodeado de plátanos, crotones de hojas fucsias, achiras anaranjadas, hibiscus rojos. Todo lo demás, verde: palmeras, helechos, palos de agua, bambú. Cocos, mangos, papayas, fruta dragón, fruta serpiente, mangostán, café, cacao y el oloroso durian crecen salvajes como en una quinta tropical. La abundancia forma parte del paisaje.

En el caminito que hago desde el cuarto hasta el lobby me cruzo con personajes de piedra: cuatro dioses, dos músicos con tambores y un dragón. También hay frangipanis -la flor de Bali- blancas en el piso. Todas las mañanas un chico las recoge y las lleva a secar: se usan para hacer sahumerios, jabón, cremas, champú. Frescas sirven para la ofrenda diaria. Tres veces por día, los balineses ofrecen una canasta trenzada de hojas de coco. Adentro tiene pétalos de flores, un puñado de arroz cocido, hierbas, un par de galletitas. Hay ofrendas en los autos y en los hoteles y en los templos. Hay ofrendas en los negocios y en las motos y en las casas. Son para los dioses y para los demonios porque es necesario mantener el balance entre las fuerzas del bien y del mal. Todos somos yin y yang, dicen acá. Por momentos da la sensación de que la isla entera es una ofrenda de bienestar y alegría de vivir.

La particularidad que hace distinta a Bali de las demás islas indonesias está dada por la religión. En lugar de ser musulmana, como la mayoría del país -por cierto la mayor población musulmana del mundo, unos doscientos millones de personas-, Bali es hinduista. Veneran a Brahma, a Vishnu y a Shiva y a la vez conservan el animismo primordial. El volcán Agung, de tres mil metros, es el más alto de la isla y un monte sagrado. Activo, sí, en 1963 entró en erupción y murieron casi dos mil personas.

En las rotondas no hay estatuas de próceres con caballo y sable, sino diosas de curvas pronunciadas y pelos al viento, príncipes musculosos con arco y flecha y Ganesh, el dios bueno, mitad hombre, mitad elefante.

Siempre se está preparando una ceremonia: la luna llena y la luna nueva, un velorio. Un nacimiento, por ejemplo, se celebra unas cinco veces hasta los siete meses. Nada de íntimo, vienen los parientes, los vecinos, los amigos. Me cuenta Dekhayila Dublede que tuvo un hijo hace poco y está en plena preparación del festejo.

-¿Cómo hacen con los regalos?, le pregunto presa de mi educación occidental.

-No, nuestra cultura no es de regalos. Nosotros hacemos ofrendas de flores, encendemos sahumerios.

En esa misma charla, él habla del Tri Hita Karana, la filosofía de los habitantes de Bali, que se apoya en tres principios de armonía: 1) con la gente, 2) con Dios, 3) con la naturaleza. Si esa relación está bien, el resto también lo estará. A fines de agosto, cuando el presidente de Indonesia Susilo Bambang abrió el Sexto Foro Global de las Naciones Unidas con sede en Bali, tomó como modelo la ética del Tri Hita Karana.

Los dioses son de piedra, pero los que no son dioses y viven en la isla y cultivan los campos de arroz andan por la vida contentos y agradecidos. Cuando conozco a Wayan, el motociclista que me lleva de acá para allá mientras estoy en Ubud, le pregunto cuánto costará el viaje y responde: "Lo que le parezca", y se sonríe y si el viaje vale diez, uno quisiera darle cien.

El hinduismo de acá es una adaptación del que se practica en la India y de lejos parece que todo consistiera en celebrar. Basta quedarse unos días en Ubud o en otro pueblo para ver, una mañana cualquiera, una pandilla de motos: cinco, diez, quince también, cada una con dos personas: un hombre con camisa y un pañuelo atado con un nudo en la cabeza (udeng) y mujeres vestidas con blusas de encaje naranja o amarillo o violeta y faldas largas de batik (sarong). En general, conduce el hombre y ellas van sentadas de costado. Van a un casamiento. A propósito, los extranjeros también quisieron empezar a hacer sus casamientos en Bali y lo lograron: existen empresas que organizan "la boda balinesa perfecta" que cuestan desde 400 euros, sin pasaje, claro.

De noche, Ubud es romántico. El gamelán -orquesta típica, con xilofones y gongs- se escucha en el aire y todas las noches en los templos se puede ver una danza donde las mujeres mueven los dedos, el cuello y los ojos como uno se imagina que lo moverían las diosas hindúes.

Bali tiene unos cuatro millones de habitantes, y cada año recibe cuatro millones de turistas. Conclusión: mucha gente. Aunque en algunos lugares no se note, en las rutas los caos de tránsito pueden ser largos e insoportables como en una gran ciudad. También en las entradas a las ciudades, donde el comercio ocupa todos los espacios. Cómo manejar el crecimiento feroz de los últimos años, es uno de los problemas de la isla, que pronto estrenará aeropuerto nuevo.

La zona más poblada es Denpasar, la capital, que está conectada con Kuta, la famosa playa del sur de la isla frecuentada por turistas australianos que van en plan noche y cerveza. También por surfistas en busca de la ola perfecta y otros que quieren convertirse en surfistas en busca de la ola perfecta. En una caminata por la playa se ven las escuelitas y si está terminando el día, a los extranjeros con sus longboards en la cabeza. Algunos, los que tuvieron un buen día, van sintiéndose lo máximo, Patrick Swayze en Punto de quiebre. Otros, los que fueron castigados por el mar, llevan la tabla con pesar, como si hubieran cargado bolsas en el puerto.

Aquí hay de la modalidad de turismo que uno quiera. A Kuta van los surfistas; a Amed los que buscan generosos fondos de mar para practicar snorkel; a Sanur los que quieren playa y a Ubud, los bohemios. Bohemios hippies que duermen en hostales y bohemios chic que se quedan en complejos cinco estrellas. Es el pueblo cultural de Bali, donde se encuentran los mejores artesanos de la madera. Si uno se aleja algunas cuadras del centro hay talleres con montañas de gatos o de budas o de sillas para terminar de pulir. Bali es, junto con la India y Vietnam, uno de los principales productores de artesanías del mundo.

También es un gran productor de arroz, pero no lo venden. Como la población es grande se destina al mercado interno. El arroz o nasi es la base de la comida indonesia y acá se come con las manos. Lo cultivan en terrazas con un sistema antiguo que se llama subak y consiste en administrar el riego a base de canales subterráneos, pequeños acueductos y hasta túneles. Se le reza a un Proveedor de Aguas y hay Diosa del Arroz (Dewi Sri). De las más espectaculares que vi: las terrazas de Jaliluwih, donde uno puede caminar por senderos avanzan entre los sembradíos. Si es un día de suerte, quizás se vean cometas. No se necesita tanta suerte en realidad, basta que haya viento para que en el cielo de Bali aparezcan estos enormes volantines con estructura de bambú (llega a tener diez metros de largo). Los remontan chicos entre seis y quince o dieciocho años. Se hace un festival anual y cada mes hay competencias.

Basta un viaje para comprobarlo: Bali es una fiesta. Todos los años, en octubre, se celebra en Ubud el Festival de Escritores y Lectores, con más de cien autores e intelectuales de distintos países y participan en charlas, seminarios, sesiones de escritura, encuentros de poesía y más.

En el restaurante del hotel donde me quedo, un italiano pide un café en bahasa (el idioma de Indonesia), se lo traen y comenta algo con el camarero. Después conversamos y me cuenta que hace seis meses vino con su mujer y sus dos hijos a vivir a Bali. Todavía está estudiando el mercado, a ver si pondrá un hotel o un negocio. Mientras hablamos se acerca el hijo de ocho de la piscina y le pregunta cómo se dice hoja en bahasa porque se le olvidó. Los hijos están aprendiendo y él está orgulloso. "El italiano no sirve para nada, acá los chicos se van a educar en inglés y en bahasa, que se habla en Indonesia y Malasia. Así tendrán una herramienta de trabajo".

Además de los extranjeros que se quedaron a vivir, después de la película Comer, rezar, amar, donde Julia Roberts anda en su bici por los campos de arroz y así conoce al hombre de su vida, llegan muchos turistas en plan búsqueda de sí mismos. Para ellos, de todo: desde yoga de la risa -una hora de jajaja- hasta clases de didgeridoo, un instrumento de viento, clases de cocina y constelaciones familiares.

Mariana Ilic, una australiana que me cruzo en el hotel, fue a visitar al chamán de la película, el que le habla a Julia Roberts de amor. Es toda una personalidad en la isla. Cobra diez dólares y lee las líneas de la mano.

A Mariana también le salió amor y riqueza, por eso hoy está contenta. Después de visitar al chamán fue a Tanah Lot, un gran templo sobre una roca frente al mar, en el oeste de la isla. Uno de los siete templos en la costa de Bali. Uno de los más de setenta templos que hay en la isla, contando el de los monos de Ubud, el templo jardín de Taman Ayun, y Besakih, el templo madre.

Pero el atardecer en Tanah Lot no se compara con nada. Las olas rompen sobre las piedras, las torres de las pagodas se estiran para llegar al cielo y Varuna, el dios del Océano, bendice la escena.