De cara a su quinto largometraje como director, el actor francés Mathieu Amalric (villano Bond de Quantum of solace) trabajó tres años en una adaptación de Rojo y negro, la novela cumbre de Stendhal, pero el proyecto se revelaba costoso y complicado. Fue cuando el productor portugués Paulo Branco le dijo: "Tienes que hacer una película y tienes que hacerla rápido". El actor/realizador tiró la esponja y decidió ir por otra novela que fuera más manejable y diera pie a un filme más barato. Ahí fue cuando, al igual que varios antes de él, fue seducido por Georges Simenon.
El autor belga, padre del comisario Maigret, escribió en 1963 un libro breve sobre un hombre y una mujer que se habían conocido años antes, que se reencontaron ya casados en la localidad de Saint-Justin, y que se convirtieron en adúlteros que se aman furtivamente en la pieza azul de un hotelucho donde nace una intriga policial en que alguien opta por el crimen y alguien más debe probar su propia inocencia. Traducido por Tusquets como La habitación azul, fue la opción de Amalric. De ahí salió El cuarto azul, que el año pasado estuvo en la sección Una cierta mirada de Cannes, y que el jueves llega a salas locales.
El gran policial, ha señalado libro en mano el realizador y protagonista del filme, es el que trata de otra cosa. Afirmación muy simenonesca si se lo piensa y una vía de entrada a una obra donde el hecho criminal es un ítem entre otros, o bien el punto de partida de un retablo de mayor escala, muy atento al detalle de vidas rutinarias, a la construcción de personajes y a la creación de atmósferas, donde culpabilidad e inocencia resultan irreductiblemente laxas y borrosas.
Es posible que El cuarto azul, rodada en tiempo récord con un presupuesto cercano al millón de euros, no marque un antes y un después en las adaptaciones de Simenon. Pero nos prueba que una cinta francófona de género, a la vez estilizada y melodramática, puede llegar a circuitos de exhibición tan poco diversos como el chileno. Ocurrió hace una década con Luces rojas, de Cédric Kahn: otra película que no dio a los amantes de la sangre y las pistolas lo que buscaban, pero que proveyó eso "otro" tan propio del autor belga. Una firma que, en medio de las veleidades de la distribución sigue llegando a escaparates y pantallas.
Renoir y los demás
Su debilidad por géneros literarios populares instaló a Georges Simenon (Lieja, 1903-Lausana, 1989) en un lugar de disminuido prestigio en la alta cultura, pero muy próximo a los no pocos seguidores de su obra. Autor de 193 novelas con su nombre y otras 176 con seudónimos varios, decenas de nouvelles y relatos, en principio fue incomprendido por el editor de su centenar de libros protagonizados por Jules Maigret.
En 1929 escribió la primera historia de Maigret, tipo instintivo e inveterado fumador de pipa, "enorme y huesudo". Dos años más tarde aparecería el premier libro maigretiano: Pietr, el letón. Descolocado, su editor le reprocharía que las suyas "no son verdaderas novelas policiales", pues "no son científicas" ni siguen las reglas del género. Que no hay en ellas personajes simpáticos ni derechamente antipáticos. Que "no terminan ni bien ni mal". Que no llegarían al millar de lectores.
Estas pobres predicciones contrastan con la admiración que le profesó el realizador Jean Renoir. El "patrón" del cine francés dirigió la primera adaptación de Simenon, La noche de la encrucijada, con su hermano Pierre en el rol del comisario. "Admiraba a Simenon entonces como lo admiro ahora", declaraba Renoir en 1961, "traté de transmitir la sensación del barro que se pega en los zapatos, de la niebla que no deja ver el camino. Transportar al espectador a cierta atmósfera".
Película maldita de la filmografía renoiriana, La noche… dio la partida a decenas de adaptaciones fílmicas y series televisivas, dentro y fuera del espacio francófono, que desafían la advertencia de que el mundo del novelista es muy estático para ser traducido a las imágenes en movimiento. Hay de todo un poco, incluyendo algunos hitos para tener en cuenta.
En esto último, los 70 marcaron la pauta. En el Festival de Berlín de 1971 fueron premiados como mejores intérpretes los ya veteranos Simone Signoret y Jean Gabin por sus roles en El gato, de Pierre Granier-Deferre. La misma Berlinale, tres años más tarde, conferiría el Oso de Plata a El relojero de Saint Paul, acaso la mejor película de Bertrand Tavernier y un punto altísimo en la carrera de su protagonista, Philippe Noiret. En años posteriores, el universo discreto y ambiguo de Simenon supo avenirse con la ironía y la sofisticación de Claude Chabrol. El miembro de la Nueva Ola francesa dirigiría Los fantasmas del sombrerero (1982) y Betty (1992), llevándose buenas críticas y abrigando una certeza oculta: seguiremos teniendo Simenon en la pantalla.