A los 14 años el abogado José Miguel Hernández organizó una caminata en el campo con un grupo de amigos. Subieron un cerro y sentados en la cumbre un cóndor los estuvo rondando por más de una hora. Él y su amigo Rodrigo González quedaron fascinados con el espectáculo y, desde ese momento, decidieron aprender sobre las aves y salir a buscarlas. Fue así como se hicieron birdwatchers.

El birdwatching (o birding, como se le dice en Estados Unidos) no es otra cosa que el avistamiento de aves. Hombres y mujeres mirando pájaros. Y aunque es una actividad que parece lejana, propia de la campiña inglesa o de las películas de época, se practica profusamente en Chile. Más que un deporte, en nuestro país es una actividad ligada al ocio, al cuidado de la naturaleza y la conservación y estrechamente conectada con la fotografía. Sí, porque aunque hay quienes sólo buscan pájaros para aumentar su registro de avistamientos, la mayoría de ellos apoya sus descubrimientos con fotos. "La fotografía digital amplió nuestras posibilidades, porque hoy es posible disparar cien veces el obturador hasta obtener el registro que uno busca", explica Hernández.

La mayoría se inicia observando y fotografiando todo tipo de aves. Muchos de ellos lo hacen teniendo en la mano alguna guía, que les permite identificar las especies que encuentran. La más popular es la guía de Aves de Chile, de Álvaro Jaramillo, que contiene dibujos de las más de 450 especies de pájaros chilenos. También son recomendadas la Lista comentada de las Aves de Chile, del birdwatcher Manuel Marín y Aves de la Patagonia, Tierra del Fuego y Península Antártica, de Enrique Couve y Claudio Vidal. Con la de Jaramillo en la mano, José Miguel Hernández se lanzó en sus primeras visitas de campo para empezar a comparar. "Partimos en la desembocadura de los ríos. Primero en el Maipo y en la Cordillera. Rápidamente descubrimos que los humedales eran fantásticos para la observación", explica.

Los orígenes del Birdwatching se remontan a Gran Bretaña, donde la Royal Society for the Protection of Birds cuenta con más de un millón de socios, gestiona 152 reservas de aves en más de cien mil hectáreas. En muchos lugares se le considera un deporte, ya que quienes lo practican compiten por la observación y fotografía. En Estados Unidos, por ejemplo, anualmente se celebran la World Series of Birding en New Jersey, y el Great Texas Birding Classic. En ambas competencias, los equipos tienen 24 horas para recorrer un área geográfica y observar el mayor número de especies posible. Los más fanáticos incluso utilizan aviones privados y helicópteros. Mucho más cerca, Perú realiza desde hace dos años en el norte del Amazonas un Birding Rally Challenge como parte de su campaña de posicionamiento turístico internacional.

En Chile no hay competencias establecidas, porque se trata de una actividad relativamente reciente, que se practica desde hace unos veinte años. Pero su aumento ha sido explosivo y exponencial. Existe una veta comercial importante en pleno desarrollo, con guías especializados que recorren ferias internacionales ofreciéndose como partners para turistas que deseen viajar a observar aves. Los requisitos en cuanto al equipamiento no son complejos: buenos binoculares, ropa adecuada para cada clima, un equipo fotográfico y dinero para los traslados. Y tiempo, bastante tiempo.

"Sudamérica es, por lejos, el continente de las aves y Colombia, con tres mil especies, el país del mundo con mayor variedad", explica el ornitólogo Eduardo Pavez, presidente del directorio de Aves Chile. Chile en cambio, no está ni cerca de tener esa abundancia, pero aún así es un destino atractivo para el avistamiento de pájaros. ¿Por qué? Principalmente porque producto de nuestras caracerísticas geográficas, es decir, desierto por el norte, hielo al sur y las tremendas barreras naturales del mar y la cordillera, hay ejemplares endémicos que sólo es posible encontrar aquí. Especies que para nosotros son comunes como la Turca (el clásico pájaro que circula por los jardines y parques), el Churrín del norte y el Chorlito cordillerano, son una rareza para los birwatchers de otros países. Pero nuestro principal atractivo son las aves marinas: "Tenemos una costa inmensa e islas oceánicas que otorgan una gran variedad", aclara Pavez.

El avistamiento de pájaros requiere silencio, pero no es una actividad solitaria. Los observadores salen en grupos de dos o tres personas, que se acompañan en la espera, resuelven dudas respecto de las especies que ven y van generando registros. Porque una de las reglas tácitas entre los que practican esta actividad es la buena fe; si uno ve un pájaro le avisa al resto y se funciona sobre la base de que, aunque no haya foto, la información entregada es confiable.

Eduardo Pavez explica que existen dos líneas de observación que van consolidando en ranking a los seguidores: la cantidad de especies avistadas y la ubicación de ejemplares difíciles de encontrar, especialmente aquellos de tipo endémico.

Parece un hecho que la primera de ellas desemboca en la segunda. José Miguel Hernández explica que los primeros años la idea de las excursiones era observar y comparar las aves con las que aparecían en los libros, pero lentamente el foco fue cambiando hacia la búsqueda de determinados ejemplares. "Te empiezas a pegar con el tema, a jugar con diferencias mínimas entre un pájaro u otro, una mancha en el plumaje, el pico de otro color. He hecho viajes completos pensando en encontrar una sola especie. En general se corre la voz entre los propios birdwatchers de que alguien vio un ejemplar y nos movilizamos. Una vez viajamos a la cordillera de Arica para fotografiar a un Comesebo Gigante, un pájaro más bien tropical y súper escaso. Estuvimos dos días instalados sin que apareciera, hasta que lo encontramos en un risco casi por casualidad. Ese momento es uno de los más satisfactorios", dice.

Las salidas generalmente se planifican de acuerdo al lugar y el tipo de espécimen que se quiere encontrar. Puede hacerse por el día o requerir varias jornadas. Existen algunos trucos para dar con las aves, pero generalmente se trata de "trampas" no invasivas. "Lo primero es distinguir zonas geográficas, saber qué tipo de especie te vas a encontrar en en determinados rincones. Por ejemplo, identificar perchas (ramas en que se posan ciertas aves) o saber que en los juncales suelen haber nidos y pájaros", aclara Hernández.

La conservación es uno de los pilares de la práctica: un birdwatcher jamás interviene en la rutina natural de un pájaro. El código de conducta tácito indica que la aproximación a los nidos tiene que ser cuidadosa, que hay que esconderse, construir escondites de forma gradual y tratar de no tocarlos. "Uno se camufla para interferir lo menos posible con el entorno, muchas veces te cubres con una tela, jamás dejas comida para atraerlos. Algunas veces puedes usar lo que llamamos playback, que es imitación del canto de algunas especies de hembras para atraer a los machos, pero tampoco puede utilizarse siempre, porque puede alterar sus dinámicas naturales", explica.

Aunque hay quienes dedican su vida a esta actividad y van moviéndose por Chile siguiendo pájaros, registrando las migraciones y apariciones esporádicas o acompañando turistas en sus recorridos, la gran mayoría de quienes desarrollan la actividad son profesionales sin formación académica, simplemente amantes de las aves. Eduardo Pavez asegura que la tarea de los aficionados es vital para el estudio ornitológico. "Como observar aves es relativamente fácil, tenemos una masa importante de gente mirando pájaros que pueden vincularse a proyectos de estudio y conservación. Hay bases de datos masivas, donde las personas suben sus fotos y resuelve sus dudas, que resultan muy útiles para nosotros los investigadores". Esa información les permite establecer patrones de distribución y cantidad y es clave para la conservación de las especies.

De esta forma el birdwatching toma cada vez más fuerza y se ha convertido en una forma no invasiva de cazar: "La foto es una forma de capturar a un animal. Disparas igual, pero no haces daño", reflexiona José Miguel Hernández.