HAY TRES razones que suelen invocarse para entender la larga  sobrevivencia de la Iglesia. La primera es teológica -el Espíritu Santo-, aunque hay que ser creyente para afirmar causal tan misteriosa y discutible. La segunda es histórica, pone el acento en la cultura y tradición. La tercera, la más cínica, también la más política, explica a la Iglesia por lo que, de hecho, “es”: una formidable corporación con lógicas burocráticas milenarias, mandos altos y medios esparcidos por el mundo,  intrigas y juegos de poder a muerte que, por lo visto, no mellan su conciencia moral intachable (dicen).

A la piedad -rezos y otras muestras de devoción- obviamente no se la ha tenido en serio como explicación válida. Lo que es Ratzinger, con su abdicación y derrota confesa, ha hecho evidente que la cultura y tradición ya no sostienen a la Iglesia. De poco le sirvió haber sido uno de los últimos monarcas absolutos y un respetado intelectual. Durante siglos la Iglesia congregó a los principales artistas y pensadores, pero hoy ¿quién, salvo los historiadores y ni siquiera ellos, lo recuerdan?

Hace rato que el hechizo, que supone toda tradición, se trizó. Algo hizo clic y no se nos pudo seguir amordazando a los irreverentes. Pienso en los más geniales, en Bacon (su serie de “Screaming Popes” años 40 a 60) o en Fellini (cómo olvidar su desfile de moda vaticana en Roma, película de 1972); de ahí que cueste entender la fascinación que el fenómeno todavía produce, a no ser que sea porque sigue fotografiando bien (Roma es espectacular), o el público y periodistas sospechan -y quizá no estén del todo errados- que detrás del brillo y fausto se enmaraña una secretísima o, a lo mejor, sórdida noticia por revelar. En el Vaticano, entre tanto incienso, chimenea y humo de impecables tiraje, ni siquiera los cadáveres huelen, salvo a santidad; pero, ésta es la que está en duda.

Benedicto ha decidido renunciar a su infalibilidad (seguir diciendo “verdades eternas”), optando por enclaustrarse y permanecer “oculto al mundo”. ¿Por vergüenza ajena, porque entre tanto escándalo se siente no doloso, sí culposo? ¿Eso ha querido decir? Ratzinger fue pieza clave del largo papado anterior; no hay cardenal alguno que vaya a participar en el próximo cónclave que no fuese nombrado por él o Juan Pablo II.

Agreguémosle que el mundo sigue su curso (“gira, il mondo gira”), y éste no es favorable a la Iglesia, se seculariza. Días atrás, Garry Wills en The New York Times se fue al callo. Desde el siglo XIX, el papado no es una monarquía terrenal (carece de “reinos, ejércitos, prisiones, espías y torturadores”); algo se compensa siendo autoridad moral, pero vaya qué ejemplo se ha estado dando. El Papa puede que abdique, pero no así la Curia papal con que se funciona día a día. Es más, “el regalo de decir verdades eternas, es tan peligroso como el regalo del dedo de Midas”; ¿su sucesor podrá renegar de lo ya pontificado? ¿Ese es el nuevo lío que se cierne? Wills es católico, versado y conservador; le sobran avales. Difícil encrucijada, difícil de entender. Estoy por releer el Todo Modo de Sciascia, sobre cófrades, lógicas sicilianas y astucias de la razón jesuíticas (el todo modo, todo vale, todo conduce a la voluntad divina), pistas de ese tipo.

Alfredo Jocelyn-Holt
Historiador