Bratislava, la capital eslovaca, es una ciudad nuevecita. Y uno eso lo entiende al recorrer Nivy, su barrio financiero con edificios acristalados, relucientes concesionarias de Lexus y Audi, al pasear por sus modernos malls o los enormes locales de Ikea o Tesco. De hecho, Bratislava surge como capital en 1993, cuando el país se declara independiente, tras la división de Checoslovaquia en República Checa y Eslovaquia.

Pero, aunque suene contradictorio, es también una ciudad de largo y noble pasado. Fue el escenario de la coronación de numerosos reyes húngaros y, entre 1526 y 1784, la capital del Imperio Húngaro. Claro, por entonces se le conocía como Pozsony. Y, cuando más tarde fue parte de la corona de los Habsburgo, se llamó Pressburg (Presburgo en español). Sólo en 1919, tras la Primera Guerra Mundial, pasó a llamarse Bratislava.

Por lo mismo, este -para nosotros- desconocido punto de Europa Central entrega a sus visitantes la posibilidad de mezclar modernos y cómodos atractivos, con una historia poderosa y un gran legado arquitectónico, todo, a pasos de Viena o Budapest, dos destinos que suelen hacerle sombra. Porque si la ciudad tiene pocos años como capital, menos aún tiene como imán turístico. Muchos de sus visitantes vienen por el día desde Austria o Hungría (a 2 km la primera frontera y a 10 km la segunda), perdiéndose la ocasión de conocer, en pocos kilómetros cuadrados, paisajes y atractivos muy diferentes, como pintorescos pueblos al pie de los Pequeños Cárpatos, viñedos boutiques o imponentes castillos medievales.

Quizás el más famoso e icónico de todos sea el que está en la misma ciudad: el Castillo de Bratislava que, sobre una colina en el casco antiguo o stare mesto y a más de 80 m, domina todo el entorno. Desde acá es posible observar parte de la urbe, cortada por el río Danubio y el rupturista puente Nuevo (foto superior) con su cafetería en altura. Se sabe que el sitio donde se alza esta fortaleza fue habitado primero por los celtas en el siglo II a.C. y, siglos después, fue frontera del Imperio Romano. El castillo se levantó en el siglo X, bajo el Imperio de Hungría, y a lo largo de diversos dominios, pasó de estilos gótico a renacentista y finalmente al barroco. Fue con la reina María Teresa de Austria (1740-1780) que se volvió una sede real de prestigio europeo, ella se alojó aquí con frecuencia y varios aristócratas vieneses levantaron en la ciudad sus palacios.

Bajando la colina, imposible saltarse la gótica catedral de San Martín, donde 19 monarcas fueron coronados en 300 años, algo que pocas capitales pueden ostentar.

La ciudad es limpia, ordenada y se nota el esfuerzo realizado en los últimos años por mantener casas y fachadas, especialmente en las zonas al norte del Danubio, donde está el centro histórico. Varias plazas se enlazan por calles peatonales, en las que se extienden cafés, pubs y restaurantes y, como su perímetro no es muy grande, la mejor forma de recorrerlo es a pie. ¿Qué sabores locales probar? Abundan las preparaciones calóricas debido al largo invierno, como el cerdo, las carnes ahumadas, las papas y el repollo cocido, también las salchichas y sopas, como el gulaš (goulash) de cerdo o vacuno o los halušky, que son fideos frescos de harina con huevo y papas, parecidos a los ñoquis. Siempre, eso sí, con una pivo o cerveza, que acá son excelentes y no se toman muy frías. Por 10 euros es posible encontrar un menú completo, bebida incluida. Ahora, si quiere algo más formal y con historia: Reduta es un señorial restaurante francés, en el subterráneo del edificio de la Filarmónica Eslovaca.

Fotografiable absolutamente es la Puerta de Miguel (Michalská Brána), la única que se conserva de las fortificaciones medievales y que tiene una torre gótica de 51 m. En su punta posee una estatua del arcángel Miguel y, más abajo, una estupenda terraza-mirador.

La iglesia franciscana, el antiguo Municipio (hoy Museo Municipal), el palacio del Primado o el palacio Grassalkovich (la casa presidencial) son algunos de los atractivos edificios del centro. Otra forma de ver la ciudad son los barcos turísticos que, desde este mes y hasta octubre, navegan el Danubio.

Una buena opción es tomar un tour por los alrededores. Camino hacia la Ruta del Vino de los Pequeños Cárpatos, a escasos kilómetros de la ciudad, pasamos por pequeños poblados vitivinícolas, cuya historia se remonta a la época romana. Devín, Raca, Pezinok, Modra, Vajnory y Trnava tienen cientos de pequeños productores que exportan sus vinos, especialmente de cepas blancas o tintos livianos, hacia el resto de Europa.

Nada como abrirse a nuevos sabores y, para ello, recorrer alguna de las decenas de viñas que hay en la zona es una gran experiencia, ya que nos permite probar cepas a las que no estamos acostumbrados o comparar la diferencia de otras conocidas, como el cabernet sauvignon que aquí se produce en zonas más frías. La viña Mrva&Stanko es una gran opción. Creada en 1997, ya suma una larga lista de premios internacionales. Su bodega moderna, con una estupenda tienda y sus varios salones de cata -que ofrece la posibilidad de combinar almuerzos o cenas maridadas con los vinos de la casa- reciben diariamente visitas de turistas que son atendidos por Josef Stanko, el joven manager y sommelier.

Una manifestación cultural muy local es la confección de cerámica majólica, que data del siglo XVI y que se expresa principalmente en platos hechos y pintados a mano. Una excelente forma de conocer esta técnica y sus productos es visitar un taller, como el Renka -en Pezinok-, donde uno puede observar el proceso desde la elaboración, incluso intentar nuestras propias creaciones en greda, hasta ver cómo le dan su última pintura. También comprar piezas a excelentes precios (www.majolika-r.sk).

Bratislava quiere integrarse al circuito turístico de Europa Central, atrayendo visitantes que se queden por, al menos, un par de días. Atributos tiene para ello.