A veces da la impresión de que Budapest tuviera demasiadas cosas que contar. La capital de Hungría aparece entre los grandes destinos a visitar en Europa, ya que por estar exenta aún de las hordas de turistas, sus encantos aún no corren de boca en boca.

La capital húngara no viene salida de un cuento de hadas. No está llena de calles adoquinadas ni de perfectos tejados color ladrillo. Incluso, llega a ser gris, pero seductoramente gris. Budapest convence con el paso de las horas y enamora con el paso de los días.

De buena ayuda para ello será comenzar con una caminata por la ribera del río Danubio. Desde aquí se puede ver con claridad la magnificencia de la que fuera una de las ciudades más importantes del Viejo Continente en el siglo pasado, especialmente de noche, cuando el reflejo de los edificios iluminados le da otra vida al segundo río más largo de Europa, después del ruso Volga.

Sin duda, las vistas hacia Buda -el oeste de la ciudad dividida por el río- serán sublimes. Verá el Castillo Real de Buda en lo alto de una colina y la Iglesia de Matías, de estilo neogótico, también tocando el cielo. En el lado de Pest, al este, verá el Parlamento de Budapest, el segundo más grande del mundo y, también, un memorial dedicado a los judíos ejecutados en el borde del Danubio por el partido nazi húngaro durante la Segunda Guerra.

Para entonces, habrán sido demasiadas cosas como para seguir resistiendo el hambre en un país con cocina de clase mundial. Todos lo dicen y no es ningún misterio, pero en Budapest hay que probar la sopa goulash, y aunque lógicamente la calidad puede variar de un lugar a otro, generalmente puede llegar a ser de muy buena a ¡extraordinaria! Frecuentemente sazonada con paprika, la comida húngara es sobresaliente. Considere lugares como Menza -reconocido como uno de los mejores restaurantes de Budapest y cuya carta es totalmente accesible- o cualquiera de los lugares que bordean el Danubio, cuya música tradicional en vivo y vistas de los edificios reflejados en el agua, transforman la cena en un panorama imperdible.

Todo eso, si es que no tiene la suerte de ser recibido como invitado por la hospitalidad de los húngaros, quienes usualmente servirán comida en su plato, una y otra vez, por horas si es necesario. Algo totalmente alejado de la imagen que se tiene de la mayoría de los europeos.

Y es que para disfrutar de la ciudad, tal vez sea buena idea descubrir que los húngaros no son tan poco amigables como dicta su fama. Por lo general, son abiertos, si no muy abiertos, a ayudar al viajero. Muchas veces en un inglés muy forzado desde su húngaro ininteligible, pero siempre con la mejor disposición, le entregarán la respuesta a alguna pregunta o, simplemente, le regalarán una sonrisa.

Ferci es el dueño de uno de los más de 120 hostales para mochileros (el mayor número por ciudad en toda Europa) e insiste en que lo acompañemos a él y su banda de blues T. Rogers en su presentación semanal de los viernes en el bar Fregatt. Csaba -a su vez propietario de otro albergue-, sugiere ir al mismo show e instalarse junto a la barra a tomar shots de pálinka, licor nacional producido a base de la fruta que se le ocurra, y de unicum, un licor herbal similar al Jägermeister que no es fuerte, es malo, aunque es imposible tomar sólo uno. En general, la vida en Hungría se vive de modo dionisíaco y, por las noches, buena parte de los personajes locales termina apuntándose al menos en uno de los cientos de bares que hay repartidos a lo largo de la ciudad.

La vida nocturna es generosa y prácticamente no se detiene de lunes a domingo, especialmente cuando se trata de visitar un bar en ruinas. El concepto -un edificio residencial abandonado transformado en bar sin realizar remodelaciones- termina convirtiendo el sucucho local en sitio de culto y de toque underground. Szimpla, Instant y Lokal aparecen entre los más reconocidos entre una veintena de lugares similares.

Un reponedor panorama

Al otro día, reponerse puede llegar a ser todo un panorama, pensando que la ciudad se ubica sobre uno de los sistemas de termas más grandes del Viejo Continente. Los baños termales son populares para foráneos y locales.

Pese a que se pueden encontrar piscinas en varios sectores, como los famosos Baños Gellert, uno en particular se lleva las preferencias. En el sector norte de Pest, el Balneario Széchenyi con sus termas al aire libre y con aguas bordeando los 38°C, es uno de los recintos termales más grande de todo Europa. De estilo neogótico, su edificio principal fue inaugurado en 1913. Cuenta con 15 piscinas -tres grandes al aire libre y una docena de pequeñas e interiores, donde hay también saunas y salas de masajes- y es frecuentado en partes iguales por extranjeros y locales que pasan sus horas de mayor relajo jugando ajedrez en el borde de las piscinas (abiertas de 06.00 a 22.00). Perderse dicha experiencia, puede ser un error en su ruta de viaje. Para llegar, camine por la Avenida Andrassy, conocida como los "Campos Elíseos de Europa Central", pasando por la Plaza de los Héroes, un imponente espacio dedicado a diversas personalidades de la historia húngara, ambos, parte del Patrimonio de la Humanidad.

El último dato imperdible viene esta vez de Eszter, una húngara nacida en la región del Lago Balaton, el más grande de Europa Central y que se ubica a tres horas de Budapest. Eso lo transforma en un gran destino para huir de la civilización por un par de días, ya que es la perfecta combinación entre playa, sol y naturaleza. Tal vez por eso, esta habitante local nos recomienda explorar el entorno natural de la capital.

La Isla Margarita, una porción de tierra de 2,5 kilómetros en medio del río se transforma en una pausa al universo gris que la ciudad ofrece. Su gran atractivo son los extensos parques abiertos al público, sin duda, un símil del Central Park de Nueva York y sus prados casi infinitos. No dude en extender mantas y aprovechar la tarde para hacer un picnic. No hará el ridículo. De hecho, si lo hace durante un fin de semana tendrá mucha compañía.

Para entonces, otro día habrá expirado en Budapest. El tiempo se consume muy rápidamente en la "Perla del Danubio". Si tiene suerte, al final de su estadía verá que no son demasiados los descubrimientos que le quedaron pendientes. Quizás ni siquiera tuvo tiempo de sentarse en el tradicional Café Gerbaud de la plaza Vörösmarty a ver pasar el tiempo a la hora del té o a escuchar al percusionista de las botellas de vidrio. Y tal vez tampoco pudo caminar desde allí por Vaci utca, la calle comercial y peatonal más grande de la ciudad para llegar al Gran Mercado, donde los verdaderos aquineos realizan la compra semanal entre salchichas e infinitos tipos de paprika. En Budapest siempre le quedarán cosas por hacer. No se preocupe, seguramente volverá algún día.