CADA verano y por nueve años, investigadores de ballenas de la U. Austral y del Centro Ballena Azul repitieron la misma rutina: subían hasta la punta del cerro de las antenas en la localidad de Melinka (Región de Aysén) y esperaban la luz del día para captar (binoculares en mano) si las ballenas se dejaban ver en la costa. Si lograban visualizarlas, se subían a los lanchones y partían para observar de cerca su comportamiento. Este año, los investigadores cambiaron esa rutina.

El punto de partida fue Quellón, porque consiguieron embarcaciones más grandes y no hubo vistazos previos desde la altura. "No habríamos sacado nada desde el cerro", comenta el biólogo marino de la Uach, Rodrigo Hucke-Gaete. Porque este año, las ballenas no estuvieron a la vista desde tierra firme. Si años anteriores los cetáceos llegaban a instalarse a 50 metros de la bahía de Melinka -lo que significaba cinco minutos de recorrido en lancha-, este año las embarcaciones debieron viajar más de 100 kilómetros mar adentro para encontrarlas. Unas 10 horas de recorrido.

¿Qué cambió? Las ballenas azules, jorobadas y sei encontraron alimento en aguas oceánicas y ahí se quedaron. Lo habitual para los investigadores era observarlas bien cerca de las costas de Melinka, Raúl Marín Balmaceda o en la Bahía Tictoc. "Ahora esa zona era como un desierto", dice Hucke-Gaete. No es una conducta esperable: un documental de National Geographic registró que el recorrido de miles de kilómetros desde aguas tropicales a las australes de Chile de las jorobadas era muy cercano a la tierra, casi siguiendo el contorno del continente. Ahora los cetáceos se ubicaron principalmente en la boca del Guafo, la porción de mar que está entre la costa y la isla de Guafo, y en el archipiélago de los Chonos. Ese lugar marca el inicio del talud de la plataforma continental, donde el mar empieza a hacerse cada vez más profundo.

El escenario este año cambió por la masiva presencia de salpas, un miembro del zooplancton pariente de los piures pero que energéticamente no resulta interesante para los cetáceos y que fue observado principalmente en la zona de Chiloé y Corcovado. El año pasado, en la misma zona, abundaban el krill y el langostino de los canales, precisamente el alimento de las ballenas que ahora debieron buscar en otros sitios. Los investigadores estiman de forma inicial que el fenómeno de La Niña es responsable de esto. "Eso explicaría que las encontráramos en aguas más oceánicas, cerca de la isla Guafo, e incluso en la costa de la Región de los Ríos", explica Hucke-Gaete y destaca que las ballenas tienen la capacidad de responder a estos cambios oceánicos con rapidez. "Logran sobrevivir a pesar de estos cambios que les dejan el refrigerador vacío en un momento y buscan en otros lados donde puedan encontrar el refrigerador más lleno".

Para un animal que se mueve miles de kilómetros durante su migración, este desplazamiento espacial no reviste una señal de alarma, pero sí confirma que los cetáceos son indicadores del estado y de los cambios ambientales por excelencia, comenta Francisco Viddi, coordinador del Programa de Conservación Marina de WWF Chile. "Los movimientos de las ballenas y, en general, su distribución y selección de hábitat son una evidencia de patrones oceanográficos y de productividad", dice Viddi. Sin embargo, los investigadores estiman que el próximo año la distribución espacial de los cetáceos debiera volver a la normalidad. "Ahora, si no ocurre, tendremos que analizarlo", advierte Hucke-Gaete.

Lo que vieron los investigadores en las cercanías de la isla Guafo fue una distribución dispersa de las ballenas azules. Por la cantidad de energía que necesita, esta especie intenta minimizar la competencia por la comida, reducida a krill, langostinos y algunos crustáceos. En cinco kilómetros cuadrados se podían ver 40 individuos en años anteriores, pero todos separados por una distancia considerable. A lo más, en grupos de dos o tres. Las sei habitualmente se encuentran menos distantes entre sí y aparecen en grandes números: de cuatro, seis o incluso ocho. Es que, a diferencia de las azules, la competencia por el alimento es menos porque su menú es más variado: al krill y los langostinos suma algunos peces. La jorobada también agrega otras especies en su dieta: anchovetas, sardinas y otros peces.

De los tres embarques que realizaron los investigadores este año, el de abril fue el que más avistamientos dejó: 27 grupos de ballenas. Y esa es otra de las novedades del trabajo en terreno de este año. Se sabe que las ballenas permanecen en aguas del sur del país buscando alimento entre noviembre y abril, para pasar su período de reproducción en aguas más cálidas: las costas de Colombia, Ecuador y Panamá. Pero las primeras expediciones de los investigadores no entregaron buenos resultados. "En enero dimos la vuelta completa por la boca del Guafo, mar interior de Chiloé y el archipiélago de los Chonos, y la escasez de ballenas era importante. Pero en el crucero de abril tuvimos más ballenas y casi todas distribuidas en la boca del Guafo". Este desfase temporal también obedece a un encadenamiento de respuestas a procesos de productividad, cambios de temperatura, corrientes, entre otros. "Será importante llevar a cabo estudios robustos para dilucidar si estos cambios son evidencias de los patrones que estamos observando vinculados a cambio climático", concluye Viddi.