Bután para el mundo, Druk Yul para ellos (que significa "la tierra del dragón del trueno"), es un reino acurrucado entre China e India. Una parte de la cadena montañosa de los Himalaya sirve de frontera, actuando como guardianes de este territorio, tornando las invasiones en un ejercicio de alto rigor, dada la dificultad que presentan sus nieves eternas y la altura. La historia cuenta con varias invasiones desde el Tíbet y Mongolia durante la Edad Media hasta el siglo XVII, definiendo aún más la etnia y costumbres de este país. Posteriormente, fue marcado por una guerra civil entre 1870 y 1880, en estas circunstancias los británicos apoyaron al país intentando regirlo, valiéndose de que ya estaban en India. A partir de 1907, se estableció la tan distinguida monarquía, que hoy compone la vida cotidiana entusiasmando a su gente, con rumores y bodas reales.
Desde la ventanilla del avión se puede ver en gloria y majestad la cima más alta del planeta: el Everest, que parece tan fácil de alcanzar mientras el piloto anuncia que no hay nada por qué preocuparse cuando nos vemos volando entre altas montañas. El aviso es debido a que se viene una maniobra obligada y experta para descender al aeropuerto de Paro, sexto entre los aeropuertos más peligrosos del mundo. La pista de aterrizaje, dicen, son los únicos dos kilómetros de línea recta en el país. El resto son curvos y angostos caminos. Ya realizada la maniobra, lo primero que salta a la vista es el valle rodeado de verdes cerros. Es un país pequeño, casi de la misma extensión que Suiza, y un 70% del territorio está cubierto de bosques, todo un pulmón. Esta tierra que palpita tiene a su haber 50 especies de rododendros, 400 variedades de hongos, además de 600 tipos de orquídeas. El resto de la geografía son tierras aptas para el cultivo y de eso vive casi el 90% de la población, que no es más de 700.000 habitantes. También hay maleza -y mucha- en los caminos. Cuando me fijo bien, reconozco la tan característica hoja de cannabis y comprendo ahora por qué las vacas caminan de lado a lado como si estuvieran ebrias, me cuentan que hasta los cerdos son alimentados con "maleza".
Para relatar las tradiciones que se remontan a siglos atrás, hay que dejar volar la imaginación porque este reino también lo habitan leyendas, santos, fábulas y espíritus. En Pakistán durante el siglo octavo nace el segundo Buda -Gurú Rinpoche- con milagrosos poderes y manifestándose de varias formas. Visita el reino por primera vez en el año 746 d.C. con la misión de sanar al rey que estaba poseído por un demonio, transformándolo todo en paz. Desde entonces la religión oficial es el budismo mahayana y es Bután uno de los únicos lugares donde aún se practica. El matiz de este tipo de budismo es la exclusión del fervor sublime a un sólo ser, aceptando la presencia de bodhisattvas o santos a los cuales se les adora por favores concedidos. Y se les venera, no hay duda de eso, en los más de 2.000 monumentos religiosos, en los hogares y hasta en los hoteles se encuentran pinturas representativas, altares con ofrendas diarias, además de un sinfín de actos y festividades. Un viaje a estas latitudes tiene que ser planificado en relación a sus fiestas religiosas, que ocurren en los cuatro valles identificados como el corazón cultural y religioso de Bután: Bumthang. No podrá creer la fortuna de estar en fiestas coloridas, donde los monjes bailan enmascarados representando sufrimientos y aconteceres de la vida del Gurú Rinpoche, donde miles de fieles cruzan el fuego para purificar el espíritu y donde todos conviven alegres, avanzando lentamente hacia la modernidad, pero firmes a sus tradiciones.
Domina la belleza de los valles la altiva figura de los dzongs, un blanco edificio de dos pisos, hecho de piedra y barro, pintado con una banda roja a continuación del techo, con ventanas pequeñas enmarcadas en madera finamente labrada. Aquí residen los monasterios y en el pasado cumplían a la vez el rol de fortalezas. Actualmente, los monjes viven y se educan ahí. Está prohibido que una mujer se encuentre en un dzong al amanecer o al atardecer. Desde el patio interior se revela el fino trabajo artístico de la madera, al entrar a las salas, la decoración y los frescos de las paredes y techos aluden a un gran fervor religioso.
Cada residencia está decorada con símbolos para espantar a los malos espíritus, leones, dragones; sin embargo, el más común es un falo en las cuatro esquinas externas de la vivienda. Al principio esto puede causar impresión y risas, pero uno se va acostumbrando a verlas a medida que pasan los días.
A la salida del avión, con una buena reserva de buen humor, nos esperan nuestros anfitriones, vestidos a la usanza por obligación y por orgullo. En el ambiente laboral y en toda celebración, la población debe respetar el código de vestimenta. Para el hombre el atuendo es el gho, una especie de bata hasta el suelo, sujetada al nivel de la cintura se aprieta con un cinturón de género llamado kera, dejando a la vista las piernas. Siempre van con calcetines hasta la rodilla y la moda actual es calzar zapatos más grandes que el número del pie, es un toque sexy, tal como dicen ellos. Todo el género que sobra a la altura de la cintura es usado como bolsillo para llevar cosas, como un canguro. Las mujeres usan unas llamativas polleras rectas hasta los tobillos, la kira, combinada con una chaquetita corta de tonalidades distintas.
Hay que pagar admisión para visitar este país, el monto es de US$ 250 por cada noche, más el precio de la visa. Esto incluye el guía, un chofer, alojamiento y comida. Bután se luce ofreciendo al turista una variedad de actividades excitantes, tales como pesca con mosca, kayak, tours en bicicleta, montañismo, tiro al arco (el deporte nacional) y trekking. Imperdible es la ascensión al monasterio del Nido del Tigre, construido al borde de un acantilado a 3.180 m de altura, lugar donde según cuenta la leyenda, Gurú Rinpoche voló sobre un tigre hasta una cueva, donde meditó por tres meses.
La propuesta del cuarto rey, Jigme Singye Wangchuck, diseñó como objetivo principal para su gobierno, cuando asumió a los 17 años de edad, medir la Felicidad Interna Bruta, cuantificando factores, tales como el desarrollo emocional y espiritual, en relación con la economía, la preservación del ambiente y la identidad cultural. Todo un paradigma que ha puesto a Bután en la agenda global demostrando una planificación inteligente y abnegada hacia un desarrollo sostenible del bienestar de sus habitantes.
La felicidad, la identidad social y cultural se transmite al turista, uno no sólo queda repleto de belleza y magia, uno también queda fascinado con su gente.