La primera imagen que los hermanos Miguel y Enrique Alcalá conservan de los Donoso en Calaceite tiene la nitidez de los momentos fundacionales. Su recuerdo se remonta a la noche de un domingo de 1970. Ellos debían tener 14 y 15 años, respectivamente, y ayudaban a sus padres a atender la Fonda Alcalá, el restaurante-pensión más famoso y antiguo del pueblo. En una mesa cenaban el traductor francés Didier Coste, considerado un vecino más de Calaceite, y su invitado: un hombre alto, de pelo negro y barba blanca que fue presentado como el escritor chileno José Donoso.
-Esa noche, Pepe estuvo solo -recuerda Miguel-. Luego volvería con María Pilar y la niña, la Pilarcita.
Donoso había llegado de Barcelona, donde vivía con su familia, para revisar la traducción que Coste estaba haciendo de sus libros al francés. Coste no captaba bien sus chilenismos y el escritor, en vez de enviarle las aclaraciones por carta, había ido a visitarlo. El pueblo aragonés de Calaceite tenía en esa época unos dos mil habitantes -hoy no pasa de 1.200-, está tan alejado de su capital de provincia como de Barcelona y su clima es tan inclemente en invierno como en verano. Pilar Donoso, la Pilarcita como todos aún la llaman en Calaceite, contará años más tarde en Correr el tupido velo que su padre se quedó "sorprendido con la belleza del lugar, con ese pueblo de casas de piedra congelado en el siglo XVII". El novelista, además, llevaba un tiempo fantaseando con un lugar así para vivir.
En una carta que envió a Isabel Allende le confesó que en Barcelona se sentía aburrido de una vida demasiado social, "llena de amigos y de gente que hablaba, gritaba, bailaba, se disfrazaba, iba a conferencias, cineclubes, boîtes, conciertos, cocteles, vernissages, restoranes, lanzamientos de libros y demás". En Calaceite, en cambio, donde "no hay películas ni conversación; hay moscas y hay soledad, y nadie se mete en lo mío y no dependo de nadie", al fin había encontrado aquello que a decir de su amigo Vargas Llosa siempre definió su esencia vital: José Donoso o la vida hecha literatura. Una existencia dedicada sólo a escribir y leer.
-Cuando volvieron, ya la familia completa -sigue contando Miguel Alcalá-, por un tiempo se quedaron a vivir aquí, en la Fonda, en las habitaciones de arriba. Aquí habrán estado dos, tres meses…
-¡Un año! -lo corrige Enrique-. Primero venían sólo los fines de semana, mientras arreglaban la casa, y luego ya se quedaron más.
A lo largo de ese tiempo, ellos no se hicieron amigos de juegos de la Pilarcita. Ella debía tener tres o cuatro años, y los Alcalá, ya púberes, la recuerdan con sus juguetes en los rincones de la Fonda y correteando por los pasillos. "Era muy pequeñita, muy alegre y muy mona, y a todos lados la seguía su perrito Peregrine, al que llamaba Pinpin". La que sí nació casi de inmediato, dicen, fue la relación que Donoso y María Pilar mantuvieron durante más de una década con sus padres, don Enrique y doña Adoración. Cuando los amigos escritores de Donoso empezaron a visitarlo en el pueblo, hasta le inventaron un sobrenombre a don Enrique: lo llamaban Henry Fonda, como el actor, bromeando con su nombre traducido al inglés y unido al de su negocio.
-Cuando crecimos- prosigue Miguel- ya nos hicimos más amigos de Pepe. Incluso, antes de hacer la mili (el servicio militar), llegamos a ir juntos a las discotecas que había en los alrededores del pueblo.
-Eso fue después- corrige Enrique-, cuando Mauricio (Wacquez, también escritor y chileno) ya vivía en Calaceite. Pepe y Mauricio venían siempre al anochecer, a tomar algo, y a veces nos veían arreglados. ¿Van a la disco?, preguntaban. Y venían con nosotros. Mauricio era más de salir. Pepe no, pero iba, supongo, por curiosidad.
Los Alcalá son hoy dos señorones cercanos a los 60, cuya sencillez se expresa en que no sólo visten siempre el mismo color de camisa, sino que ésta es idéntica a la de los mozos que atienden su restaurante.
Cuando recuerdan los años que los Donoso pasaron allí -de 1971 al 74 afincados como vecinos del pueblo, y hasta inicios de los 80 de forma esporádica-, los hermanos se emocionan. Fue una época en que Calaceite se volvió un imán cultural que atraía a directores y actores, como Buñuel o Geraldine Chaplin, a escritores como Jorge Edwards o Vargas Llosa, y a pintores, fotógrafos, editores, diseñadores y arquitectos de cuya importancia iban tomando nota los lugareños dada su aparición en los periódicos y la televisión.
Donoso era la fuerza magnética de ese imán y la Fonda Alcalá, su núcleo de concentración. Allí, al mediodía o a la noche, con "Henry Fonda" de anfitrión, todos acababan reuniéndose.
-Calaceite les debe mucho a los Donoso- resume Miguel.
-No sólo a Pepe- dice Enrique-, sino a toda la familia. Por eso, no hemos querido leer el libro de la Pilarcita, que en paz descanse.
...
La casa de tres plantas donde vivieron los Donoso en el pueblo tiene hoy el mismo aspecto que entonces. Está situada en la parte alta que los vecinos llaman "la zona del castillo" -Calaceite proviene del árabe Qal' a Zeid, castillo de Zeid- y proyecta esa solemne majestuosidad de las antiguas construcciones de piedra que no colindan con nada, pues queda en la esquina de dos calles que se unen en V.
Si fuese 1971 y uno les quisiera enviar una carta, la dirección sería: Mare de Deu del Pla (Madre de Dios de la Plana) número 10. Si uno quisiera hacerlo hoy a su actual dueña, la diseñadora inglesa Jane Michelle Alexander, habría que cambiar el nombre de la calle por Bellmunta.
En la carta que Donoso le envió a Isabel Allende se alegraba de haber pagado 711 dólares por esta enorme casa de piedra del siglo XVII. Más adelante añadía que entre los arreglos y los muebles había gastado 10 veces más.
La tarde en que el fotógrafo y yo recorrimos su interior guiados por Jane Alexander y doña María Moya -una vecina que había vivido en ella antes que los Donoso-, ambas opinaban que gran parte del dinero gastado en arreglos debía haberse ido en acondicionar los dos jardines interiores.
De hecho, uno de ellos, ubicado en la tercera planta y con un gran árbol en el medio, fue diseñado y construido íntegramente por Donoso y María Pilar. El otro es más normal y debió haber sido el patio del fondo del primer piso. El detalle está en que ambos están conectados por unas escaleras exteriores sin barandas, lo que a los amigos de la familia les inspiró el apodo de Los Jardines Colgantes de Donoso.
Por dentro, la casa tiene el encanto de una vieja mansión. Está llena de pasillos, laberintos y escaleras, y según Jane Alexander, casi todos los muebles, tapices y enseres que se ven abigarrados en los cuartos son los mismos que pertenecieron a Pepe, María Pilar y la niña.
-Pepe me entregó la casa tal cual. Fue rápido: él la quería vender porque necesitaba el dinero, y yo, que ya vivía aquí de alquiler, la quería comprar.
En una habitación del tercer piso hay incluso un cuadro de gran tamaño cuya pintura incluye, bajo un ave anaranjada de fuego, la frase en mayúsculas: "HOMENAJE AL OBSCENO PAJARO DE LA NOCHE". Está fechado en 1976 y cuenta Jane que la última vez que la Pilarcita pasó por Calaceite y la visitó, a finales de 2010, quedó en volver por él. Quería llevárselo.
Si hubiera que describir la casa en función de sus espacios interiores, se podría comenzar por la primera planta y sus dos entradas, una por cada calle: por una se accede al vestíbulo, y por la otra, a la cocina.
A los pisos superiores se puede acceder tanto por el vestíbulo como por las escaleras "colgantes" del jardín. La segunda planta está dominada por un enorme salón-comedor en forma de ele que cuenta con dos chimeneas y un fogón en el medio, y el tercer piso, además de repartirse los dormitorios con el segundo, tiene otra sala, más pequeña, con un inmenso ventanal: allí, María Pilar se pasaba las tardes leyendo o traduciendo, mientras Donoso trabajaba en su altillo y la Pilarcita salía a jugar a la calle.
El punto más alto de la casa es justamente ese altillo que durante años sirvió de estudio y refugio a Donoso. Llegar a él no es fácil. Si se hace por dentro, hay que trepar por unas escaleras angostas como de submarino; el problema no es subir, sino bajar, pues carecen de barandas. Y si se hace por los jardines, están las escaleras "colgantes", que tampoco tienen barandas, y que una vez casi le costaron la buena salud a Arturo Fontaine.
La historia la contó Jane Alexander.
-A la escalera que sube a la segunda planta le falta un trozo de escalón, ¿ven? Lo rompió Fontaine. Mucho después de la muerte de Pepe y María Pilar, vino a conocer la casa, y cuando le dije que por esas escaleras se iba al estudio de Pepe, quiso subir corriendo y casi se cae.
Si hay algo que Donoso, María Pilar y Pilar tienen en común es que los tres han narrado con detalle el tiempo en que pasaron en esta casa y lo que el pueblo significó para cada uno de ellos.
Para Donoso fue, si no el lugar donde rompió el bloqueo creativo antes de terminar El obsceno pájaro de la noche, sí donde su escritura se hizo más prolífica. En los cinco años que vivió aquí publicó tres libros, incluyendo su Historia personal del boom, y escribió Casa de campo, una de sus mejores novelas. Fue también donde convirtió El lugar sin límites en un guión cinematográfico, tras largas conversaciones con Buñuel.
Para Pilar Donoso, la Pilarcita, Calaceite fue su pequeño paraíso infantil, el que elegiría "si tuviera que decir adónde pertenezco realmente" y adonde volvió muchos años después con la intención de regresar para quedarse, al menos durante un tiempo.
Para María Pilar, finalmente, según los fragmentos de sus diarios que su hija reproduce, esta casa y el pueblo significaron una especie de encierro que ella aceptó voluntariamente, pero sin poder apartar la soledad, el aislamiento y, por momentos, la infelicidad que le producían.
...
La mejor amiga que Pilar Donoso tuvo en Calaceite tiene curiosamente el mismo nombre que su mamá, María Pilar, aunque todos la llaman desde siempre Maripi. Maripi de Latorre.
Es la segunda de tres hermanas y se hizo amiga de Pilar, dice Maripi, porque eran las más cercanas en edad y porque, al poco tiempo de conocerse, "adonde iba una, iba la otra". Compartían los juguetes y el mismo salón de clases, aprendían inglés en las lecciones particulares que les daba María Pilar, se disfrazaban de princesas y con frecuencia no se separaban ni para dormir, pues Maripi solía quedarse en la casa de los Donoso.
Han pasado 40 años desde que Maripi vio por primera vez a la Pilarcita sentada en unos escalones de piedra y en su recuerdo ese momento es tan poderoso como el último, cuando se volvieron a reunir en Calaceite, a fines de 2010.
-La última imagen que tengo de ella- dice por teléfono desde su casa a una hora del pueblo- es cuando mi hermana y yo la acompañamos a la estación. Tenía la tristeza en la cara. Nos contó que su libro le había traído problemas con su familia y todo el tema de su separación. Tenía planes de volver. Nos dijo que regresaría en la Semana Santa de 2012, a quedarse durante un tiempo, aunque antes tenía que resolver si podía venir con sus hijos, a los que adoraba.
Maribel, la menor de las De Latorre, es la única que continúa viviendo en Calaceite. Dirige una consultora ubicada en la plaza central. Allí, en su oficina, guarda un inmenso álbum de recortes que dan cuenta de la vida y obra de José Donoso en España a inicios de los 70. El álbum debe pesar unos 15 kilos, y la Pilarcita también quedó en llevárselo en un futuro viaje.
Maribel coincide con su hermana en que sus excursiones infantiles por los castillos en los alrededores de Calaceite son de lo mejor que les ha pasado en la vida. A esas excursiones a veces iba Donoso. La que manejaba el auto que tenía la familia era María Pilar, y cuando el escritor se unía al paseo se sentaba de copiloto. Sus lugares preferidos eran una ermita abandonada y el pozo de Los Aubens, adonde Maripi y Ana, la mayor de las Maripis, volverían junto con Pilar en 2010. En las viejas expediciones, cuando Donoso iba con ellas, la diversión estaba asegurada: el escritor se recostaba sobre una manta y las niñas se sentaban a su lado para escuchar los cuentos que él les iba inventando, como aquella historia de unos árboles a los que les nacían yogures como frutas.
-Nos subíamos a su cabeza y él ni se inmutaba -recuerdan las dos hermanas-. Tenía muy buen carácter, tan bueno como el de María Pilar, con la que ya más mayorcitas y con Mauricio Wacquez en el grupo nos íbamos a los pueblos vecinos a aprender a bailar jotas y otros bailes aragoneses.
A 300 metros de la plaza vive la señora Lourdes García, antigua ama de llaves de los Donoso y primera nana de la Pilarcita. Cuando su hija sube a avisarle que hemos venido a buscarla, la mujer estalla en un llanto rabioso y dice que no. Su llanto se puede oír desde el primer piso. "Está así desde que se enteró de lo de Pilar", explica la joven. "Para mi madre, Pepe y María Pilar fueron su familia, y de Pilar, ni les cuento: la quería como si fuera su hija". Tras unos minutos en que ninguno sabe qué hacer, la chica se ofrece a buscar unas fotos dedicadas que los Donoso le fueron enviando de regalo a su madre, incluso cuando ya se habían vuelto a Chile. En una se lee: "Para Lourdes con toda nuestra ternura. María Pilar. Pilarcita". Es una foto desteñida en blanco y negro en la que madre e hija posan sonrientes.
A la señora Lourdes García como a las hermanas de Latorre y como a tantos otros vecinos del pueblo que los conocieron en aquel tiempo les cuesta creer lo que vino después, lo que Donoso y María Pilar opinan en el libro de Pilar acerca de su estancia en Calaceite, lo que Pilar se hizo a sí misma. Como las gentes sencillas y generosas que son, prefieren contarse los cuentos de sus propios recuerdos. Los de los años felices. Aunque al que haya leído el libro de Pilar le pueda parecer, a veces, que se trata de otra historia.