EL GRUPO terrorista Estado Islámico en Irak y Siria (Isis, por sus siglas en inglés) ha vuelto a llamar la atención con su anuncio de que tras su incursión militar en una zona de Irak instauró un califato, que lo extiende desde la ciudad iraquí de Diyala hasta Alepo, en Siria. Es llamativo este anuncio, que por ahora parece tener un efecto más propagandístico, pero que da cuenta de las intenciones que tiene este grupo jihadista, como también de la impunidad con que ha logrado operar y el inquietante nivel de organización con que cuenta.

Es improbable que esta facción radicalizada logre instaurar un califato al estilo del Imperio Otomano u otras experiencias similares que recoge la historia. El líder del grupo, Abu Bakr al Baghdadi, se ha proclamado califa y ha hecho llamados al resto del mundo musulmán para que juren fidelidad. Ello forma parte de su bien planeada estrategia comunicacional, pero la comunidad internacional no debería minimizar el hecho de que el grupo ya cuente con territorios donde pretende hacer imperar su interpretación de la ley islámica. No puede ignorarse que esta es una facción escindida de Al Qaeda -con el que ahora rivaliza-, que promueve ideas extremas, como una guerra santa a nivel global, y que cuenta con una importante capacidad de reclutar seguidores. Su presencia ha logrado generar inquietud en los países de la región, que miran con preocupación una desestabilización de Irak a manos de grupos radicales.

Estados Unidos ha minimizado el anuncio de un califato y por ahora mantiene su discreta actuación de enviar personal especializado a la zona para que asesore a las autoridades de Irak en el combate de estos grupos. Es evidente que la debilidad del gobierno iraquí y las pugnas internas entre distintas facciones del país han favorecido la aparición de estos grupos radicalizados, y sin una actuación decidida de EE.UU., Europa y los propios países árabes, dicha zona podría entrar en una peligrosa espiral de conflictos.