Lorna Püschel es abogada, tiene 30 años y vive en el corazón de la capital. De lunes a viernes circula entre tribunales y juzgados, pero los sábados se sube a su bicicleta y en vez de ir a la feria o al supermercado a comprar frutas y verduras, se junta con su proveedor de alimentos orgánicos en algún punto de Santiago, previamente acordado, y recibe una canasta con 10 productos, entre rúcula, tomates, berenjenas, sandías y melones, según la temporada. No tiene que pagar nada; eso lo hizo cuando se incorporó a este nuevo sistema en que un agricultor cultiva sus hortalizas en un pedazo de tierra de la capital y luego le entrega sus productos una vez a la semana. Paga para que un entendido haga crecer estos alimentos que no tienen agroquímicos, "como los que me venden en otros locales", dice.
Desde mayo de 2011 y en apenas una hectárea de terreno, el colectivo Huellas Verdes creó esta especie de gran huerta, no sólo para surtir a los santiaguinos que prefieran esta forma de cultivo de sus verduras, sino que también, para incentivarlos a que ellos mismos vayan a sembrar, desmalezar y cosechar sus alimentos, al menos seis veces al año.
El sistema comenzó en los 60 en Japón, Alemania y Suiza y se extendió luego a EE.UU. y Canadá, entre otros motivos, porque los consumidores querían recibir productos frescos y sin pesticidas. Entonces decidían pagarle a una persona que les asegurara esta calidad. Así nació el sistema llamado Community-su-pported agriculture o CSA.
Hoy, la tendencia ha crecido y hace un año llegó a Santiago, específicamente, a Colina y a Talagante, donde dos pequeñas empresas cobran un monto anual (desde $ 300.000) para "nutrir" semana a semana a un grupo de familias.
Claudia Cossio (28) y Gabriela Zúñiga (29), las ingenieras agrónomas que crearon Huellas Verdes en Colina, cuentan que ellas mismas se preocupan del cultivo. "Yo quería este servicio más orgánico para mí y que fuera pagable. Como no podía venirme a vivir al anillo hortícola de la urbe y viajar todos los días a trabajar al centro, creé esto. Luego vi que había varios interesados y arrendé este espacio para ofrecerle a otros", dice Cossio, quien empezó con 55 familias y hoy ya suma 70, lo que equivale a un crecimiento de un 27%. "Si se inscriben más, vamos a arrendar otra hectárea".
Para la agrónoma, esto no se trata solamente de un negocio, sino que de una filosofía de vida. "La idea es que cada familia venga a hacerse cargo de sus propias siembras y les enseñen a sus hijos cómo crecen los vegetales", explica.
¿El perfil de los consumidores? Ella los describe como jóvenes profesionales, de entre 30 y 40 años. "Un "80% vive en Providencia; el resto, en Ñuñoa, Santiago y Las Condes", añade.
Las mujeres a cargo de este proyecto le arrendaron la hectárea a Rolando Rojas (64), un agricultor que ahora está participando de la iniciativa. "Ellas conocían la teoría, pero yo llevo toda una vida haciendo esto", cuenta este hombre que tiene un puesto en La Vega.
Una iniciativa similar existe en Talagante, la Granja Orgánica. Es la pionera de los CSA en Santiago. "Hace 20 años que producimos nuestras propias semillas y somos un 80% autosustentables", dice uno de los dueños, Carola Cádiz.
Sus productos llegan a 30 familias, a cambio de una membresía anual de $ 1.040.000 (por una canasta para cuatro personas; para dos vale $ 667.000).
A diferencia de Huellas Verdes, también ofrecen canastas trimestrales. Además, cuentan con certificación orgánica (según la Ley 20.089, que se obtiene luego de tres años de funcionamiento), lo que asegura al consumidor que los productos están libres de agroquímicos y fertilizantes sintéticos. "Hay un mercado que es moda, otro de consciencia y otro de gente que sufre alguna enfermedad: en especial a éstos, no podemos engañarlos", explica Cádiz.
Cada viernes, Gladys Pérez (42) recibe su canasta con papas, nísperos, guindas y hasta pan integral y quinoa.
Los hábitos de Lorna, la abogada, también cambiaron: "Antes no cocinaba. Ahora me veo obligada a hacerlo. Pero lo mejor es el trabajo en el campo. Ahora sé cuáles verduras son de temporada y aunque su apariencia no siempre es perfecta, como en el supermercado, tengo la certeza de que es un producto sano".