El cardenal y ex arzobispo de Los Angeles, Roger Mahony, es una de las figuras más controvertidas del cónclave, ya que fue castigado por su sucesor por haber escondido casos de abusos de sacerdotes. Incluso, grupos católicos pidieron que se abstuviera de participar en la cita.

¿Cómo le afectó que mucha gente no querría que usted participara en el cónclave?

Para mí fue un momento difícil. Porque se volvió a hablar de los abusos al cabo de 20 años, como si mientras tanto no hubiéramos hecho nada. En cambio, desde 2002 hemos encaminado un protocolo de tolerancia cero: por ejemplo, no hay posibilidad de trabajar en la diócesis para quien es reconocido culpable de abusos sobre menores.

¿Qué pasaba cuando las cosas se pasaban por alto?

Veíamos este flagelo a través de la mirada de la Iglesia: como un pecado y una debilidad. Pero confundimos nuestra convicción moral con lo que era necesario para acabar con el problema. No había entendido la verdadera naturaleza del problema y que los que cometen abusos siguen haciéndolo. Intentábamos seguir las mejores prácticas de esa época. Pero la realidad nos despertó, hice todo lo que pude para reparar estos crímenes. En 1994, la Diócesis de Los Angeles reclutó un juez laico jubilado para presidir una comisión sobre los abusos sexuales denunciados. Mi error, muy doloroso, fue de no aplicar las funciones de la comisión también sobre los casos anteriores. Me centré en los nuevos casos. En el comité había psicólogos, criminólogos y padres de víctimas. A partir de 2002, cuando fue la reunión de los Obispos de EE.UU., reforcé las medidas de investigación fichando a algunos agentes del FBI. Obligué también a todos los curas, monjas, laicos y voluntarios que trabajen con niños a someterse a un control psicológico previo. Y desde hace 10 años, tomamos las huellas digitales a todos los adultos como forma de precaución.

¿Qué hicieron para que los menores encontraran la fuerza de denunciar?

Todos los alumnos de escuelas católicas de Los Angeles o los menores en seminarios o grupos juveniles, se someten a un entrenamiento para que sepan reconocer las situaciones peligrosas y sepan comunicarlas a los adultos. En los cursos de educación sexual que están en marcha regularmente en nuestros institutos explicamos la diferencia entre good touch, contacto bueno, y wrong places, puntos malos. Si quien enseña se entera de algo sospechoso, se denuncia en seguida a la policía. Todas nuestras 287 parroquias y escuelas tienen comités de vigilancia de padres. En la entrada hay folletos antiabusos disponibles para todos.