ERANI ROCHA, quien trabaja como guía turística en Recife, se instala en uno de los quioscos que se ubican en la costanera de la cuidad, frente a la playa. Nos invita a un agua de coco mientras ella mira cómo baja la marea y, aunque es de noche, la gente aprovecha las piscinas naturales que se forman y se baña. Luego indica a Zoila, una fea muñeca de cerámica que está en la barra, y dice: "Mira, Zoila nos da de beber". Acto seguido, pone un vaso debajo de la muñeca, que empieza a lanzar cachaza como si estuviera "haciendo pipí". "¡Zoila nos da caipiriña!", agrega Erani riendo.
Para los chilenos, medios empaquetados y desconfiados, el brasileño es un espécimen raro y envidiable. ¿Es posible estar siempre, o casi siempre, contento? Erani dice que sí, que esa es la quintaesencia del brasileño. ¿Pero no es sólo ahora porque están en Carnaval? No, explica seria ella. El Carnaval es para celebrar esa alegría, para dar gracias por esa felicidad, y no al revés. En resumen, el Carnaval sería una apología a la alegría de Brasil. Una que, cuando estás dentro, te absorbe rápidamente.
Dado que tiene un fuerte trasfondo religioso, entre el alcohol, el baile, los besos y muchas otras cosas, en esta fiesta se le da gracias a Dios por todo lo bueno, antes de comenzar el período de abstención y recogimiento que significan los 40 días de Cuaresma.
Antes de eso, todo es desenfreno. No sólo en Río de Janeiro o São Paulo. El Carnaval se celebra en todo Brasil con igual intensidad, aunque en distinto tono.
En Recife, capital del estado de Pernambuco, en el nordeste brasileño, se realiza el Carnaval de calle más grande del mundo. El Galo da Madrugada (Gallo de Madrugada) da inicio a las celebraciones, en una tradición que se lleva a cabo desde 1978. Una gran escultura de un gallo, que cada año realiza un diferente artista nacional, se erige en el antiguo barrio de São José y, alrededor de él, más de dos millones de personas bailan, cantan y beben cerveza y caipiroska al ritmo de los "tríos eléctricos", grandes camiones repletos de bailarines y con música a todo volumen.
Aquí lo que suena fuerte es el frevo, menos sensual, pero mucho más acrobático que la samba. El ritmo de Pernambuco, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, se baila con una pequeña sombrilla, con la que se hacen increíbles saltos y piruetas. Una tarea nada de fácil, pero que gente de todas las edades y condiciones físicas realiza con envidiable habilidad.
En la calle, y aunque no es obligación, la gente luce sus mejores y sexies disfraces. El fuerte calor amerita poca ropa y los angelitos, chicos de la jungla e indios aparecen. Otros más valientes como un Fidel Castro y hasta algunos santos, con túnicas, se pasean entre la gente. Mucho maquillaje, plumas, pelucas y sombreros graciosos son parte del ritual. En los balcones de los edificios que están alrededor de la procesión se ubican los camarotes, una forma más cómoda, pero también más cara de ver el espectáculo. Con televisores, comidas y mucha bebida, cada camarote tiene una polera especial que lo identifica, y que la mayoría de las personas recorta y adorna a su gusto. Las mujeres las ocupan ajustadas y escotadas, llenas de brillo, y los hombres, bien cortas y lo más refrescantes posible.
En la vecina ciudad de Olinda, Patrimonio de la Humanidad, las empedradas calles, llenas de subidas y bajadas, se repletan de gente que espera a los blocos, grupos que se entrenan todo el año para presentar sus shows de música y baile mientras avanzan por la ciudad. Mucha batucada, frevo y sí, también, su toque de samba amenizan la jornada. Acá todo es aún más íntimo. No hay vehículos, menos grandes camiones, por lo que en las repletas calles uno choca permanentemente con otros cuerpos igual de sudados que el de uno, o peores. Un espacio propicio para lo que los brasileños llaman el "amor de Carnaval", que vendría a ser el encuentro más casual que uno podría tener en una fiesta. Un beso apasionado, un agarrón y adiós, nunca más te vi. Y así tiene que ser, uno no puede enamorarse en el Carnaval, porque el Carnaval no es para eso, es para celebrar y disfrutar.
Con nombres como Axé Bahía y Porto Seguro, los chilenos nos transportamos a los 90, a programas como Mekano y, para tortura de algunos, a esas eternas coreografías que se bailaban en las fiestas y, que si no te sabías, quedabas completamente relegado. En Salvador de Bahía nada de eso está en el pasado. Tal como el frevo se luce en Recife, aquí el ritmo más importante sigue siendo el axé y siempre aparecen nuevos grupos y melodías.
Lamentablemente, las coreografías que aprendimos para no quedarnos sentados en las fiestas de Año Nuevo acá están obsoletas. Pero el instinto musical se queda en uno y, al rato, los pasos comienzan a hacerse familiares. Aquí los más afortunados pueden pagar para ir arriba del trío eléctrico, que son mucho más estrambóticos que los de Recife, con pantallas LED y grandes luces. El año pasado, incluso, el cantante surcoreano Psy se subió a uno y cantó Gangnam Style en clave axé. La gente se volvió loca.
También se puede participar del bloco, la procesión de gente que va bailando detrás del camión, con una polera que los identifica especialmente para ello y que son un verdadero rebaño de bailarines cuyo paso va delimitado por unas cuerdas. Son varias horas caminando y bailando, por lo que hay que pensarlo dos veces. Por su parte, los camarotes, que pueden alcanzar altísimos precios, son verdaderas discotecas, pero también una opción más segura a la movida calle.
En el trío eléctrico de Magary Lord, un popular cantante de Bahía, su pequeña hija Kalinde, de 10 años, es una más del show. Dice que no se cansa de bailar y cantar toda la noche porque lo hace siempre, porque es un juego y porque le encanta, respondiendo las preguntas de los periodistas de la cadena Globo que la entrevistan en vivo. Lo hace con una naturalidad impresionante, como lo hacía la mismísima Daniela Mercury unos tríos eléctricos más adelante.
Por su parte, en el Pelourinho, el barrio histórico y más hermoso de Salvador, se lucen los Filhos de Gandhi (Hijos de Gandhi), un afoxé (cortejo de calle) que nació en 1949 y que hace honor al mensaje de paz de Gandhi al son de ritmos africanos. Paz y amor profesan los Hijos de Gandhi, con sus túnicas y característicos collares blancos y azules. Si alguna mujer quisiera uno de ellos, lo que se dice le dará felicidad y prosperidad, debe a cambio darle un beso a su dueño. Así, no es de extrañarse por qué las esposas de los Hijos de Gandhi crearon después su propio afoxé, las Hijas de Gandhi.
En febrero, Río de Janeiro se ve prácticamente invadido de verdaderos destacamentos de mujeres disfrazadas de Minnie, con ajustados y pequeños vestidos rojos con lunares blancos y grandes orejas de plástico negro. Pero no andan solas. Junto a ellas caminan hombres travestidos con pelucas, boas de plumas y coquetos escotes. Son los foliões, como son llamados en portugués los "juerguistas", quienes viven en el Carnaval de Río en las calles de la ciudad.
Y es que el sambódromo no es precisamente punto de reunión de los cariocas para el Carnaval. Ellos lo celebran en sus calles, con sus vecinos y música en vivo. Son los llamados blocos da rua, que se toman los barrios de la ciudad en las semanas previas y posteriores al desfile de las escuelas de samba.
Los primeros registros de estas celebraciones se remontan a fines del siglo XIX. Y aunque en un inicio surgieron de forma espontánea, se han vuelto cada año más sofisticadas. Los más masivos incluyen grandes camiones con amplificación y pantallas gigantes, sobre los que se ubican percusionistas y artistas invitados.
Según la Secretaría Municipal de Turismo de Río de Janeiro, 457 blocos fueron autorizados para desfilar en este Carnaval por las calles. Una programación con opciones para todos los gustos, desde eventos masivos a otros más familiares, ritmos regionales de Brasil e incluso rock.
"Close your eyes and I'll kiss you
Tomorrow I'll miss you
Remember I'll always be true…"
El clásico de Los Beatles retumba en el Aterro do Flamengo, por supuesto, reversionado en estilo brasileño por una gran banda de percusionistas. Se trata del "Bloco do Sargento Pimenta". Sus integrantes visten coloridas ropas inspiradas en la portada del disco del que tomaron su nombre: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Su repertorio completo es un homenaje al conjunto de Liverpool en ritmos como marchinha, axé y funk.
Se trata de un bloco joven, que nació en 2010 pero que rápidamente consiguió gran popularidad. Cien mil personas se reunieron en su presentación de 2013.
Otra muestra de la diversificación es el "Bloco Crú", que se presenta en la céntrica Praça XV. Este conjunto combina instrumentos brasileños con bajos, guitarras y batería para interpretar clásicos del rock. Un bloco de nicho, que el año pasado reunió a cerca de 40 mil personas.
¿Curiosidades? El "Bloco Exalta Rey", que se presenta cerca de Cinelândia, sólo toca canciones de Roberto Carlos, con arreglos de Carnaval. El cantautor Chico Buarque también tiene su comparsa, "Mulheres de Chico", que desfila en la playa de Leme, en la zona sur de Río. También hay blocos para los fanáticos de los superhéroes como "Desliga da Justiça", en Gávea, e incluso para niños como "Gigantes da Lira", en Laranjeiras.
Pero hay blocos más masivos. Uno de ellos es "Cordão da Bola Preta", que reúne a cerca de 1,5 millón de foliões en la céntrica Av. Río Branco, 20 estadios Maracanã repletos. Fundado en 1918, es uno de los más tradicionales y sus participantes asisten uniformados con poleras blancas con pelotas negras. Más de 500 mil personas se espera que se reúnan este domingo 9 en la misma arteria para participar en el Monobloco, una de las celebraciones callejeras que tradicionalmente ha cerrado el Carnaval.
Para participar en estos desfiles más masivos hay que ir preparado: ropa liviana (un traje de baño no será mal visto), protector solar, agua y la claridad de que se sumergirá en un verdadero mar humano de varias cuadras de extensión. Esto no es menor, considerando que en años anteriores se han producido tumultos.
Pero hay algo más que no debe faltar para ser un verdadero foliao: un buen disfraz o, al menos, un cotillón divertido.