En un día excesivamente caluroso para septiembre, Alejandro Goic está parado en una pasarela peatonal de Renca. Su expresión es abatida. Más que eso, parece estar preso de un extravío vital. Camina. La cámara le respira en la nuca en un deambular que parece ir a ninguna parte.
"El trata de reconstituir alguna relación humana: su madre está senil, su ex mujer y su hija no lo quieren ver, igual que sus antiguos compañeros de armas. El es un paria entre los parias", dice el actor. Se refiere a Alejandro Hernández, su personaje, un antiguo torturador de la dictadura que arrastra un presente a medio camino entre el dogmatismo y el arrepentimiento. La película en cuestión es Carne de perro, está dirigida por Fernando Guzzoni (La colorina) y cuenta cómo es el día a día de un anónimo funcionario que décadas atrás caminó por el lado oscuro.
Rodeado de un equipo muy joven donde destaca la directora de fotografía uruguaya Bárbara Alvarez (Whisky, La vida de los peces), Goic se calza con naturalidad los zapatos de este "paria". Es algo que conoce desde la otra vereda, ya que él mismo fue detenido político, y algo aprendió de estos personajes de incómodo presente. Como Osvaldo Romo, el torturador que murió hace algunos años en la cárcel y que fue la primera inspiración para su personaje. "Las fotos de su entierro son tremendas", recuerda el actor. "Un funcionario del cementerio lo lleva en un carromato, solo. Eso me impactó mucho, me conmovió. Hasta a los sicópatas más terribles lo entierra su madre, un hermano. De alguna manera es la imagen que tengo sobre lo que trata esta película", cuenta.
La soledad parece ser el pulso que late tras Carne de perro. La apuesta de Guzzoni es tener a su personaje casi obsesivamente en pantalla, con una cámara al hombro que lo sigue permanentemente. "Es un poco dardenniana (por los hermanos Dardenne)", dice. "La quería hacer fría, seca, sin música. Si uno dialoga con un relato tan natural, dialoga con la verosimilitud", explica sobre el filme que tiene en su elenco a Alfredo Castro, María Gracia Omegna, Amparo Noguera y Roberto Farías, entre otros, y que opta por largos planos secuencia.
La idea le vino a Guzzoni de cuando hizo el documental La colorina, sobre la poetisa maldita Stella Díaz Varín. Había allí un "poeta fascista" que buscaba conectar con ella y de ahí el director quiso hablar del presente, pero el formato documental evolucionó a una historia de ficción en que el poeta se convirtió en un ex torturador. Pero, advierte el director, los datos del pasado son solo apuntes. "Es un torturador, pero eso está fuera de campo, solo tenemos una sensación de lo que hizo. Y en el presente, no se sabe qué lugar ocupa en la sociedad", advierte.
Una escena reveladora de la película es la siguiente: en una iglesia evangélica en Macul cerca de 80 feligreses alzan sus manos y siguen en trance los frenéticos saltos de su pastor, interpretado por Alfredo Castro. Escondido de forma anónima está Alejandro Hernández, quien parece haber encontrado un sentido de vida en la vocación religiosa.
Es el último día de rodaje del filme, pero los ánimos están arriba. El fervor religioso repleta el lugar y Castro como el pastor, delira. Todo ha salido como se esperaba. Aún sin terminar, el filme mostrará sus primeros minutos en el Festival de Cine de Viña, con vistas a concluir probablemente en enero. Y como ganó la Residencia en Cannes (para escribir el guión) y el World Cinema Fund de Berlín para posproducción, el director Guzzoni está tranquilo para lo que viene. "Está siendo vista desde allá, lo que ayuda bastante", finaliza.