"1980-2012. Nos prometieron luz y no nos han cumplido". Eso es lo primero que se lee en un letrero al entrar a Carrizal Bajo, la caleta que en agosto de 1986 se hizo famosa tras el descubrimiento de un arsenal de armas que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez pretendía ocupar en su lucha armada contra el gobierno de Pinochet. Se avanza un poco más y viene otro, un poco más críptico: "Cuidado con el cuco". La referencia apunta a la oscuridad del pueblo durante la noche.
La sensación de abandono es grande. Después de ser el puerto principal de la zona, a fines del siglo XIX, los últimos 100 años de Carrizal Bajo han sido una batalla permanente contra el olvido. Poco a poco, la actividad portuaria se fue traspasando a Huasco. Y la pesca indiscriminada hasta entrada la década de los 90 forzó a muchos de sus pescadores a tentar suerte en otros lados. Dar una vuelta por el pueblo es ver varios autos abandonados, totalmente desarmados y desparramados por calles sin nombre.
Aquí alguna vez estuvo Sergio Bushmann haciendo de empresario y comprándole algas por sobre el precio de mercado a los lugareños. Aquí o más bien en Caleta Corrales, siete kilómetros al norte, llegaron dos cargamentos de armas -M16, cohetes, explosivos, granadas- entre mayo y julio de 1986, totalizando 80 toneladas. Aquí fue desbaratada la operación frentista en agosto del mismo año, incautándose alrededor de dos tercios del armamento internado.
Aquí empezó el mito de Carrizal Bajo.
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Cuando se desató el conflicto de Freirina, a fines de 2012, Carrizal aprovechó de plegarse al movimiento. La sensación de ser un pueblo abandonado en la costa del desierto hizo que los frontis de las casas se llenaran con banderas negras hechas con bolsas de basura y los pocos pobladores decidieran cortar la ruta costera que llega a Huasco y también a Freirina. Uno de los objetivos era presionar a las autoridades para que a Carrizal, finalmente, llegara la luz. Esa vez, al pasar por la caleta para comprar agua, un par de pescadores comentó que, si los carabineros se ponían complicados, ellos sacarían los rockets que, según ellos, todavía quedaban de la operación Carrizal y que no habían sido encontrados desde que se destapó el intento de internación de armas en 1986.
Dos años más tarde, de regreso en Carrizal, nadie se ha atrevido a respaldar esa versión, aunque Magaly Salinas (67), la alcaldesa de mar de Carrizal desde 1984, dice que siempre quedó la sensación de que no todas las armas se habían encontrado. "Incluso, Sergio Buschmann decía eso, no sé si para llamar la atención".
También están los que ponen en duda el episodio entero y se refieren a la internación de armas en Carrizal como un "tongo". Esto es, cuando se deciden a hablar. Para la mayoría de los carrizalinos, el año en que el FPMR estuvo instalado en la caleta es tabú. Les cuesta hablar de los frentistas, de sus actividades y de lo que pasó después. Magaly Salinas tiene una teoría. Dice que durante su estadía, los frentistas nunca hablaron de política, jamás hicieron alguna referencia a lo que ocurría en el país. "Era gente que ayudó aquí", cuenta. "Repartían agua a las casas, a veces mercadería, y Sergio Buschmann compraba los huiros a los recolectores un tercio por sobre el precio de mercado. La gente los quería y hasta ahora sienten una suerte de lealtad con ellos".
Salinas recuerda que cuando la CNI y las diferentes ramas del Ejército se dejaron caer en Carrizal, su casa, al funcionar también como la alcaldía de mar, se transformó en centro operativo. "Por varios meses, el resto del pueblo me hizo el vacío. No fue fácil".
Por eso, a Wilson Trujillo (53), pescador, le cuesta hablar. Dice que no recuerda bien lo que pasó en ese tiempo, pese a que, cuando los frentistas estaban en Carrizal, él tenía 25 años. Entre pedazos de conversación trivial, Trujillo finalmente empieza a recordar. Coincide con habitantes de Carrizal que dicen que la operación fue un tongo, en una suerte de leal negación, ya que en el PC y mismo FPMR han reconocido la operación. Y luego cuenta que se dio una vuelta por caleta Corrales pocos días después que el lugar fuera desalojado de armas, frentistas y militares. "Los pocos hoyos donde supuestamente guardaban las armas eran demasiado chicos y no me calzaban con todo el arsenal que se había encontrado".
Trujillo hace referencia al arsenal que se mostró por televisión y que los habitantes de Carrizal sólo pudieron ver por las noticias. El acceso al aeródromo Gran Cañón, cercano al pueblo, estaba clausurado para los habitantes de la caleta. De hecho, las primeras semanas desde que se encontraron las armas existió un férreo control en el ingreso y la salida del pueblo para sus habitantes.
A la conversación se suma Héctor Alvarez (48), dueño del almacén Kalako. Alvarez agrega un dato que Trujillo no se había atrevido a contar. Dice que, en las semanas posteriores a que el pueblo fuera tomado por las FF.AA. y debido a las pocas posibilidades que tenían para trabajar en Carrizal mismo, unos 30 habitantes, salió a pescar hacia el norte. Era un grupo de pescadores junto a sus mujeres y algunos hijos. Al llegar a una caleta llamada Cifuncho, cerca de Taltal, se corrió la voz de que el grupo era de Carrizal Bajo. "Al día siguiente se dejaron caer los militares. Eran varios comandos con camiones y helicópteros. Un agente de la CNI la llevaba, mandaba todo. Nos tuvieron tres días de rodillas en la arena", dice Alvarez. Trujillo agrega que los dejaron pararse sólo cuando desde la CNI informaron que nadie en el grupo estaba involucrado con los frentistas.
Poco antes de partir a Cifuncho, los amigos recuerdan otro episodio. En una reunión de coordinación que encabezaba el fiscal Fernando Torres Silva, alguien le dice al fiscal haber visto cajones con armas debajo del mar, en la bahía. Torres Silva mandó a todos los que tenían equipamiento de buzo a barrer la zona buscando las armas. No encontraron nada.
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En Carrizal hay electricidad, a punta de un motor a petróleo, sólo entre las 20 horas y la medianoche. El costo por casa para tener luz esas cuatro horas es de 16.500 pesos. Es en ese lapso cuando la gente aprovecha de ver las noticias y lo que sea que transmita Canal 13, el único canal que llega con señal a Carrizal. "A veces la película está re buena y se corta", dice Lidia Guerra (73), una dueña de casa que después de vivir años en Copiapó, decidió volver a su pueblo de origen, luego de enviudar.
Carrizal es un pueblo de unas 300 casas repartidas por calles polvorientas, pero durante el año no son más de 50 las que están habitadas. El resto de las viviendas se ocupa en verano, cuando la población puede llegar a las 4 mil personas, ayudado también por las personas que llegan a instalarse en carpas cerca de la playa. La actividad principal es la recolección de algas y la pesca, principalmente de congrio. Debido a la tranquilidad de la caleta, durante el año ni siquiera hay carabineros, aunque en verano llegan tres policías a instalarse. Los habitantes dicen que no es mucho lo que pueden hacer, porque los incidentes de riñas y robos suben dramáticamente. En cuanto al aislamiento, otra señal: la iglesia, que data de 1850, hace un par de años que ya no tiene párroco.
Como alcaldesa de mar en un pueblo de pescadores, Magaly Salinas ostenta poder. Es la encargada de dar los permisos para que los hombres de mar zarpen y de cobrar los impuestos para timbrar esos permisos. Un pescador pasa por su oficina a pagar y Salinas no tiene problemas en mandar un recado: "Dile al rebelde del Chol que si no paga le voy a sacar otro parte". Salinas es dura, no tiene problemas en ser frontal. Por eso, en un principio, contesta lo que ella quiere, lo más alejado a su rol en el descubrimiento del arsenal del FPMR en 1986.
Varios cigarros más tarde, Salinas dejará de esquivar las preguntas.
-En esta historia siempre se dice que usted fue quien denunció la presencia del FPMR aquí...
-Eso no es cierto -dice con voz profunda-. Si hubiera sido yo la que informó me habrían dado un premio. Cuando los militares llegaron yo estaba tan sorprendida como el resto de la gente. Siempre pensé que lo que hacían ellos era algo extraño. Había un grupo en La Herradura y otro en Caleta Corrales y los dos grupos estaban aquí por cosas diferentes, no se mezclaban. Entre medio llegaba Sergio Buschmann con su chofer, Fitipaldi, y por los movimientos que hacían yo pensaba que estaban traficando locos. Pero ellos cayeron por empezar a hablar de más en bares. Ahí levantaron sospechas.
Salinas sí recuerda una serie de hechos extraños. Una noche en que se podía ver una gran fogata a lo lejos en la costa, desde su casa, y que posiblemente fue una de las dos noches en que llegaron cargamentos de armas, para orientar al barco que llegaba con la mercancía. O que los frentistas que se habían instalado en un campamento en La Herradura y que se habían presentado como biólogos marinos desarrollando un proyecto de cultivo de ostiones, la mantuvieran alejada del campamento. Incluso, Salinas recuerda que algunas veces ella misma los llevó a Vallenar por el día y al regresarlos a Carrizal, pedían ser dejados en la carretera para caminar hasta el campamento. En Vallenar estaba Orlando Bahamondes Barría, "Pedro", el jefe de la operación, además de uno de los varios barretines donde se guardaron parte de las armas. Salinas no hace la conexión con "Pedro" y cree que los frentistas recorrían los más de 100 kilómetros que separan a Carrizal de Vallenar para hablar por teléfono.
Años más tarde, Sergio Buschmann dijo que tuvo un romance con Salinas, aunque también dijo que no habían llegado a consumarlo del todo. Salinas lo niega completamente, aunque la idea no le desagradaba. "El era atractivo, eso era innegable, pero yo estaba con otra persona". Salinas sí admite haber aceptado una invitación a comer de Buschmann en la que, según ella, trató de sacarle el máximo de información posible. "El nunca habló de Corrales, hablaba de Piedra Azul y yo le pedí que me llevara para ver su trabajo. Se negó y menos mal. Si yo hubiera visto algo ahí, me tiraba al mar".
Después llegó el 6 de agosto, la detención de un grupo de frentistas en Corrales, la llegada de Sergio Buschmann y su escape a Vallenar en camioneta para llegar con más refuerzos, enfrentarse con los agentes CNI y volver a escapar, ahora a pie, para ser detenido en pleno desierto, cerca de la Panamericana. En los días posteriores, más de 20 frentistas fueron detenidos, torturados y luego enviados a la cárcel. En 1987, Buschmann escapó de la cárcel de Valparaíso junto a otros tres reos, logrando salir del país. A mediados de los 90 regresó para cumplir algunos años de cárcel. Desde la década del 2000 absolutamente todos los implicados en Carrizal quedaron en libertad. Buschmann murió en abril de este año.
A pesar de los momentos complicados, el pueblo quedó marcado por el paso de los frentistas. Eduardo Pérez (73) dice ser parte de una de las tres familias fundadoras de Carrizal. Pérez está sentado en una silla de ruedas afuera de la botillería El Cheíto, un local que apenas atiende gente. A pesar de hablar con aire apesadumbrado, de sumarse a los que opinan que lo que ocurrió en el pueblo fue un tongo, Pérez dice que el episodio de la internación de armas le hizo bien a Carrizal.
La calle principal del pueblo está vacía. Y sólo se escucha una voz.
"Ahora nos conocen en todo el mundo", dice Pérez, con la mirada fija en la tierra de una calle sin nombre.