Veinteañera, en 1972, Catherine Millet, junto con amigos, fundó la revista Art Press, de arte contemporáneo. Millet (Francia, 1948) se convirtió en una respetada crítica y la revista que dirige en una de las más prestigiosas de su área.

Pero junto a una atlética vida intelectual, mantenía una no menos atlética vida amorosa, como demostró en La vida sexual de Catherine M. (2001), narración meticulosa de sus experiencias eróticas. Desde los 18 años practicaba el sexo grupal, sin importarle el lugar (en departamentos, en clubs, en la calle) ni el número de sus compañeros (muchas veces hordas de anónimos), ni su sexo (de mayoría masculina), ni sus cualidades físicas o morales. En esas orgías era sometida a exigencias físicas dignas de una ordalía.

Tras el éxito y el escándalo, extendió su examen autobiográfico con Celos (2008), en que contaba la crisis de celos que sufrió al descubrir casualmente que su marido tenía una vida sexual tan atareada como la suya. Obviamente, después de estos dos libros, un tercero, habría de tocar alguna otra dimensión oscura de la sexualidad. Pero en Une enfance de rêve (2014) Millet relata su infancia, desde sus primeros recuerdos hasta la adolescencia, transcurrida en un suburbio pequeñoburgués del oeste de París, en la posguerra. En un departamento pequeño vive con sus padres, su hermano y su abuela materna. Los padres se odian: las peleas son habituales. La figura tutelar de la niña es nada menos que Dios, con quien conversa directamente e incluso considera la posibilidad de entrar en un convento. Lee y escribe cuentos. Apenas puede deja el hogar. En el epílogo Millet cuenta qué fue de de cada uno: en pocos años ella pierde a toda su familia, por accidentes (hermano), enfermedad (abuela y padre) o suicidio (madre).

"Yo era muy creyente de niña e incluso de adolescente", cuenta a La Tercera. "Me imaginaba a mí misma en el papel de una misionera. Con el tiempo, llegué a ser, en efecto, una especie de 'misionera' para defender mis ideas, la libertad de expresión o bien artistas que considero importantes. Pensaba también, por supuesto, que Dios leía mis pensamientos. Esto se convirtió, en la edad adulta, en un 'super-yo' muy grande. Ya no creo en Dios (¡ay!), pero sigo interesada en la religión y en la cultura católica".

Sin embargo, en su obra no hay confesión no arrepentimiento: "¿Por qué debería confesarme? No me siento culpable. Y, por tanto, no hay necesidad de arrepentimiento. Yo siempre dije que quería aportar un testimonio que faltaba".

¿Cuál sería su definición de libertad sexual?

Me parece claro que ella se interrumpe en la libertad del otro. Si uno no cree en Dios, cada uno ha de definir su moral personal. Lo que me parece importante es la libertad interior. Se debe aceptar en los otros las prácticas que no son las de uno.

Ud. cree que amor y sexo pueden ir por separados. Pero, ¿se puede separar el placer y el sexo como señala en La vida sexual?

Por supuesto que el placer sexual se puede tener sin sexo en el sentido de los órganos sexuales. Esto es evidente en algunas prácticas sadomasoquistas. O también se puede decir que el cerebro es uno de nuestros órganos sexuales.

Su atención en el arte contemporáneo, ¿pudo influir en su vida sexual?

Mi conocimiento del arte contemporáneo podría tener una influencia en mi forma de escribir sobre la sexualidad. En lo que concierne a mi vida sexual, es más bien la persona de ciertos artistas la que jugó un papel...

Su primer libro se centra en experiencias sexuales mayormente colectivas; los otros dos, en la soledad.

Es cierto. Pero, es sabido, el gusto por el número, por la multitud, puede reenviar a una cierta soledad.

Sus libros optan por una narración fría, objetiva...

Es mi forma de ser permanentemente. Soy una gran observadora, siempre un poco en repliegue. Y a la zaga. Yo no quería, sobre todo con La vida sexual, "comprometer" a mi lector.