ace casi una década que Manuel Levío (61) trabaja en la sección 9 del Zoológico Metropolitano. En ese lugar se encuentran las jaulas de los 15 leones y tigres que hay en el parque. Su labor consiste en meterse adentro de las celdas, asearlas y esparcir la comida de las fieras mientras éstas duermen en sus piezas. ¿Un trabajo arriesgado? No tanto, hay varios protocolos que cumplir y muchos candados que cerrar. El nunca está en contacto directo con los animales y, según señala, el gran peligro es encariñarse demasiado con las bestias. "No hay que humanizar a los felinos, pues ahí es cuando se pierde la distancia y se cometen errores", advierte.

Pero no es fácil ser indiferente. Cada mañana, Manuel llega al zoológico a las 8.00 AM, media hora antes de su entrada oficial. "A veces me retan por llegar tan temprano", reconoce. A esa hora, los leones y tigres están durmiendo en las casuchas que hay en cada jaula y aprovecha ese instante para limpiar las celdas. "Saco restos de comida y huesos. Ordeno las piedras, limpio el bebedero y saco los excrementos. Me demoró 30 minutos en cada jaula, como son seis, paso tres horas enjaulado", explica.

Después se coordina con la bodega de alimentos para que traigan la comida. El se preocupa de colocarla en diferentes lugares de la jaula, en instantes en que comienzan los rugidos de las fieras que ya han olfateado el olor a carne y comienzan a inquietarse. Tras esto, sale de la jaula, cierra el candado y abre las compuertas de las casuchas jalando una palanca desde el exterior de la reja. Los animales quedan libres, dentro de su reducido hábitat. "Siempre salen rápido en la mañana. Lo complicado es meterlos nuevamente por las tardes. Con los tigres basta un grito para que lo hagan, pues son más afables, especialmente el "Romeo" y la "Cony", que son los veteranos. Pero los leones son gruñones, no se dan con nadie y hay que hacer todo el operativo entre dos", relata.

Manuel reconoce que no le caen del todo bien tres leones del zoológico. Tienen más de 20 años de edad y nadie los ha bautizado con nombres, a diferencia de los tigres, que están todos identificados. Con ellos, Manuel ha creado un vínculo. Aprendió a reproducir el ronroneo que hacen después de comer y confiesa que tiene una favorita: "Canela", una tigresa de 110 kilos y mirada penetrante a la cual, sin que se enteren sus jefes, a veces acaricia por entre las rejas. "Como tengo bigote blanco, yo creo que me identifica por eso", dice entre risas.

Sin embargo, el episodio más peligroso que ha enfrentado lo tuvo con "Luna", una tigresa de Bengala que el año pasado tuvo cinco crías. "Estábamos pesando a las crías y por un espacio de la reja que quedó entreabierta lanzó su garra y me pegó en el muslo. Yo grité y me soltó. Fue sin querer, porque podría haberme rasguñado y haberme sacado la mitad de pierna. Igual me quedó la marca", relata.

Antes, Manuel era obrero de la construcción y nunca pensó que sería cuidador de leones. Hace 24 años comenzó a trabajar como aseador de los bosques del Parque Metropolitano. Allí compartió con Rogelio Aguilar, el ex encargado de la sección 9 y que jubilo hace algunos años. Fue éste quien lo instó a trabajar con él en el zoológico. "Siempre me gustaron los animales, pero nunca en mi vida pensé que ésta sería mi pega. En la entrevista me preguntaron qué opinaba de ellos y les dije que les tenía respeto, pero no miedo. Yo creo que por eso me dejaron", recuerda.

Comenzó limpiando la jaula de los monos y aprendiendo de Aguilar. Una vez le pasaron dos serpientes y él las tomó con las manos sin pensarlo. "Había que demostrar que no tenía miedo", cuenta. Con el tiempo se trasformó en el encargado de la sección y se hizo poseedor de la llave que abre todos los candados de las jaulas, la cual guarda celosamente en su bolsillo. "Yo en el día abro y cierro más de 50 candados. Es mi gran arma de seguridad. Siempre me repito: candado, candado, candado", agrega.

Manuel recalca que está feliz en su trabajo. Se despierta pensando en los animales y en lo que ese día deben comer. "¿Ir a Africa para conocer el hábitat de los leones? A quién no le gustaría viajar, pero yo veo los animales todos los días y no tengo por qué ir a conocerlos a Africa", relata.

En su familia están orgullosos de su labor. Sus nietos están grandes, pero les encantaba que trabajara en el zoológico cuando niños. "La gente que me conoce envidia mi trabajo. En mi casa tengo fotos con las crías de la "Luna" en brazos y la gente que va a verme queda asombrada", relata con orgullo.

Manuel gana 270 mil pesos por su labor, pero con turnos y horas extras puede sacar hasta 400 mil. "Mi señora es la que más se enoja, siempre me dice que me cuide y también se queja de que paso mucho tiempo metido acá", comenta.

Pero Manuel no sólo oficia de aseador o cuidador. También se preocupa de variar el menú de los animales. Producto del metabolismo de los felinos, no siempre son alimentados. Un día comen carne, otro huesos y, al siguiente, nada. Por eso Manuel está atento a lo que dicta el paladar de los felinos para que no se aburran de comer siempre lo mismo. "Un día había conejo y las crías no comieron y dejaron los restos. En ese momento avisé a la bodega y les empezamos a dar pollo", cuenta.

Si los felinos no hacen caso a las instrucciones, pueden recibir como sanción un día de ayuno. Si persiste la rebeldía, el castigo se puede prolongar por más jornadas. "Por lo general, se portan bien, pero últimamente hemos tenido problemas con "Yana", la jaguar que estaba constantemente en celo. Hace unas semanas llegó desde Colombia un macho - "Daniel"- para acompañarla, pero ella se niega a compartir con él. Se ha vuelto porfiada. Bueno, como las mujeres", explica.