Roberto Bolaño quería conocer a César Aira. Y Aira a Bolaño. Nunca se topaban. Uno llegaba a Barcelona, el otro estaba viajando a Buenos Aires. En 2001, la Feria del Libro de Santiago trajo a ambos a Chile. En su primer día en la ciudad, el argentino iba por la calle Lastarria cuando divisó a una amiga. Iba con un hombre. Pensó en llamarla a viva voz, pero desistió. Luego supo que el hombre que caminaba con ella era justamente Bolaño, que al día siguiente dejó el país. "La única vez que lo vi fue de lejos", cuenta Aira.
Ayer, el novelista argentino se topó nuevamente de soslayo con el chileno: participó en la Cátedra Roberto Bolaño de la Universidad Diego Portales. Ante una repleta sala, Aira siguió una particular huella para hablar del realismo en la literatura: desde el cuento La lámpara de Aladino, hasta el relato El sur, de Jorge Luis Borges, pasando por Balzac y Proust, llegó a plantear que el realismo proviene inevitablemente de un destello de fantasía. Con su voz amena y pausada, Aira recordó el cuento de Aladino: un niño pobre que pudiendo pedirle lo que sea al genio de la lámpara, le pide comida. Recibe un banquete. Cuando éste se acaba, vende la vajilla de plata para subsistir. Cuando se queda sin un peso, vuelve a pedir comida. Y así sucesivamente. El genio echa a andar una y otra vez la máquina de la pedestre realidad.
"Los dones de la magia se gozan en la realidad menos mágica y cotidiana", dijo Aira. "Inmediatamente después de producirse la magia, debemos volver a la realidad. No hay comienzo sin magia, ahí parten las historias; después viene la realidad para darles materia y sentido a esas historias. Todo los que no hace la realidad, deprimirnos, envejecernos, matarnos, viene de ese milagro".
El capricho del momento
Es posible que el autor de El congreso de literatura, figura ineludible de la narrativa argentina contemporánea, ayer haya estado argumentando su obra: más de 50 novelas de historias descabelladas y sorpresivas, por donde circulan genios malvados y abundan los finales disparatados. Pero que nadie lo confunda con un antirrealista: "Los realistas son costumbristas que no saben lo que es la verdadera realidad... donde la gente sí sale volando y pasan cosas raras. En el fondo, todo novelista quiere ser realista. Si pone elementos mágicos o extraños, es para ser más realista", agrega.
Instalado en un hotel de Providencia desde el lunes, Aira ya empezó su peregrinar por librerías: el martes se desveló leyendo Correr el tupido velo, de Pilar Donoso. Desde 1984, cuando vino por primera vez a Chile, bucea en las librerías. Esa vez, guiado por Diego Maquieira, conoció a Raúl Zurita, Diamela Eltit, Nelly Richard, Cristián Huneeus, Paulo de Jolly y se llevó todos sus libros. También otros títulos raros, de Braulio Arenas, de los surrealistas de la Mandrágora y de Violeta Quevedo.
Ya no busca rarezas. No podemos decir lo mismo de sus libros: en su nueva novela, El divorcio, y en las próximas dos (El error y Yo era una mujer casada), sigue su clásico estilo: "Mi sistema es seguir el capricho del momento. Incluso, no aprovechar el impulso adquirido: si una novela fue en una dirección y me salió más o menos bien, tomo otro camino".