Cada vez son más, y se hacen notar. En sus pieles oscuras, sus labios gruesos y sus cabellos ensortijados, tan diferentes a la fisionomía local. Caminan por las calles en grupo, aún sin mezclarse mucho con los chilenos. Viven y trabajan en comunas como Quilicura, Estación Central y Recoleta; la mayoría se dedica al comercio, son meseros o empleados de aseo. Vienen dispuestos a partir de cero, siempre con esfuerzo, esperando que aquí la vida pueda ser mejor que en sus países de origen. En los últimos años, la capital se ha llenado de nuevos inmigrantes: haitianos, dominicanos, cubanos y colombianos, que de a poco están modificando el color de la ciudad y su identidad cultural.
El cambio es lento y poco notorio aún para algunos; sin embargo, hay alguien que durante seis meses los siguió atento a sus quehaceres cotidianos y reuniones sociales: el fotógrafo Jorge Brantmayer (1954), quien lleva más de una década obsesionado por el tema del rostro, presenta desde el 13 de octubre su último trabajo en el Centro de las Artes 660 de la Fundación CorpArtes. Se trata de Geografía de la piel, con 118 retratos de inmigrantes, en blanco y negro y de gran formato, que serán enfrentados a la mirada del público. La serie es un capítulo más dentro de su proyecto Muchedumbre (2006-2016), en el que se propuso registrar los rostros de más de 3 mil habitantes de Santiago, y que por estos mismos días se exhibe en el Museo de las Américas de Washington DC para en noviembre aterrizar en Casa de las Américas de La Habana, Cuba.
"A CorpArtes le interesaba el tema de los inmigrantes y me dio luz verde para el proyecto. Fue un desafío, porque nunca había tenido tan poco tiempo, pero fue fantástico. Me encontré con personas maravillosas y con rostros de una dulzura y fuerza que hipnotizan", cuenta Brantmayer, quien fue desplegando su cámara, luces y fondo de papel, en los lugares que a menudo visitan sus personajes. Una iglesia en Quilicura donde van a misa, una biblioteca en Independencia donde haitianos -quienes hablan francés- reciben clases de español o la feria de Lo Valledor, donde algunos trabajan como vendedores.
"De los haitianos me gustó que nunca hablan mal de su país; son elegantes, hasta estilosos diría. La mayoría quiere quedarse y está encontrando oportunidades. Lo difícil es que nosotros no estamos acostumbrados a ver personas afroamericanas, cambian completamente el paisaje. A mucha gente no les gusta, les da temor y pudor mirarlos y para eso sirve la cámara, para verlos de cerca, para conocerlos. Estas fotos los muestran en cada detalle de sus rostros", dice el fotógrafo.
Entre 2003 y 2007, Brantmayer realizó su primer ejercicio sobre el rostro en Cautivas, serie donde retrató a reclusas del Centro Penitenciario Femenino Capitán Prat de Santiago. El resultado le dio prestigio y llegó a exhibirse en el Museo Nacional de Bellas Artes. "El tema de que estuvieran encarceladas me traía conflictos, me hacía sentir mal, morboso, que las estaba utilizando un poco", cuenta. "Pero creo que para ellas y sus familias fue importante; verse en el museo las llenó de orgullo, las dignificó. La mayoría tiene historias de abuso; para mí son víctimas, pero también heroínas. En cambio, con la serie de los inmigrantes lo pasé bien, sus rostros trasmiten alegría, luz; es mucho más esperanzador", afirma Brantmayer.
Si bien el trabajo de Jorge Brantmayer apela a la rigurosidad de la técnica y a la honestidad de un retrato limpio y formal, la obra de Marcelo Montecino conforma un contrapunto, en la que el acierto fotográfico y el tiempo detenido son cruciales para retratar la urbe y la realidad latinoamericana. Caballero solo se titula la muestra -curada por Andrea Jösch- que da la bienvenida y sirve de antesala a la serie de los inmigrantes de Brantmayer. En ella se reúne el trabajo de 54 años de Montecino, partiendo por su mirada al Chile de los 60 y 70, hasta su larga residencia en EEUU.
El hilo conductor es ese cierto halo de soledad y nostalgia que Montecino suele imprimirle a su trabajo. "Andrea Jösch hizo una selección muy inteligente y rescató varias fotos a las que yo nunca les había dado pelota. Todo partió por Caballero solo, un poema de Neruda con el que yo bauticé un trabajo sobre la figura del padre; el mío era muy solitario, retraído, forma de ser que yo heredé. Ese fue el criterio para elegir las imágenes", cuenta Montecino, quien a fines de los 60 retrató el Chile más politizado para luego volcarse a la calle a registrar la represión policial. El Golpe de Estado de 1973 marcó su vida y su trabajo, sobre todo tras las muertes de su hermano, Cristian, también fotógrafo, su amigo Orlando Letelier y su discípulo, Rodrigo Rojas De Negri.
"Antes del 73 mi fotografía era más intimista, yo andaba buscando imágenes bellas, melancólicas. Luego del Golpe tuve experiencias duras; el funeral de Neruda también fue importante para mí. Recuerdo que dos días después del Golpe fui a fotografiar las ruinas en La Moneda y un tipo se me acercó y me dijo: 'Eso, saque fotos para que el mundo entienda lo que han hecho estos salvajes'. Para mí fue como una premonición de lo que haría los próximos 30 años", dice el fotógrafo, quien luego se trasladó a fotografiar conflictos en países de Centroamérica, como El Salvador y Nicaragua.
"A diferencia de otros fotoperiodistas yo siempre me sentí como un paracaidista. Fotografié mucho, pero siempre de afuera y por poco tiempo, nunca me sentí como la persona adecuada para hacer proyectos largos. Me metí mucho en la Revolución Sandinista y también en El Salvador y Guatemala, todos países dominados por gorilas y donde había mucha pobreza. Creo que yo sublimaba lo que pasaba en Chile documentando estos otros lugares", dice Montecino.
En la exposición, sin embargo, la violencia es implícita. Está más bien en la atmósfera de calles casi desiertas, un militar reflejado en un espejo, un grupo de niños posando con una escoba en un orfelinato de Pudahuel, un hombre solitario caminando por las vías de un tren, un tanque entrando por Av. Matta. "El 3 de octubre se cumple un año desde que volví a Chile. Siempre me sentí más chileno que norteamericano y mi fotografía es bien distante de EEUU. Ahora volví a mi obsesión con Santiago; voy mucho a Franklin, al persa Biobío, la Plaza de Armas, a la calle Irarrázaval, que no han cambiado nada", sostiene.