Un ascensor vacío va de arriba para abajo sin descanso en una destartalada y enorme sala de una institución pública alemana. En la madera de las paredes se reflejan los tubos fluorescentes y las enormes calderas a carbón. Las agujas del reloj de pared no se mueven. Cada tanto, un timbre resuena: los presentes corren a formar una fila para lavarse las manos. El resto del tiempo lo pasan sentados en sus mesas, enfrascados en rituales repetitivos, discusiones insignificantes y acciones obsesivas. Sólo cuando cantan, estos grises funcionarios están unidos: su canto es un réquiem a la Alemania Oriental.

He ahí, en una escena de ¡Maten al europeo! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! ¡Acaben con él! (1992), la cristalización de todo el universo de Christoph Marthaler. Muchos lo llaman "creador", porque es imposible clasificarlo. Músico de formación (estudió flauta y oboe en Zúrich), en los 60 se volcó al teatro sin abandonar su melomanía. Se puede decir que hace teatro musical, pero el estilo que lleva 15 años cultivando merece más que esas dos vagas palabras.

La música ante todo

En teatro, Marthaler trabaja como un compositor. Subyuga los textos a las armonías, repeticiones y pausas. Crea partituras tanto para la música como para los gestos, discursos y comportamientos. En sus obras siempre hay música en vivo y arreglos corales.

Protegidos contra el futuro (2005), pieza que el Festival Santiago a Mil traerá en enero, no es una excepción. Se escucharán composiciones de Schubert, Mahler, Schumann y Shostakovich, un músico que pasó gran parte de su vida componiendo bajo la amenaza de ser enviado al gulag. Y como la música es cosa seria para Marthaler, en el elenco figura un músico de primera línea: el pianista austríaco Markus Hinterhäuser, director artístico del Festival de Salzburgo desde 2006.

En el segundo acto de Protegidos contra el futuro, la obra transcurre al mismo tiempo en varias salas del edificio neoclásico que ocupa el Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle, espacio elegido por el equipo para realizar el espectáculo en Santiago. El público deberá recorrer el espacio, buscar los lugares donde ocurre la acción, guiándose por la música que oye por acá o las voces que escucha más allá.

La historia promete conmover. Se habla de los experimentos que el Dr. Heinrich Gross, más conocido como "el psiquiatra nazi", realizó con los cerebros de niños ejecutados en el Hospital Steinhof de Viena mientras él era director.

Héroes inertes

Marthaler imprime su personalidad en todo lo que hace. Por eso, dice el crítico de teatro Till Briegleb, no sirve como modelo de enseñanza u opinión. Su extremo estiramiento del tiempo y la falta de trama han convertido a sus obras en piezas incomprensibles para parte de la audiencia y la crítica. Stefanie Carp, que desde los 90 colabora con él como dramaturga, lo define como "un director del entretanto, de cuando algo ha terminado y algo nuevo aún está por comenzar".

El trabajo del suizo con los actores también tiene sello propio: al grupo con el que trabaja más a menudo lo llama Familia Marthaler. Estos intérpretes saben llenar el escenario de seres cansados, de cabeza gacha y aspecto desaliñado, proletarios de mal genio, grises oficinistas. "Aquí la inercia tiene un estatus heroico", afirma Briegleb. El director adora a estos perdedores, por eso no los humilla. Al contrario de lo que haría la comedia o la sátira, él realza su conmovedora dignidad.

En algunos pasajes de Protegidos contra el futuro, los personajes visten máscaras con caras de niños de mejillas sonrosadas, con las que Marthaler alude a las víctimas del Hospital Steinhof, a quienes los nazis ejecutaron por considerarlos física, mental o socialmente discapacitados. Aunque la historia del Dr. Gross y la de estas muertes asoman como protagónicas, Stefanie Carp advierte que el espectáculo es más amplio: "Es sobre la ideología y práctica de la eutanasia, además de los hechos concretos que ocurrieron en ese departamento de pediatría".

En el tercer acto, el público es acomodado detrás del telón. Se sientan en gradas ubicadas en el espacio correspondiente al escenario, con la cortina cerrada. Allí son testigos de un monólogo de 20 minutos, realizado por Jeroen Willems, uno de los puntos altos de la obra. Willems es, al mismo tiempo, el Dr. Gross y Friederich Zawrel, el niño que escapó del psiquiátrico y que años después destapó el caso de las ejecuciones. Si al principio de la obra, tres horas antes de ese monólogo, el público reía con los chistes de los actores al son del piano, ahora está en estado de shock frente al horror del hospital vienés.

Carp es, junto a Marthaler y su familia teatral, responsable de que el teatro haga lo que la justicia nunca hizo: "Estos crímenes, parte del programa de limpieza nazi, se cometieron en muchos hospitales de Austria y Alemania. El escándalo en el caso de Viena es que fueron callados por mucho tiempo, el Dr. Gross usó los resultados de sus mortales experimentos para construir su carrera después de la guerra y murió en 2005 sin haber ido nunca a la cárcel".b