Una buena memoria. Nada más. Eso es lo único que Chuck Palahniuk declara tener de especial. Una gran memoria y cierta capacidad para unir cabos sueltos de historias de allá y acá en un cuadro general. Quizás, sospecha, algo logra decir sobre el comportamiento humano.

Ni siquiera cree que sea correcto que lo llamen escritor. "No hay nada excepcional en mí", dice a La Tercera, acaso haciéndole el quite a la legión de fans que desde fines de los 90, cuando estalló El club de la lucha, lo apuntan como un gurú antisistémico de la era del consumismo. El furor ha bajado, es cierto, pero Palahniuk apenas ha cambiado el rumbo: sigue escarbando en las anomalías cotidianas y apostando por las terapias de shock.

De anomalías y shock Palahniuk sabe. Criado en una casa rodante, sus padres se separaron cuando él tenía 14 años: su padre moriría asesinado por el ex esposo de su nueva pareja. Formado en la universidad como periodista, trabajó como mecánico y ayudó en varios hogares para vagabundos. Recién a los 34 años pudo publicar: su debut fue El club de la lucha (1996), la historia de unos anónimos que pelean para liberar el estrés y terminan montando una organización antisistémica. La adaptación al cine de David Fincher, en 1999, disparó su fama.

En adelante, Palahniuk ha construido una obra dinamitando los estándares de normalidad, felicidad y belleza de nuestros días. Novelas como Superviviente (1999), Asfixia (2001), Nana (2002) y Snuff (2008) operan como ecos de una generación hastiada de su destino. Pop y de un corrosivo humor negro, Palahniuk abordó la contingencia política y la amenaza del terrorismo de EE.UU. en Pigmeo (2009) y luego, en un giro algo inesperado, le hizo el quite al presente: la novela Al desnudo es la historia de una diva en decadencia del Hollywood de los 50. El libro acaba de llegar a Chile.

Katherine Kenton es una diva que está a punto de ser asesinada, sólo para que alguien pueda terminar su biografía. Ahí están las dos claves de Al desnudo: una celebridad y un libro que documenta esa gloria. "Amo leer biografías de personas que han logrado éxito público. Fama, si quieres. Escritores o actores que consiguen fama usualmente se ven forzados a lidiar con un estrés que nunca pudieron anticipar, y ese estrés generalmente los destruye", dice Palahniuk, y se hace imposible no pensar en su carrera. Excepto por una diferencia: Palahniuk es un autor de culto, un héroe para iniciados. La fama no es lo suyo.

Sociólogo de escritorio

El chispazo de Al desnudo vino de algo que Palahniuk supo por su editor: las editoriales estadounidenses guardan decenas de biografías de grandes celebridades casi listas: sólo les falta el final. Es decir, sólo falta que mueran. En la novela, esa celebridad se llama Katherine Kenton, ya está mayorcita, termina los días en una nube de whisky y ansiolíticos, y tiene un asistente que guía cada paso que da. El último de sus esposos llega al lecho de Kenton con un objetivo: matarla sólo para ser el primero en vender su biografía. Sólo le falta escribir el final.

Inspirada en un "mash-up de Judy Garland, Joan Crawford, Bette Davis y Ava Gardner", Kenton tiene en su asistente, Hazie Coogan, su mejor aliada contra su nuevo esposo y posible futuro asesino. Mientras narra las últimas horas de Kenton, Palahniuk levanta una galería del horror, retocando historias verdaderas de viejas glorias. De Lillian Hellman hasta Samuel Beckett, pasando por Picasso, Greta Garbo, Eugene O'Neill, Joan Crawford, Katherine Hepburn, etc.

"Mi meta era poblar la novela con muertos en escenarios absurdos. Quería que el libro demostrara cómo la muerte nos reduce a todos a personajes de ficción. Si ambienté Al desnudo en el pasado es sólo porque no quería que me demandaran por difamación", explica el escritor.

¿Por qué Hollywood? ¿Por qué una actriz en decadencia?

En mi mente, los actores, especialmente las actrices, cumplen la función de los santos o los mártires. Los vemos morir varias veces en las formas más elaboradas. Los vemos sufriendo, siendo degradados y asesinados. Pero luego los vemos en eventos públicos, más hermosos que nunca. Este proceso es un modelo de muerte y resurrección. Provee al público de un sentido de vida eterna tras la muerte.

A 15 años de El club de la lucha, ¿cómo lidia con el gran impacto que tuvo?

Mi objetivo siempre es usar el éxito del pasado para apoyar futuros experimentos. El club de la lucha no fue un éxito al comienzo; tuvo que pasar casi una década para que encontrara a un público. Pero ese lento y gradual reconocimiento me ha permitido arriesgarme en historias más audaces y narrarlas en formas poco convencionales. Para que este trabajo siga emocionándome, en cada nuevo libro tengo que probar nuevos caminos y el tema debe ser… un reto. Si quisiera seguir con historias mansas y obvias, vería televisión.

Después de más de 10 libros, ¿qué lugar cree ocupar en la literatura de EE.UU.?

No hay nada excepcional sobre mí. Si hay algo, quizás sea que yo soy un dotado oyente, con una muy buena memoria. Puedo reconocer patrones entre historias que he oído en las últimas décadas. Si muchas fuentes me cuentan historias poderosas que funcionan con una dinámica similar, puedo unir esas anécdotas e ilustrar un tema mayor. No se trata de ninguna nacionalidad específica, no importa que yo sea americano; cuando mi escritura funciona, documenta ciertas nociones muy básicas del comportamiento humano. En vez de llamarme escritor, quizás yo más bien sea un sociólogo de escritorio. Como sea, mi constante vocación es poner un orden en el caos.