ES DIFICIL no enamorarse a primera vista de su dramática geografía. Desde el aire, y antes de aterrizar en Ciudad del Cabo (Cape Town), miramos por la ventanilla y apreciamos enormes cerros con curiosas formas, cubiertos de nubes que semejan algodones: quebradas completamente verticales y penínsulas que parecen perderse en un infinito océano a lo lejos.
Al llegar, hallamos un Africa atípica donde se respira un aire rabiosamente moderno que, sin embargo, fue fundado por antiguos holandeses que pararon aquí en galeones que navegaban desde Europa. Hoy, es un destino multicultural donde se mezcla en paz la población de blancos, negros y mestizos que aunque sin el oscuro período del apartheid, siguen viviendo vidas separadas a pesar de que puedan todos compartir medios de transporte y comer en los mismos restaurantes.
El avance económico y desarrollo de los últimos 20 años se ve reflejado en zonas sumamente cosmopolitas, como la ribera del Victoria & Albert Waterfront, donde vale la pena dejarse caer durante una tarde soleada y cálida. Se trata del destino favorito de los visitantes, básicamente por su amplia oferta de restaurantes, bares y centros comerciales de cara plena al mar, donde destacan, además, edificios portuarios construidos durante la colonia británica, enormes yates y una bella Torre del Reloj. Pasear por sus pequeñas calles relaja y gusta, más aún debido a grupos de música que animan a los peatones, cantantes callejeros que tocan sus acordeones, saxos y guitarras, y otros tantos que dibujan y realizan shows estilo circense. Desde el V&A Waterfront, en un sitio conocido como Mandela Gateway, es posible encontrar transporte marítimo hacia la isla museo Robben Island ($ 15.000 tour completo, tres horas y media), donde podrá conocer las celdas que mantuvieron prisioneros a los negros durante la década anterior.
Table Mountain
El Parque Nacional Table Mountain es visible desde cualquier punto de Ciudad del Cabo y prácticamente todo camino conduce hacia él. Su cumbre aplanada parece la parte superior de una mesa, claro que ésta se ubica a 1.000 m de altura. Existen dos formas de llegar arriba, la primera y más sencilla es a través de un teleférico que demora apenas cinco minutos en alcanzar la cima desde la calle Tafelberg ($ 6.000 ida), y la segunda y más compleja es hacerlo a pie por una de sus laderas. Si opta por ésta, no se sorprenda si a mitad de camino se cuestiona por qué tomó tal decisión, ya que requiere de un buen estado físico y calzado adecuado para aguantar las dos horas de trayecto empinado.
Una vez en la cima, las vistas son fascinantes en la dirección en que se mire, por lo que hay que tomarse un tiempo prudente para recorrer este enorme lugar, con senderos de unos 2 km donde es posible ver otras cumbres tales como Lion's Head, Signal Hill y Devil´s Peak, además del estadio Green Point. Es posible observar diversa fauna, como lagartijas negras, serpientes y los tiernos dassies, mamíferos terrestres que abundan aquí.
El fin del continente
Un escape a la Península del Cabo es un deber. La mejor idea es arrendar un auto por el día, diríjase hacia el sur por la Ruta M4, en el costado este, donde podrá atravesar hermosos suburbios como Fish Hoek (Rincón del Pez), un pueblo costero donde es posible ver, con un poco de fortuna, ballenas a pocos metros de una playa que se extiende por más de un kilómetro. Este lugar tiene uno de los mejores litorales del país, con playas extensas de arenas blancas y aguas cálidas, muchas de las cuales se encuentran solitarias y otras tantas, ideales para surfistas.
La península es el extremo sur de Africa y está protegida como parque nacional. Se dice que es el territorio que divisaban los antiguos navegantes que venían desde Europa rumbo a Asia y al que nombraron Cabo de Buena Esperanza, debido a que desde allí dejaban atrás las aguas tormentosas del Atlántico. En los alrededores podemos apreciar cómo algunos animales se han adaptado a un entorno que carece de árboles, tomando como ejemplo principal a los agresivos monos babuinos, que suelen vivir cerca del mar y comen los restos de alimentos que deja el hombre.
Una vez allí, puede estacionar el auto y lanzarse a la aventura. Caminos sobran, pero vale la pena iniciar la visita en la península más alargada, Cape Point, que posee angostos senderos que guían hasta un faro, donde la naturaleza nos regala una vista increíble del lugar donde los océanos Indico y Atlántico se juntan violentamente y de playas que nada tienen que envidiar a las del Caribe. Luego, podemos devolvernos y acceder al famoso y ventoso Cabo de Buena Esperanza, donde nadie quiere perderse una foto al lado del cartel que indica las coordenadas del lugar.
La noche al ritmo africano
Para comer y disfrutar de música africana en vivo, acérquese a Long Street, la calle de los bares y restaurantes en pleno centro. Al contrario de lo que indica su nombre, es una pequeña avenida, pero cuenta con una gran oferta bohemia que cobra más vida cada fin de semana. No se trata de un lugar particularmente peligroso (caso distinto es Johannesburgo) de noche, pero sí es recomendable usar sentido común para desplazarse.
En Long Street es común ver extranjeros divertirse en los balcones que dan hacia la calle, y música que parece rugir desde el interior. Para divertirse existen variadas alternativas, pero dos de las más populares son el bar Zula y el restaurante Mama Africa. El primero de ellos, un pub frecuentado por jóvenes -en su mayoría blancos-, y el segundo, un sitio ideal para probar comida malaya y europea, mientras se escuchan grupos de percusión africanos que dan vida a la noche.
Antes de partir, es interesante visitar uno de los barrios más particulares y pintorescos de Cape Town, Bo Kaap, cuyas casas de múltiples colores brillantes en un entorno tranquilo de calles adoquinadas a los pies de Signal Hill son y fueron refugio para inmigrantes malayos, quienes miran con curiosidad a los visitantes. Rico en historia, el sector cuenta con un museo, restaurantes, una mezquita y una oportunidad única para fotografiar un lindo recuerdo de Ciudad del Cabo.