En la actualidad, un sinuoso camino asfaltado reemplaza a las antiguas huellas que usaron los tiwanakus, incas, conquistadores españoles y arrieros para llegar a este valle, pero de seguro la sensación que produce recorrer el valle de Codpa sigue siendo la misma. Parece irreal ir conduciendo en medio de una infinita extensión de lomas áridas, donde ni siquiera se divisan cactus, para encontrarse de improviso con una estrecha franja verde al fondo de una quebrada. Ahí se escucha el débil sonido del río Vítor y la aridez absoluta de estas tierras se rompe en forma dramática con un tupido manto de árboles frutales y parras.

La Región de Arica Parinacota es un territorio dominado por el clima desértico, con una línea costera donde las lluvias son casi inexistentes, pero todos los veranos, sobre los tres mil metros de altura, llega lo que popularmente se conoce como "invierno boliviano". No son más 300 mm de agua al año, pero estas gotas hacen milagros y forman vertientes que bajan serpenteando desde la cordillera al mar, permitiendo el surgimiento de valles fértiles como los de Lluta, Azapa, Codpa y Camarones, donde se cultivan varios tipos de frutas y vegetales.

El poblado de Codpa se encuentra en la parte media del valle del mismo nombre, a 113 kilómetros de Arica. Tiene apenas unos 160 habitantes,  sólo cuenta con luz eléctrica entre las 9 y 11 y media de la noche y de un tiempo a esta parte se ha convertido en una parada obligada para quienes andan recorriendo el altiplano y el turismo crece aproximadamente un 20 por ciento anual. ¿Qué hace a Codpa tan especial? Su tranquilidad, sus amables lugareños y sus noches con estrellas que parecen infinitas en estos cielos transparentes. También su misticismo y religiosidad, muestra fidedigna de esa fusión de las culturas aimara y católica tan característica de los pueblos andinos. Sus chacras con mangos, guayabas, membrillos, duraznos, chirimoyas y un largo etcétera de exquisiteces. Entre ellas, una de las más preciadas son las uvas, con las cuales se elabora el famoso Pintatani.

Cuando los españoles colonizaron estas tierras, trajeron consigo el vino como parte importante de sus tradiciones culinarias y porque era imprescindible para celebrar la misa. A partir de entonces se comenzó a producir vino de la cepa País, conocido y popularizado posteriormente con el nombre de Pintatani, debido a la cantidad de bodegas que había en el sector del valle denominado Pintatane, cercano al poblado de Codpa. Hoy se sigue produciendo en forma artesanal, igual que hace 400 años, pero cada día toma más relevancia y nadie se quiere quedar sin probar uno de estos brebajes con un leve dulzor a chicha.

De hecho, la fiesta de la vendimia es la más concurrida de toda la comuna de Camarones, con unas 15 mil personas que repletan el valle durante esta celebración, que incluye grupos folclóricos, mucha comida y el tradicional pisa-pisa, momento durante el cual se aplasta la uva a pie descalzo para no moler los tallos y evitar que la fruta se ponga amarga. Anote en su agenda: este año la fiesta será el 6, 7 y 8 de mayo.

Además de la vendimia, en cualquier momento del año se puede visitar la quinta Santa Elena, donde dicen se produce el mejor vino del valle. La quinta produce unos 800 litros al año y pertenece a la familia de Rodrigo Soza, quien cuida sus parras con dedicación absoluta. Su abuela compró una antigua casa en el pueblo, la que fue construida como lugar de reposo y reflexión de los sacerdotes franciscanos. En el inmueble, hoy un museo, existe una sala especial para fermentar el Pintatani en la oscuridad, a una temperatura más cálida.

Otra quinta destacada es la de la señora Olga Romero, que además de trabajar sus frutales y viñedos, abrió el hospedaje Samkanjama (lugar de ensueño), con siete habitaciones simples, pero impecables y donde se nota el cariño, especialmente a la hora del desayuno, donde se disfrutan churrascas, jugo de membrillos, mermeladas y fruta recién tomada del árbol, todo preparado por las manos de esta codpeña y acompañado de buenas historias, como las de su padre, arriero que llevaba en mulares el vino a las fiestas patronales de Putre, Socoroma y Ticnamar y pasaba días recorriendo las antiguas  sendas bajo ese sol implacable del norte.

Algunas de esas huellas se dejan ver camino a Guañacagua, otro pequeño poblado junto al valle, conocido por su fotogénica iglesia barroca andina declarada Monumento Nacional. Avanzando un par de kilómetros por el valle se llega al sector de Jasjara, donde se encuentra la Poza de la Sirena, una fuente natural que forma el río y que los turistas aprovechan para darse un refrescante chapuzón, pero que los pobladores antiguos prefieren eludir, porque hay quienes dicen haber visto al demonio rondando por ahí. Otros cuentan que han escuchado una música que embruja a aquel que se atreve a acercarse, e incluso hay quien asegura que si se deja allí un instrumento musical por la noche, a la mañana siguiente aparece milagrosamente afinado.

Donde las piedras hablan y las historias acompañan la noche

A cinco kilómetros de Codpa, las rocas empiezan a relatar la historia. Ahí se pueden visitar los petroglifos de Ofragía, escrituras simbólicas que los antiguos hicieron sobre la roca para señalar hitos importantes en la ruta. Se cree que los diseños en Ofragía fueron realizados entre los años 1.000 y 1.500 d.C., ya que sus imágenes se asocian a diseños e íconos que se encuentran en la cerámica y textiles de esa época.

El lugar es ideal para recorrerlo al atardecer, cuando todo comienza a teñirse de tonalidades doradas. Caminando cuesta arriba se llega hasta una cruz adornada con ramas y cintos, donde se deja ver una increíble vista de este enorme territorio. Antes, en el período precolombino, sobre los cerros divinos se realizaban ritos muy importantes y había elementos de adoración (wakas). Cuando llegó el conquistador español se vivió un proceso para eliminar las idolatrías y los elementos de adoración fueron reemplazados por cruces. Actualmente, la población andina sigue creyendo en la fuerza de sus cerros protectores, sólo que en lugar de ir y saludar a su waka, ahora saluda y celebra a la cruz, la que es adornada cuidadosamente.

Para terminar el día, se puede contactar a Arnaldo Butrón para tomar un tour nocturno, que comienza una vez que se apaga la luz del pueblo y todo queda en absoluta oscuridad y silencio. Antes de empezar el recorrido se celebra una pawa, el ritual de saludo y respeto a la pachamama, donde en parejas se va agradeciendo y pidiendo favores a la madre tierra. Luego, ataviados con antorchas con velas, empieza el recorrido entre las estrechas calles codpeñas, la antigua iglesia y el cementerio, todo al son de historias de pobladores, religiosidad y leyendas que Arnaldo cuenta con pasión, provocando uno que otro escalofrío.

Al momento de irse a la cama, es casi imposible no dormir bien bajo estos cielos calmos, donde lo único que se escucha es el murmullo del río, como si fuera un tranquilizador ronroneo.